Los titulares de gran parte de nuestros medios han dado un extraordinario destaque a la información anunciada oficialmente por el Gobierno: aumentó la pobreza, sobre todo la pobreza extrema, es decir, la de los hambrientos, o los karu pokã, los malcomidos, como los definió Julio Correa en su feroz denuncia, homónima que el mismo tradujo al castellano: los mal comidos, aunque tomando el vocablo pokã, bien podría traducirse, los que comen de vez en cuando y a duras penas.

No es un fenómeno local, sino regional, sólo que los medios de nuestros vecinos más afectados, más tremendamente afectados que nosotros, Argentina y Brasil, le han dado otro enfoque más realista, aunque viene a ser lo mismo en términos de realidad, pero no en términos de responsabilidades: han subido escandalosamente los precios de los productos básicos, de la canasta familiar; es decir que se ha aumentando el hambre de los ya malcomidos y han pasado a ser peor comidos.

Los datos de la economía general dicen que se ha duplicado en estos últimos años el parque automotor y cada día vemos más vehículos de lujo inundando las calles y enlenteciendo el tráfico, y enrareciendo el ambiente con el combustible quemado marchando a paso de tortuga. La noticia principal por contundencia debería ser que la riqueza crece, lo que, en términos de una sociedad distributiva, debería significar que la pobreza decrece. En nuestra región es lo contrario. La riqueza es privativa, no se trata de la propiedad privada, sino de la privación de la participación de los beneficios en una sociedad.

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El índice de pobreza se mide por la capacidad de una familia de consumir una canasta básica que le permita una subsistencia elemental, por lo menos. Aquí tenemos un fenómeno, menos drástico que el Brasil y mucho menos que Argentina: que los precios se han disparado mucho más. Es decir, con el efectivo con que una familia podía subsistir hasta hace un año fuera de la pobreza extrema, hoy no puede ni pagar el desayuno familiar.

El auge de la construcción, que generalmente se proyecta como un beneficio para la sociedad porque implica trabajo directo e indirecto, aquí no es absorbido por los pobres, sino que es engullido por los ricos, por la vía elemental del aumento desmesurado de los precios al consumidor.

Si miramos las otras cifras más resaltantes de la economía, aparte del aumento de los precios, aparte del consumo de artículos suntuarios, de acuerdo a tal vez la única información en que coinciden todos o casi todos los medios, es en que la riqueza avanza; tenemos más gigantes centros comerciales, que es de suponer que no pierden plata; y tenemos bajos niveles de pagos impositivos, y tenemos más edificios de lujo en estas últimas décadas que en toda la historia del Paraguay.

Pero, si miramos del otro lado, tenemos también un alto nivel de evasión en el pago de IPS, según datos oficiales, escandalosos casos de evasión impositiva… sólo en los últimos días se han denunciado más de 35 firmas en caso de evasión, y hay infinidad de casos de corrupción empresarial ventilados diariamente en los medios, pero que no prosperan en la justicia.

Lo que ha crecido, y debería llamarnos la atención positivamente, en el Paraguay, es la riqueza: lo único que, al parecer, prospera en el Paraguay.

Lo que cabe preguntarse es por qué esa riqueza no fluye, ni para engrandecer al país ni para paliar la pobreza extrema. Ya lo vivimos con Itaipú y Yacyretá, cuando se generó un caudal enorme de riqueza para los ricos y, como paradoja, un aumento de la pobreza para los pobres.

Cuando Correa denunció el karu pokã, se tenía en mente y en la propaganda oficialista, el mboriahu ryguatã, es decir, el pobre bien alimentado, como se traduce generalmente, uno de los mitos de los tiempos de Francia, aunque ryguatã significa más bien harto, es decir, más que bien alimentado.

El índice de pobreza es claro: pese al crecimiento de la riqueza, los precios siguen subiendo, en vez de bajar, pero no los ingresos de los pobres ni, mucho menos, de los más pobres, que bajan a medida que la riqueza aumenta. Los beneficiados con el crecimiento económico quieren ganar más y contratan fuerza laboral sin registro y sin pagar impuestos, ni IPS. La tremenda evasión fiscal y social es la principal causa del crecimiento del índice de la pobreza, que debería ser medido en contraste entre el crecimiento de los gigantes centros comerciales y el índice de mendicación mísera en los semáforos: el índice semafórico de la pobreza, donde se congrega la sociedad mendicante.

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