Seis miembros del directorio ejecu­tivo del Fondo Monetario Interna­cional (FMI) estuvieron en nuestro país entre los días 16 y 17 de mayo para mantener reuniones con autoridades económicas. Y en un documento que dieron a conocer al final de su visita señalaron que la economía paraguaya obtuvo resultados muy positivos en los últimos 15 años, con una de las tasas de crecimiento más elevadas de la región, con sólidas políticas macroeco­nómicas, con una política monetaria creíble, bajo déficit fiscal y escaso endeudamiento. Los ejecutivos del organismo internacional aseguraron que eso posibilita una capacidad envidiable.

Resaltaron que, en los últimos 15 años, el país avanzó considerablemente en el frente social, ya que las tasas de pobreza y la des­igualdad de ingresos disminuyeron sustan­cialmente en ese tiempo. Sugirieron que de cara al futuro se mantengan esas iniciativas para facilitar la diversificación y mejorar el crecimiento de la productividad y así ele­var el nivel de vida de todos los paraguayos y estar cerca de los países avanzados.

Los elogios de los máximos exponentes del más importante organismo mundial de la economía y las finanzas son para poner orgulloso a cualquiera. Y se deben a que nuestro país ha mantenido una línea econó­mica alejada de la contaminación política partidaria que, por ejemplo, han sufrido en esos tiempos la Argentina y Venezuela.

En los últimos quince años, se sucedieron presidentes de distintas extracciones, sin que se contamine de politiquería la ges­tión económica, que felizmente transcu­rrió mediante las reglas del libre mercado, con equilibrio presupuestario, con política monetaria sensata, con bajo nivel de déficit fiscal, que ahora son la envidia de otros paí­ses de la región y del mundo. Y eso porque los gobiernos optaron por aislar la política sectaria de la gestión económica, dejando la conducción de la economía en manos de los actores económicos. Contrariamente a lo que pasó en la Argentina, por ejemplo, donde la contaminación política terminó derrumbando la economía al interferir en sus planes y estrategias.

Por eso sorprende, aunque no extraña, la actitud del Frente Guasu y la política de algunos medios de comunicación que quie­ren sembrar la inquietud financiera, acaso para emprender un camino de retroceso que nadie sabe cómo podría acabar. Es impor­tante advertir sobre el peligro de esa mani­festación del odio político en la actividad económica que en países como en Argen­tina y Venezuela ha terminado por provo­car el lamentable descalabro del sistema financiero. Es obvio que a gente como la del Frente Guasu, que apoya la dictadura de Venezuela que está causando el mayor infortunio político, económico y social de su historia, no se le puede pedir que cuide el sistema financiero paraguayo. Sería como proponer el suicidio del país.

Teniendo en cuenta lo acontecido en los paí­ses mencionados, es necesario advertir que no es saludable acosar a los actores del sis­tema financiero por el simple hecho de reali­zar oposición política o criticar ciertas postu­ras o personas. Porque en el fondo el daño que se pudiera ocasionar al país será muy grave si se llega a erosionar la confianza hacia nues­tras instituciones y se precipitan hechos que solo pueden traer la frustración a la ciudada­nía, como ocurre en las citadas naciones.

Felizmente, el Paraguay tiene instituciones públicas que cumplen y hacen cumplir las normas, reglamentos y disposiciones regu­ladoras del sistema financiero. Por lo que se puede garantizar que todas las operaciones que llevan a cabo las empresas que intervie­nen en el mercado están dentro de la legali­dad y lo que aconsejan las buenas prácticas administrativas.

Por estas razones son inaceptables, y peli­grosas, ciertas campañas de medios y gru­pos políticos que solo pretenden sostener sus posturas engañosas mediante un lamen­table canibalismo desconociendo la reali­dad con el propósito de destruir. Y por ello mismo hay que rechazarlas con toda energía para hacer que se imponga solamente la ver­dad de lo que acontece en los hechos, lejos de las patrañas y los odios infecundos.

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