Gran escándalo ha provocado en medios y redes el caso de un padre que se ha “viralizado”, cinto en mano, cintareando a un menor. Se ha leído y escuchado en estos días, acompañado de los calificativos: de forma violenta o salvaje o brutal es decir, lo que obliga a plantearnos como sociedad la pregunta de si hay una forma de castigar a cintarazos a una criatura que no sea salvaje, brutal, violenta; y habría que añadir, criminal, no solo por los rastros físicos que dejan los golpes feroces; los daños mentales, psíquicos que dejan, aunque no sean palpables, son mucho más duraderos y dolorosos que las huellas físicas que marcan.

No es casual que el vandálico hecho se haya producido justo tras unas semanas en que la “democracia” del cintarazo se ha convertido en protagonista en el mismísimo Congreso y que referentes influyentes de la sociedad, incluyendo a intelectuales, y hasta un obispo, hayan aplaudido a su reivindicador y principal propagador, el senador Paraguayo Cubas, que ha reivindicado el uso del cinto como “corrector”, retrocediendo por lo menos diez siglos en contra del progreso de la civilización, que descartó hace ya mucho tiempo el brutal y salvaje eslogan: “la letra con sangre entra”: los grandes maestros de la literatura universal, desde tiempos inmemoriales nos enseñaron que la letra entra mucho mejor practicando la lectura, el libro como herramienta, más que la “sangre” desparramada a cintarazos.

Los tiempos modernos, que ya son bastante añosos, nos muestran que la violencia solo engendra violencia, y la humanidad ha sufrido y sufre ese descalabro de la barbarie, produciéndose el fenómeno del retorno a las cavernas, por incapacidad de “destrabar con la lengua, con la razón y el diálogo, los conflictos y diferencias, antes que destrabarlos a dentelladas, o a cintarazos, duelo en que, obviamente, triunfan los más violentos, los más salvajes, los más brutos.

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Es más que preocupante, porque en una sociedad irritada, como la nuestra, no es difícil que se desaten los ánimos.

Por suerte, hay una contrapartida que aplaudir, en general, la de los escrachadores, que, mayoritariamente, han sabido hasta ahora utilizar el ingenio, la iconografía callejera, los tradicionales Judas Kái, la protesta, la verba y la tenacidad para manifestar sus iras y protestas. Mayoritariamente, porque también se ven de pronto aires de vendetas y cobros de facturas políticas camufladas de protestas democráticas.

Lamentablemente, como ya se ha puesto en evidencia en la palestra, los malos ejemplos son más fáciles que el uso del ingenio. Por de pronto, ya se ha puesto en marcha la “escuela” primitiva, y aparecen discípulos teóricos de la política del cintarazo, y hasta aprendices, como es el caso de una diputada que ha seguido el ejemplo y se fue al Congreso a esgrimir una zapatilla, ese otro viejo recurso de “enderezar” a los “díscolos y disidentes”, pues de eso se trata.

Siguiendo ese derrotero, no sería extraño que en el Poder Legislativo, dentro de no tan largo plazo, tengamos, en vez de un parlamento, un garrotemento legislativo y, de ahí a reivindicar a los garroteros y macheteros de los tiempos dictatoriales, hay un solo paso… o menos.

Según la información en los medios, el padrastro “infeliz” huyó llevándose al menor, antes de que la Fiscalía atinase a tomar medidas de protección contra la víctima. Es de esperar que reaccione y recupere y salve al menor del cinto criminal, que al menos tiene vergüenza o miedo por los actos violentos que ha realizado. Los otros se muestran ostentosos esperando y, lo que es más grave, recibiendo los aplausos.

Los cintareadores políticos han tenido más suerte, andan tan campantes y hasta han recibido elogios.

Y, si sigue cundiendo la impunidad y los aplausos, lo de reivindicar a los garroteros puede terminar siendo más que una paradoja para reflexionar, un modelo de la “política y los políticos que queremos; y el ejemplo para las nuevas generaciones.

Está claro que el país está descontento contra el Poder Legislativo, por los privilegios que se han ido incrementando, casi sin que nos demos cuenta, con el paso del tiempo de la democracia; por causa, también, de la indiferencia ciudadana satisfecha con el plagueo. Ya no podemos atacar solamente a los partidos tradicionales, la tendencia es que los que se incorporan, con excepciones memorables, terminen mayoritariamente en la misma bolsa, de todos los sectores, incluso los más bisoños en el oficio. El problema que se trata es el de haber instalado una casta privilegiada; hay que devolverle al Congreso eso que últimamente se ha planteado como añoranza, la falta de señorío.

La protesta desatada es justa y necesaria; y hay que saber canalizarla hacia un cambio en pro de la democracia, no de los “profetas” del latigazo, los pregoneros de la violencia. Lo que hay que exigirle al Congreso es algo más que señorío, es coherencia, política y legislativa, eficiencia y respeto a los ciudadanos, que somos sus votantes y sus mandantes.

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