Más allá del descontento, por los tarifazos y el “golpe a la gente”, al menos a la más común de “las gentes”, la de menores recursos, no se ha sentido aún el gobierno de Marito… salvo en la campaña de negociaciones políticas partidarias, en pos de una constituyente, una vertiginosa carrera que está llevando adelante para lograr a la brevedad, al parecer, un consenso para una convención acordada, un tema en el que han patinado más o menos todos los presidentes de la transición, ya sea por apurarse en declarar el deseo de ser reelectos o por dejarlo para el último momento del mandato, con lo que ya no hubo tema para negociar, sino apenas para embarrar la cancha, sospechando que el presidente en ejercicio podría tener ventajas.

Y aquí hay que tener en cuenta una declaración de “principios” clave, ya que Marito cerró su discurso de asunción de mando anunciando categóricamente que dentro de cinco años se irá a su casa, obediente a la Constitución que “obliga” a tal destino, según algunos intérpretes, más interesados en sacarse del medio a posibles contendientes que a respetar la Carta Magna. Es decir, que los sectores políticos con los que Marito está negociando, lo primero que deben plantearse, aunque sea para sus adentros, es si viene como posible candidato o como futuro “presidente emérito”, lo que, si se tratara de buena fe, podría darle cierto crédito, pero es sabido que en política no suelen existir decisiones individuales, puesto que los que pugnan generalmente son partidos, movimientos, alianzas…, es decir que la palabra de uno solo no tiene peso; pero, además, ¿cómo confiar a futuro? En esta pregunta puede estar la respuesta a que el Partido Colorado esté relegado y por el momento al margen de las negociaciones.

Visto el panorama hasta la fecha, con el proceso en marcha, pero aún en pañales, cabe preguntarse por el futuro de esta negociación que, sin duda, está en el centro de la lucha política y que sería necesario transparentar poniendo todas las cartas sobre una mesa en la que estén todos los jugadores. Hay consenso en que aquí está uno de los conflictos más fuertes de nuestra vida política democrática.

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Claro que no se trata solo de simplificar la cuestión del conflicto a las “listas sábana”, como propone el populismo, lo que sería fácil de resolver. Hay también diversas “intenciones” de transformar la Justicia Electoral, un aparato que hasta ahora, en lo esencial, no ha tenido cuestionamientos de los observadores internacionales, sino todo lo contrario, y sí intentos de manipulación por parte de sectores políticos, tratando, como en las últimas elecciones, aunque no es el único caso, de ganar con el escandalete público en vez de con los votos.

Si algo reina entre nuestros políticos, más que la unión o el respeto con el objetivo de gobernar positivamente, es la voluntad de asociarse para sacar ventajas a costa de los otros, de ahí que lo fundamental para que esta propuesta tenga futuro es la transparencia ante la ciudadanía, no solo entre los políticos, un punto de vista capital para que haya un juez que, fuera de los intereses sectoriales o sectarios, que son más frecuentes, puede medir imparcialmente el proceso, porque, hablando claro, los políticos tienen poco rédito coyuntural y menos futuro, y, más aún, en este proceso de sectarización, porque tienen patas cortas y muchos especialistas en zancadillas; muchas promesas y muchos abrazos republicanos, en fin, de los que le costaron la vida a Julio César… “tú también, Bruto, hijo mío”.

Esa es la pregunta del millón en una política tan zigzagueante como la nuestra, donde las alianzas y los líderes cambian de camiseta más que los cracks de fútbol en las ligas multimillonarias.

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