Sin tener en cuenta que los impulsos de violencia fueron determinan­tes para una serie de deplorables hechos que marcaron la terrible noche del 31 de marzo del 2017, hoy, nue­vamente, ante la obviedad de su derrota electoral, Efraín Alegre reasume el rol que ejerce con lamentable eficiencia: la actitud patoteril para resolver situaciones que ten­drían que dirimirse en los estamentos espe­cíficos de la Justicia Electoral.

La observación internacional aplaudió el desarrollo de los comicios. Los países más emblemáticos de la democracia mundial, como los Estados Unidos, se expresaron congratulando el desarrollo del evento elec­toral; ante ello, con una mezquindad cívica sin precedentes ya el mismo domingo Ale­gre evitó asumir su derrota, pero –aparen­temente– aquella actitud no era solo una reacción emotiva, sino un plan de inciden­tar el proceso de juzgamiento de actas como pudo observarse en el día de ayer.

No le va en saga en materia de irresponsa­bilidad y ausencia de toda ética ciudadana el candidato a senador y líder del Frente Guasu, Fernando Lugo, quien lejos de hon­rar las altas funciones que ejerce como titu­lar de un Poder del Estado se sumó ayer a los contingentes que incidentaron lo que ten­dría que ser una tranquila jornada de juzga­miento de actas electorales.

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El Sr. Efraín Alegre, una vez más, está jugando con fuego, esta vez motivado por su nuevo fracaso electoral. Su actitud pone en riesgo la seguridad de las personas que trabajan en el Tribunal Superior de Justicia Electoral, además de generar grave peligro para todo el proceso electoral y su docu­mentación.

En toda la transición el TSJE ha adminis­trado los procesos comiciales sin cues­tionamiento alguno. El domingo –nueva­mente– la alta observación de la OEA de las elecciones demostró su admiración por el sistema de conteo y su transparencia. Sin embargo, ningún argumento racional puede imponerse al interés ciego de inci­dentar por sobre todas las cosas y pescar, en el río revuelto del caos, un resultado que no ha podido lograr en las urnas ni en el 2013 ni en el 2018. Probablemente Efraín Alegre no es consciente del bochornoso rol que está asumiendo y mucho menos honra con ello la alta dignidad de ser candidato a presidente, aun habiendo perdido en tales oportunidades.

Es de esperar que los segmentos más serios de la política paraguaya, incluyendo los sectores internos del PLRA que ya están hartos de violencia, y las demás postula­ciones que tomaron parte de los comicios salgan a poner una cuota de sensatez de cara a la opinión publica. Si eso no fuera así, sentaríamos un lamentable prece­dente: la Justicia Electoral será perma­nentemente el sitio donde aterrizan per­dedores de todos los colores luego de los comicios a reclamar un resultado basados en una burda campaña de redes, imposible de chequear como legítima.

Alegre y sus adherentes ven el fin de una nueva aventura presidencialista y lejos de la actitud de estadistas que asumen otros, que se esmeran en demostrar altura en la derrota, no tienen otra idea mejor que incendiar de improperios a sus contrincan­tes políticos, a la entidad juzgadora y al pro­ceso electoral.

Es un flaco favor a la democracia y peligroso precedente para el futuro del arbitraje elec­toral de los comicios en el Paraguay. Es hora de que los ciudadanos digan basta a este nuevo intento de atropello a un organismo del Estado paraguayo. Los restos aún calci­nados del edificio del Congreso siquiera tie­nen aún a sus responsables juzgados y con­denados. Es hora de evitar que el fuego del odio político siga arrasando instituciones.

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