Un capítulo extraordinario que sacude a todo el país es el que se veri­ficará la tarde/noche de hoy y que tendrá como escenario el imponente estadio de La Nueva Olla. Hoy, la feligresía cató­lica paraguaya está de fiesta puesto que por pri­mera vez una mujer nacida en estas tierras será elevada a los santos altares: María Felicia de Jesús Sacramentado Guggiari, más conocida como Chiquitunga, será la primera beata de los paraguayos, que ya cuenta con San Roque Gon­zález de Santa Cruz entre sus protectores.

En un imponente escenario que incluirá un colosal y magnífico retablo armado por el artista misionero Koki Ruiz, miles de fieles paraguayos congregados en oración y júbilo podrán rendirle homenaje a Chiquitunga.

No sólo es un motivo de devoción, sino también de orgullo, puesto que la corta vida terrenal de Chiquitunga ha sido extraordinaria y consa­grada siempre al amor del prójimo. Un arque­tipo para la comunidad y de fervor a las creen­cias en un ser superior.

Ella era la mayor de entre siete hermanos, y pertenecía a una familia tradicional, de buena posición y educación de la ciudad de Villarrica. De niña destacó por su inusitada piedad e incli­nación hacia las obras de caridad, mostró una inusitada entrega a los más pobres y los desvali­dos desde su ciudad natal, donde pudo conocer de cerca las enormes carencias y la profunda angustia que genera la pobreza. Luego de tomar los hábitos, ya en una etapa adulta, Chiqui­tunga decidió trabajar de lleno como carme­lita descalza por los menos favorecidos y de esta manera se desempeñó activamente dentro del movimiento Acción Católica hasta los 30 años.

Pero no solo su trabajo con el semejante, con el despojado, con el que sufre fue lo que más des­tacó en la impoluta vida de esta mujer bende­cida, sino su permanente alegría, su amor y su inconmensurable fe. Era muy alegre y brillaba por su sencillez, virtudes que hoy día están casi extinguidas en un mundo dominado por las vanidades y las afectaciones.

Un mundo concebido desde la frivolidad o la ligereza estaban completamente fuera del inte­rés de esta noble mujer que es recordada por quienes la conocieron –familiares, ex alumnos y discípulos– por una modestia a prueba de todo.

Durante su trabajo en la Acción Católica esta guaireña universal también hizo gracia de su incomparable amor por los más jóvenes, en quienes concentró su entrega y esmero sir­viendo como guía y como hermana espiritual. Es por eso que Chiquitunga es considerada ya hoy como la patrona de la juventud paraguaya, por haber sido un modelo de vida íntegra y de recato. Una muestra de su enorme acepta­ción en las nuevas generaciones es que casi la totalidad de los voluntarios que trabajarán en el evento especial en el estadio azulgrana son jóvenes.

La beatificación de esta noble mujer compa­triota, de por sí un hecho religioso que marca a todos los creyentes católicos de este país, debería también tener un significado transfor­mador, tal como lo sostuviera el artista Koki Ruiz, quien quedó absolutamente subyugado y emocionado por el ejemplo de Chiquitunga y que lo impulsó a partir de esta experiencia a plasmar esa colosal obra que es el retablo de la beata.

Así como vivió, modesta y servicial y con un gran amor, simple y con una enorme caridad hacia el prójimo, así de manera sencilla trans­currió su existencia hasta que halló su muerte de manera temprana, alegrando y llenando la vida de las personas que tuvieron la bendición de compartir con ella.

La beatificación de esta mujer paraguaya sin igual, algo inédito para nuestro país, resalta enormemente el valor que tiene la vida contem­plativa dentro de la Iglesia, de la creencia en una fe, pero también es la ratificación que hoy pode­mos ser santos en cualquier lugar y circunstan­cias en que se viva.

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