Cuando todo parecía tan fácil y hasta los contrarios se habían puesto de acuerdo en el Con­greso en un tema que, más tarde o más temprano, tenía que explotar por razones más que obvias, es decir que había que sancionar a “Payo” Cubas tras su intervención legislativa carnavalesca de lanzarle agua en plena sesión del Con­greso a su “colega” Galaverna, como quien está jugando a carnaval en plena sesión legislativa, más en la tesitura de un pro­vocador que de un legislador, por lo que se supone que se le está pagando un salario y uno muy jugoso, por si fuera poco.

A primera vista, la cuestión parecía de lo más obvia: sancionar a un legislador que en plena sesión de la Cámara Alta se com­porta como un patotero en vez de, lo que se supone que debe hacer, legislar, deba­tir, opinar. Así que la cuestión no tenía por qué pasar a mayores: suspenderlo y, dados los precedentes de pugilato e inte­rrupción de la labor legislativa, darle una sanción ejemplar.

Ni siquiera fue para tanto; la sanción fue hasta bondadosa y generosa si se analiza el descalabro que el esteño está provo­cando a conciencia y con mala leche; es decir, con la intención de hacer escándalo y hacerse publicidad, apoyándose en el desprestigio que tienen políticamente los legisladores, merecido, pero azuzado por redes y medios que echan leña al fuego con la facilidad de crear desprestigio en una institución legislativa que ha dado la espalda a la ciudadanía no solo en base a privilegios y despilfarros, sino a actitudes abusivas e incoherentes de falta de res­peto a la propia Constitución y a las otras instituciones democráticas; es decir, a manejarse con cierta autarquía capri­chosa e inconstitucional.

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Fue así que se encontraron peleándose entre sí por quién heredaba la curul que queda libre con la sanción del desqui­ciado senador, con la consecuencia de que el pugilato se hizo extensivo a casi toda la cámara, con excepciones memora­bles, con la consecuencia de que hasta se planteó levantar la sanción para evitar el nuevo pugilato generalizado.

La cuestión es bastante simple: cómo sancionar a un infractor, cuando abun­dan las infracciones y los infractores; hasta más graves y alevosas, no solo por violar las mismas normas de la cámara, sino por ignorar mandatos de institucio­nes como la Corte Suprema y la Justicia Electoral, bases de la democracia, atrope­llando incluso el mandato del voto popu­lar; es decir, la máxima ley de la demo­cracia.

En base a qué pueden reclamar coheren­cia y respeto los senadores que se han proclamado por encima de otras insti­tuciones, desde una institución que está operando en forma absolutamente irre­gular con senadores truchos, con abso­luta falta de respeto a sus pares y, muy especialmente, a los máximos electores, los ciudadanos que han puesto su voto en las urnas en base al derecho fundamental de la democracia.

Vale la pena reflexionar porque, eviden­temente, estamos ante la conjura de los necios, quienes terminan contraria­dos por sus propios pares, empantana­dos todos por la misma prepotencia y la misma necedad.

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