La preocupación por la calidad de la educación que reciben los niños y jóvenes en las etapas primarias y secundarias es una de las más impor­tantes entre las prioridades a ser encaradas con seriedad. Paraguay, como todos sabemos, tiene a su favor el bono demográfico, que lo pone como país entre los más aptos para desa­rrollar políticas destinadas a formar adecuada­mente a esa gran mayoría de población joven.

Todos estamos de acuerdo en que la calidad de la educación debe aumentarse y adecuarse a los tiempos que corren; tiempos y realidades que avanzan demasiado rápido para los caminos trazados por las anteriores reformas educati­vas que, si bien hicieron lo suyo en favor de la modernización de la educación, no están ahora a la altura de las exigencias.

Esto es muy normal y es bueno que nos cues­tionemos la calidad educativa, ya que eso implica interés de la sociedad toda en mejo­rar ese aspecto trascendental del desarrollo del país. Pero en ese camino, no debemos dejar en segundo plano, aspectos importantes de la formación integral de la persona que aporta­rán, además del conocimiento técnico y de alto nivel de rendimiento, otras cualidades y capa­cidades que lo enriquezcan como individuo sin olvidar a los demás, a toda la sociedad.

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Es muy positivo e importante que para adecuar al sistema educativo se convoque a los mejo­res exponentes de lo que podríamos llamar el “todo” del pensamiento y la tecnología actual. Además de la adquisición de conocimientos en desarrollo tecnológico, tendríamos que equi­parar lo último y más trascendente en el cono­cimiento del pensamiento humano, el estu­dio de nuevas formas de encarar los métodos de enseñanza que sacan a docentes y alumnos de la comodidad o la incomodidad de los siste­mas basados en viejas premisas que separan a los “aptos” y a los “otros”, los que no caben en el esquema.

Y hacerlo teniendo en cuenta que, mirando con interés la historia, podríamos aprender de los errores cometidos por los sistemas edu­cativos basados solamente en la capacidad para retener información o hacer cálculos, sin tener en cuenta la inmensa variedad de talen­tos y capacidades de la que vienen munidas las personas que muchas veces han triunfado, “por fuera” del sistema, como lo fue el propio Einstein, por citar solo uno de miles de casos conocidos.

Entonces, podemos decir que la reforma o la elaboración de cualquier cambio o mejora del sistema educativo debe contener la mayor amplitud de miradas posibles. No se trata sola­mente de lograr gente supercalificada para desempeñarse en el mundo laboral, restrin­giéndolo a lo que pensamos que hoy “hace falta”. Sería bueno tener como objetivo educar a personas que sean capaces de elegir, discer­nir, aprender y crear, si hiciere falta, nuevos caminos que abran las puertas del futuro, para ellos como individuos y que además beneficien a toda la sociedad.

Cualquier sistema educativo exitoso que tanto citamos hoy, como los aplicados en países nór­dicos o de oriente, se basa en una fuerte inver­sión en sistemas educativos que despliegan un amplio abanico de posibilidades ante los ávi­dos ojos de los niños y adolescentes. Lo hacen sabiendo que cualquier plan, si es rígido y sos­tenido solamente por un aspecto de la ense­ñanza, con el avance de la ciencia y la tecnolo­gía, perderá vigencia en poco tiempo. Por ello, se busca incorporar la ciencia como la bús­queda constante del conocimiento y en desa­rrollar la capacidad y “curiosidad” de los estu­diantes para que el amor por el aprendizaje se convierta en una forma de vida que se proyecte más allá del horario escolar y de las tareas lle­vadas a casa.

Pero tampoco se dejan de lado otras maneras de recibir educación como el trabajo en equipo, el fomento del conocimiento interpersonal y el desarrollo de la empatía y de la solidaridad, porque saben que sin esas cualidades humanas se le quitaría el mejor rostro de esa formación de alto nivel científico y tecnológico que los impulsa a servir a la humanidad con lo mejor de sus logros.

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