Es indudable que la irrupción de la tecnología ha servido para dotar de practicidad cualquier actividad que ocupa al hombre desde los avances en el campo de la medi­cina, de la economía o de la educación. En una palabra, los avances tecnológicos han ayudado a mejorar la calidad de vida de millones de personas en las últimas déca­das.

No cabe duda que en el campo de la educa­ción el aporte de las nuevas herramientas ha hecho posible el enorme progreso de las naciones que hoy miran con optimismo al futuro.

Las grandes sociedades, las más modernas y avanzadas de nuestro planeta, han sabido conjugar el sistema educativo y adaptar­las a los desafíos que han representado y representan estas herramientas. Los ejem­plos exitosos se cuentan por docenas en los países del primer mundo en donde, además de contar con este soporte, han aggior­nado también sus esquemas de enseñan­zas. Escandinavia, Japón, China o Taiwán, entre otros países del primer mundo, han apostado decididamente por el conoci­miento. Con una clara visión y con princi­pios que se han convertido en eje central de sus políticas: la base de todo progreso, de un progreso real, es la apuesta por la edu­cación.

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Solo a modo de apostilla, el caso de Tai­wán es un modelo extraordinario, digno de destaque. Hace apenas cuatro décadas esta pequeña isla no mayor en tamaño a los departamentos de Concepción y San Pedro era una economía basada en la agricultura y los productos primarios. Pero hubo un quiebre en la mentalidad: para poder seguir creciendo había que introducir profundas transformaciones. Apostaron a diversificar e incentivar lo que mejor sabían hacer: tec­nología. Y hoy este pequeño Estado del este del noreste de Asia, con más de 23 millones de habitantes, es una de las 20 economías más pujantes a nivel global.

Este enorme salto fue posible estable­ciendo una línea a seguir, pero con la clara idea de que con educación, y sumado a la tecnología, es posible establecer cambios reales y profundos.

Si bien en Paraguay las condiciones geográ­ficas y socioeconómicas son muy diferentes a la isla de Formosa, es indudable que hay procesos que han servido a naciones como Taiwán a poder desarrollarse. Hay ensayos que con el correr de los años dejan entrever que pueden provocar enormes avances.

Esto tiene que ver con la implementación adecuada de educación y tecnología. Los ensayos realizados hasta ahora en nues­tro país son alentadores. Al programa “Una computadora por alumno” que se aplicó con cierto suceso en escuelas de Cordillera y Central ha mostrado que con las herra­mientas adecuadas y con la guía correcta los estudiantes tienen mejores rendimien­tos y desempeño en el aula.

Otro aspecto que ha cobrado enorme rele­vancia y que viene exhibiendo resultados es la introducción de la robótica básica a la malla curricular de escuelas y colegios del sistema local.

Ejemplos positivos hay también por doquier, pero el caso del Centro Educa­tivo Arambé, enclavado en una zona vul­nerable de Luque, es probablemente una muestra de que el aporte del sector privado genera estímulos y a través de estos estí­mulos mejores estudiantes. La robótica como materia ha posibilitado no solo tener mejores estudiantes y también ha servido para destacarse en competencias del rubro, tanto a nivel local como internacional.

Recientemente, alumnos de Arambé y otros equipos paraguayos se lucieron una vez más en el Mundial de Robótica que se realizó en la ciudad de Louisville, en Esta­dos Unidos, compitiendo contra miles de estudiantes provenientes de 50 países.

La robótica como materia ha ayudado a muchos chicos a hallar un estímulo y desde allí a poder proyectarse. Este pequeño botón, en medio de ese gigante que es el sis­tema educativo del Paraguay, puede ser­vir como parámetro de hacia dónde debe orientarse la enseñanza en nuestro país.

Ojalá esta iniciativa, que se produce hoy en pequeño porcentaje, siga creciendo, pues está más que claro que los cambios llegan con políticas adecuadas.

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