La Organización Panamericana de la Salud (OPS) emitió hace pocos días una alerta sobre la posibilidad de que el continente viva una nueva epidemia de dengue, semejante a las que soportó en el 2010 y el 2013. Este temor es consistente con las cifras de contagios que, apenas en el tercer mes del año, se están dando en Paraguay y en otros países de Sudamérica, con números mucho más altos que los registrados en el 2017 y el 2018. El dengue es ya un mal endémico en nuestro país que presenta la aparición de brotes epidémicos cada cierto tiempo. De hecho, el dengue es ya un enemigo que se ha arraigado profundamente en nuestras comunidades a un punto tal que son muchos los que creen que su erradicación es prácticamente imposible y que a lo que se puede aspirar, a lo sumo, es a mantener su propagación bajo ciertos niveles de control. El dengue no solo causa muertes, sino también largos y dolorosos períodos de convalecencia en las personas que lo padecen.

Con frecuencia las secuelas de la enfermedad se sienten meses e incluso años después. Las epidemias de dengue llevan al límite de su capacidad a todo el sistema de hospitales públicos, consumiendo además un ingente volumen de recursos financieros, técnicos y humanos.

La enfermedad impacta en la economía doméstica de los afectados, en la administración de salud pública y en general en el conjunto del aparato productivo, atendiendo al marcado aumento de ausencias laborales. Así las cosas, salta a la vista que es preciso diseñar una estrategia a largo plazo para hacer frente al desafío planteado por este mal y los otros, que son transmitidos por el mismo mosquito. Esa estrategia debe incluir y superar las acciones inmediatas y puntuales, y proyectarse hacia los próximos años buscando la erradicación de estas enfermedades, una meta muy lejana y difícil, pero no inalcanzable.

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Una visión más a futuro debe asentarse en tres ejes fundamentales. El primero de ellos es el trabajo permanente –no solo en períodos de epidemia– con las organizaciones vecinales. No habrá fumigación que valga sin la eliminación sistemática de los criaderos del vector, la cual es imposible sin que se involucre la comunidad.

La limpieza de baldíos, la identificación de las casas más problemáticas y la cooperación entre vecinos son factores determinantes de una eventual victoria contra una enfermedad que reaparece cíclicamente. Es crucial fortalecer el sentido de identidad y el compromiso con el barrio, la compañía, la comunidad, para atacar con éxito este problema de Salud Pública. El segundo eje debe ser la educación.

El conocimiento del dengue, chikungunya y el virus del Zika, así como el ciclo de reproducción del aedes aegypti y la forma de combatirlo deben intensificarse en escuelas y colegios. En estas instituciones se debe fomentar además la labor comunitaria y el sentido de responsabilidad ciudadana en esta tarea. Es indispensable formar a niños y jóvenes para que comprendan a cabalidad el papel que pueden y deben desempeñar en una cruzada contra las referidas enfermedades.

Finalmente, Paraguay debe acompañar de cerca los avances científicos en la investigación de la detección rápida y el tratamiento del dengue y las demás dolencias.

En Brasil, en Cuba y en otros países de América Latina se vienen ensayando distintas armas para combatir al vector y también alternativas para prevenir o tratar la enfermedad. Nuestro país no debe estar ausente en este intercambio científico y se deben redoblar los esfuerzos para contribuir también en este campo. Este es el único camino, la única estrategia viable para vencer a largo plazo al dengue. De lo contrario, las epidemias, grandes y pequeñas, nos acompañarán durante muchos años más y seguiremos lamentando pérdidas humanas y económicas cada vez más significativas.

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