Si se piensa bien y con cierta lógica e imparcialidad, en el determinado caso de que un secuestrador llegara –más allá de sus objetivos– a pensar en la práctica del secuestro como un fin político o fines, al fin y al cabo, pecuniarios (ya que implica en general un “canje” crematístico con enunciamiento político), estamos ante un caso de absurdo en que un individuo, grupo, banda o “ejército” con poderes absolutos se autoproclama juez y condena a una persona o más a la cárcel en las peores condiciones posibles en contra de los más elementales derechos humanos. A su vez, condena a otra persona adicional a pagar para otorgarle su rescate. Como se puede ver más allá de los altisonantes discursos revolucionarios, lo que tenemos es un discurso reaccionario que atenta contra los más elementales derechos humanos consagrados –mínimamente– desde la Revolución francesa, por no ir más lejos.
Es decir, los autoproclamados revolucionarios atrasan por lo menos siglos. Eso, considerando los derechos ajenos, ya que una vez detenidos y procesados, en el caso de que así suceda, de inmediato son los primerísimos en proclamar los derechos que echaron abajo la cárcel de La Bastilla para ponerse bajo la protección de los “burgueses” derechos humanos y exigir garantías.
El caso de Arrom y Martí es más que ilustrativo: atropellaron todos los derechos de los demás para llevar a cabo un secuestro con pedido de un rescate multimillonario. Fracasado el operativo, los “revolucionarios” y sus acólitos dejaron automáticamente de ser revolucionarios y solicitaron la protección y el amparo de los derechos en el Brasil para seguir disfrutando de los derechos que ellos negaron a sus víctimas, violándolos sin piedad ni contemplación. Es decir que estos autoproclamados revolucionarios, además de atrasar siglos en materia de derechos para los demás, siempre y cuando sea para enjuiciar a sus “correligionarios” no les importan los abusos que hayan cometido y rápidamente recurren a los derechos “burgueses” que ellos mismos han negado, sin contemplaciones, sin piedad, sin el mínimo respeto a ley alguna, ni siquiera las más elementales normas de humanidad.
Así hicieron cuando, debido a su mezcla de ambición y de torpeza, tuvieron que salir rajando del país con ayuda de inocentes y otros tantos defensores de derechos humanos, dependiendo del “color” con que se mire. Dependiendo de la ley que ellos dictan de acuerdo al caso. Es decir que, siempre que les convenga, se proclama la ley “burguesa” para los amigos y la ley propia “revolucionaria” para los enemigos.
El mismo pensamiento de la dictadura que, al parecer, sigue vigente para “los correligionarios” que nunca cometen delitos, ya que ellos son los jueces supremos.
Es decir que se juzga y se condena a alguien a criterio de los secuestradores. Ya que ellos mismos se declararan jueces y verdugos para enjuiciar sin juicio previo ni derecho a la defensa, que vendrían a ser dos de los puntales de la democracia en pro de los derechos humanos.
Para ellos, por lo visto, ellos son los únicos humanos. Los demás, ciudadanos de segunda, sin derechos ni garantías.