Es una de las estadísticas más tristes que el Paraguay no puede reducir: la de los accidentes de tránsito y sus tremendas consecuencias en la vida de miles de personas, especialmente jóvenes. Si bien en todo el mundo el tema de los accidentes viales es una epidemia que causa grandes trastornos en la sociedad, comenzando por las frías cifras de los gastos que debe erogar el Estado en concepto de atención de la salud, los altos índices de discapacidad permanente o largos tratamientos a los que son sometidos los pacientes y, por supuesto, el dolor y la tragedia con la que se enlutan miles de familias en los casos de muerte.

De acuerdo a datos ofrecidos por la Dirección de Beneficencia y Ayuda Social (Diben), que encabeza y coordina la campaña “Cuidate NA” con varias instituciones oficiales, además de organizaciones civiles, el Estado paraguayo destinó en los últimos años entre 340 y 670 millones de dólares en casos derivados de las consecuencias de los accidentes de tránsito, la inmensa mayoría de ellos jóvenes de entre 15 a 29 años de edad. Muchos de ellos perdieron finalmente la vida por las graves lesiones, otros han quedado con graves discapacidades permanentes o deben someterse a largos tratamientos para recuperar sus posibilidades. Además, los daños repercuten en las familias de los mismos que deben afrontar un cambio de vida con consecuencias diversas y todas tristes, además de costosas.

Como dicen las personas mayores. Todos ellos “en la flor de la edad” productiva, en etapas en las que lo primordial debería ser su capacitación, estudios o tareas creativas, pasan a engrosar la triste estadística de los 20,7 fallecidos cada 100 mil habitantes que ostenta el Paraguay como una de las más altas tasas de fallecimiento a causa de siniestros de tránsito en la región y en el mundo.

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Los accidentes de tránsito son la mayor causa de muerte de personas de entre los 15 y los 44 años, un motivo más para que toda la sociedad se cuestione qué se está haciendo mal o cómo aminorar la marcha hacia tanta tragedia que enluta a muchas familias.

Una de las claves, según lo expresan los especialistas que participan activamente en las diferentes campañas, es la educación vial. Cualquiera que maneja o circula por calles de las ciudades y especialmente por las rutas del país puede ver a cada paso un verdadero muestrario de lo que no debe hacerse al conducir un vehículo de cualquier porte. Los motociclistas que –sin casco– se sumergen en el mar del tránsito con una especie de espíritu kamikaze, sin respetar en lo más mínimo las reglas de tránsito más elementales y ni siquiera los colores de los semáforos son además los más expuestos a padecer en carne propia las consecuencias de cualquier roce o choque.

Los conductores de vehículos de todo porte suelen circular desatendiendo orondamente las reglas mínimas a respetarse. Los adelantamientos indebidos son y han sido causa de muchas muertes y graves accidentes totalmente prevenibles en cualquier circunstancia.

Muchas son las voces que afirman, cuando se habla de la irresponsabilidad de los que conducen vehículos de todo porte, que es demasiado fácil acceder a un vehículo, especialmente motocicletas, en nuestro país, así como fácil es lograr un carnet de conducir emitido sin que el solicitante deba atravesar la menor prueba de capacidades ni conocimiento de las leyes de tránsito. Las respuestas a esas afirmaciones no se hacen esperar. Se trata, según otras voces, de la única manera que encuentra la enorme mayoría de trabajadores, docentes y hasta estudiantes de las diferentes ciudades y zonas rurales de cumplir con sus tareas y obligaciones. ¿La razón? El pésimo sistema de transporte público, que es tan insuficiente como de baja calidad, además de escaso y peligroso. Solo basta recorrer cualquier barrio de la capital, por ejemplo, para encontrar en sus calles a unidades de transporte público que presentan averías, detenidas en espera de rescate; ver cómo viajan las personas en horas pico y el estado de los micros en los que uno va montado a su suerte, orando para llegar sano y salvo a su casa.

Las alternativas que pueden ayudar a mejorar el caótico sistema de transporte público son muchas si se mira con objetividad las soluciones que han probado y están vigentes con éxito en distintas ciudades del mundo, incluso las de la región, con características similares a nuestro país y sus necesidades. Pero para que cualquiera de ellas pueda ser aplicada a nuestra realidad debemos, primero, asumir la responsabilidad en forma conjunta y trabajar duro desde la educación en la infancia, las campañas masivas y con el trabajo serio y responsable de las instituciones encargadas de estudiar, poner en marcha y concluir adecuadamente las reformas necesarias para establecer alternativas viables para la ciudadanía. De otra manera, seguiremos lamentando pérdidas de vidas y gastos siderales en atención de las víctimas de este verdadero flagelo.

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