Desde aquella artificiosa creen­cia de que en los tiempos de la dictadura estronista se vivía mejor y más tranquilos en las calles de Asunción, ningún organismo de seguridad o iniciativa para mantener a salvo a la población de los hechos delictivos había funcionado.

De ser temida en aquellos años hasta huir despavoridos ante la sola presencia de agentes del orden, en la transición demo­crática la Policía no solo fue rebasada en su principal misión para con los ciuda­danos, sino que también se había conver­tido en una institución de las más corrup­tas dentro del Estado paraguayo. Cuando la prioridad se centra en el mero interés personal es obvio que lo que menos fruto dará una fuerza pública putrefacta es seguridad.

El ciudadano común se sentía indefenso ante la ola delictiva, donde se sucedían a diario los delitos más anodinos como el robo de celulares o de carteras. Las esta­dísticas se encargaban de refutar una y otra vez el discurso de los gobiernos de turno. Parecía que no había solución a este drama que se vive, en mayor medida sin dudas, en grandes ciudades de la región como San Pablo, Río de Janeiro o Buenos Aires, donde los índices de crimi­nalidad son altísimos.

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Sin embargo, hace aproximadamente un año, y viendo la experiencia satisfactoria registrada en otros países, el Paraguay apeló a cambiar de estrategia para hacer frente a la delincuencia de calle. Esa misma que afecta a miles de transeúntes.

El Grupo Lince inició sus labores con poco ruido. Primeramente, su campo operativo se circunscribía a patrullar las principales arterias de la capital. Gra­dualmente fue aumentando el número de integrantes así como las áreas de cober­tura. Fue así que de controlar y reprimir los hechos delictivos en las arterias prin­cipales pasaron luego a cubrir los barrios de Asunción, y luego las principales ciu­dades del Área Metropolitana, como San Lorenzo, Luque o Fernando de la Mora.

Y los resultados saltan a la vista: los índices de criminalidad han descen­dido notablemente en capital en térmi­nos de asaltos callejeros y robos meno­res. En Alto Paraná, por ejemplo, se ha logrado reducir la actividad de decenas de motoasaltantes y en 31 días de labor se ha logrado detener a 183 delincuentes en el Este del país.

En Asunción, los resultados son también satisfactorios según lo expresado por el ministro del Interior, Ariel Martínez, quien aseguró que en Asunción no hubo una sola denuncia contra motoasaltantes en el mes de febrero.

Hoy, la labor del Grupo Lince se ha exten­dido incluso ya a cabeceras departa­mentales y la proyección es poder llegar a cubrir los principales centros urba­nos del país y extender esta ola positiva a todo el territorio.

La tarea aún es colosal, cotidiana, de trabajar diariamente en aquellos secto­res que son considerados claves y en el que el Estado, a través de sus fuerzas de seguridad, debe cubrir. En la actualidad, los miembros de esta agrupación tác­tica motorizada no llegan a los 200 y para poder consolidar su trabajo no cabe duda de que debe haber más recursos, más adiestramiento y en especial inversión en equipamiento.

Merced de estos números, la ciudada­nía que se expresa y manifiesta a través de distintas vías, especialmente en redes sociales, está en su mayoría a favor del actuar de este grupo especializado y le ha brindado toda su confianza. Los resul­tados que hoy enorgullecen a la Policía minimizan las críticas hacia la gestión y el desempeño de estos valerosos agen­tes que día a día tratan de traer alivio y seguridad a miles de personas. Es cierto, hay puntos que hay que mejorar, pero como ensayo el Grupo Lince ha superado con creces las exigencias que se dan en el terreno. Y esto recién empieza.

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