Llamativamente, el primer jefe de Estado que ha visitado el Para­guay en la gestión del presidente Mario Abdo Benítez es un manda­tario árabe, el emir de Qatar, uno de los paí­ses importantes en el concierto del mundo musulmán. Con el emir Sheikh Tamim Bin Hamad Al Thani se firmaron algunos acuer­dos de índole muy general, que expresan las buenas intenciones de relacionamiento de ambos gobiernos, pero sin concertar proyec­tos bien concretos y calificados de coopera­ción económica y comercial.

La Cancillería Nacional no dio mayores deta­lles de lo suscrito para despejar la nebulosa de lo firmado, que se manejó más bien con el palabrerío típico del decir sin decir nada del mal llamado lenguaje diplomático.

Qatar es un país que tiene la mayor renta per cápita del planeta y el índice de desa­rrollo humano más alto del mundo árabe, donde se jugará la Copa Mundial de Fútbol en el 2022. Es una nación que, a pesar de ser pequeña (tiene el tamaño del departamento de Caaguazú y una población de 2 millo­nes y medio de habitantes), posee la ter­cera mayor reserva de gas natural, lo que la convierte en una gran potencia económica. Por eso es extraño que el acuerdo firmado no haya sido de mayor alcance económico y proyección para los intereses del Para­guay, como es de esperarse tratándose de la potencia mencionada.

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Por eso es que toma cuerpo la idea de que la visita del jefe de Estado de Qatar es prin­cipalmente una etapa más del proyecto de estrechar vínculos a ultranza con el mundo árabe de la administración de Abdo Benítez en desmedro incluso de intereses que tiene el Paraguay con otros países del mundo. Pareciera que no importa mucho lo que se decida en términos económicos y cultu­rales, sino más bien el alcance político de acentuar la aproximación árabe más que nada en la que está empeñado el Gobierno.

Si bien el Estado de Qatar es una potencia económica, en su relacionamiento externo ha tenido conflictos con otros países árabes que conviene puntualizar y, sobre todo, evaluar porque forma parte de su imagen como país. En junio del 2017, Arabia Saudita, Baréin, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, además de otros Estados musulmanes, cortaron rela­ciones diplomáticas con Qatar y le impusie­ron un bloqueo por la acusación de apoyar y financiar el terrorismo y manipular los asun­tos internos de sus Estados vecinos como parte de sus tensiones con Arabia Saudita.

Esta grave acusación no se puede echar en saco roto a la hora de evaluar con qué países y qué gobiernos se está asociando la admi­nistración Abdo Benítez en su escalada proárabe.

En este campo se pueden incluir la deci­sión del Gobierno de acercarse a Turquía y el reciente coqueteo con la República Islámica de Irán, que no son árabes propiamente, pero sí musulmanes y enemigos de Israel. Son dos países con un perfil democrático muy cues­tionable con cuyo relacionamiento no se sabe qué podrá obtener el Paraguay, pero que tiene la importancia de acentuar la coincidencia con el mundo proárabe a ultranza, sin impor­tar la calidad de los nuevos socios.

El relacionamiento internacional del país, que es tarea del Gobierno, tiene que estar regido más que nada por los intereses de la República del Paraguay y no por las apeten­cias, caprichos o tendencias ideológicas o políticas de sus ocasionales gobernantes. Por eso es necesario llamar fuertemente la aten­ción a la administración actual por pisotear relaciones con países con los que nos une una tradicional amistad y cooperación y por el afán de unirse a cualquier precio a amistades no recomendables.

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