Hace algunos días visitaron el país para reunirse con autoridades nacionales el ministro de Justicia del Brasil, Sergio Moro, y la ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich. Específicamente, visitaron Pedro Juan Caballero y Amambay. Se trata de una muestra clara –y muy positiva y oportuna– de que los gobiernos de la región colocan el problema del crimen organizado transnacional en un lugar importante de la agenda. El sangriento motín en el penal de San Pedro y las constantes muertes violentas en la frontera seca evidencian que el combate al Primer Comando Capital, al Comando Vermelho y a otras organizaciones delictivas es urgente y debe ser sumamente enérgico.
Si bien los actos de violencia parecen circunscribirse de momento al ámbito de los grupos criminales y mafiosos, lo cierto es que estos hechos acaban por afectar al conjunto de la sociedad, por lo menos en forma indirecta. Una zona con tasas tan altas de homicidios no puede nunca resultar atractiva para las inversiones y las actividades económicas, por ejemplo. Al contrario, aunque se limite a una “guerra de delincuentes”, este ambiente termina por expulsar incluso a las empresas y a la población ya arraigada en el área.
Nadie puede prosperar en una atmósfera donde se respira el miedo, la corrupción y la sospecha. Las ofensivas policiales o las acciones punitivas del Estado siempre serán medidas paliativas o puntuales. La solución de fondo exige además vigorosos planes y programas de expansión económica, generación de empleo y extensión de los servicios públicos. A la par que se persigue a los delincuentes, es indispensable construir la paz.
Lamentablemente, las bandas criminales y narcotraficantes buscan convertir Pedro Juan Caballero y la frontera seca con el Brasil en una “tierra de nadie”. No solamente es la frontera el puente ideal para el tráfico de drogas y armas al mercado brasileño o europeo, sino que además, dadas sus características –debilidad de controles, corrupción generalizada de la fuerza pública y la Justicia, permeabilidad de las instituciones y autoridades al dinero sucio–, es también un refugio adecuado para delincuentes y elementos indeseables procedentes de uno y otro lado del límite internacional.
Nada más fácil para los traficantes o asaltantes que cometer el delito y cruzar de inmediato al otro lado de la frontera y perderse irremediablemente de sus perseguidores. Mientras no exista una estrecha coordinación de la Policía y la Fiscalía paraguayas con sus contrapartes brasileñas, la frontera continuará siendo un territorio de libre tránsito para los criminales. Además es de crucial importancia emprender una radical depuración de la Policía, del Ministerio Público y de la Justicia en la zona.
Los funcionarios y agentes que trabajan en la frontera tienen una responsabilidad multiplicada con la nación porque tienen la misión de contener el avance de estos grupos criminales. El crimen organizado transnacional prospera y se expande a la sombra de la corrupción de los funcionarios públicos y de las autoridades.
Dada la naturaleza transnacional del narcotráfico, su combate exige de la misma manera la coordinación entre los distintos países afectados: los productores, los que sirven de tránsito a las drogas y los mercados de consumo. Paraguay ofrece grandes ventajas a los delincuentes: una enorme extensión de territorio despoblado en la Región Occidental, la ausencia casi total del Estado en amplias zonas de frontera, la carencia de equipos tecnológicos para la detección de vuelos y la infiltración mediante el soborno y el amedrentamiento en las instituciones públicas.