Paraguay necesita construir una nueva cultura y estructura social, apoyadas en políticas públicas adecuadas, para tener una sociedad que vaya eliminando la violencia como una situación normalizada en todos los géneros. Así sostienen una socióloga y una abogada feminista.

Por Aldo Benítez / aldo.benitez@gruponacion.com.py / @aldo_be

El domingo último, la sociedad paraguaya despertó con dos casos de feminicidios, con lo que suman cinco en lo que va de enero de este año. Un comerciante, de 69 años, mató a su ex esposa y a su hija. Después se suicidó. El hombre estaba con una orden judicial de no acercarse a la vivienda, ya que había sido denunciado anteriormente justamente por violencia familiar. En el barrio, todos los vecinos sabían la situación de permanente agresiones que sufrían las mujeres.

Yo creo que en el caso de los feminicidios hay factores específicos que tienen que ver con los géneros y cómo culturalmente se construye la idea correcta y aceptable de ser mujer y hombre en Paraguay, y que es algo que tiene tendencias latinoamericanas y mundiales”, expone la socióloga Ana Portillo, que hace poco estuvo encabezando un seminario justamente sobre la situación de la violencia en Paraguay y específicamente en lo que tiene que ver con las mujeres.

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Para Portillo, hay una cuestión básica a tener en cuenta antes de plantearse cualquier tipo de análisis respecto a las muertes violentas de mujeres y tiene que ver con las características especiales de la cultura paraguaya en cuanto a la forma de ser sumiso o no rebelarse ante un acto de injusticia, o una agresión. “Son características más amplias, en general en cualquier acto que rompe la armonía social que implica una violencia, una agresión, un maltrato a la persona, el paraguayo no se caracteriza por actuar. Y hablamos de la violencia hacia los niños y niñas, violencia política, hablamos de un Estado que es violento, entonces nos caracterizamos por ser una sociedad silenciosa y sumisa y eso tiene razones históricas y estructurales que superan el deseo individual o la comprensión de cada persona sobre lo que está ocurriendo y nos lleva muchas veces a no tener herramientas con qué actuar”, explica Portillo.

La casa de la madrugada de terror en San Lorenzo (Foto Gentileza)

La profesional dice que es importante mencionar, cuando se cuestiona la falta de acción o de intervención de las personas -como en el caso de los vecinos del barrio, que sabían la situación violenta que vivían las dos víctimas- que se tiene un modelo cultural basado en una decisión personal dentro de una sociedad armada para impedir que ese modelo cultural de dominación se rompa. En ese contexto, explica que, por ejemplo, quien se anime a intentar romper este esquema de dominación social, por ejemplo si opta por una intervención estatal, deberá enfrentar procesos burocráticos tediosos, que muchas veces termina siendo más violento y desgastante -tanto para el denunciante como para la víctima- o incluso afrontar sanciones sociales más sutiles como los rumores, silencios que la sociedad impone cuando alguien se anima a salirse del “sistema”, expone Portillo.

Idea de normalidad

La socióloga es respalda en el trabajo de la antropóloga y feminista argentina Rita Segato, quien entrevistó a varios hombres que supuestamente tenían una vida normal, pero terminaron matando a sus esposas o parejas o se convirtieron en violadores. De aquel trabajo, Segato concluyó que la construcción social que tuvieron esos hombres, las relaciones sociales que establecieron, cómo fueron criados, crearon en ellos una idea de normalizar muchas veces la violencia como acto cotidiano.

Rita Segato discute y me parece interesante lo que hace, porque supera un poco el prejuicio de esta idea de los violadores y feminicidas como hombres monstruosos, excepcionales”, dice Portillo, y agrega: “en realidad cada vez es una conducta común en cualquier hombre normal, padre de familia, trabajador, aparentemente sin antecedentes, pero que un día tiene un acto tan aberrante, entonces tenemos que preguntarnos qué es la idea de normalidad que estamos construyendo”, expone. Para Portillo, hay que romper ese tabú de que solamente los hombres “malos” cometen actos violentos.

Dice -además- que otro elemento que aporta Rita Segato es el entender las diferencias sociales desde el concepto de estatus. “El estatus establece jerarquías sociales entre hombres y mujeres, y donde las mujeres somos inferiores y tenemos roles establecidos. Y en esta distribución de estatus y roles, culturalmente se cree que es rol de los hombres es “disciplinar a las mujeres”, señala la profesional.

Aumentan los casos de denuncias, a medida que también se incrementan los casos de feminicidios. (Foto Ilustración)

La masculinidad paraguaya es frágil

Otro elemento que analiza la socióloga tiene que ver con la masculinidad paraguaya, a la que ella califica de frágil, carente y muy impotente en términos emocionales. Atribuye eso justamente a una educación errónea y a la cuestión social. “Al dejar todo lo emocional como femenino, los hombres no son educados para tramitar sus emociones y frustraciones”, expone Portillo. “Seguimos pensando que el hombre que duda, que se deprime, que tiene inseguridades, que tiene miedos, que se siente impotente y lo expresa es menos hombre. Entonces eso acumulado en el tiempo llega a un límite y emerge en forma de reacciones violentas, de actos trágicos”, dice Portillo.

Agrega que a los hombres les cuesta buscar el diálogo, el debate o el consenso en una discusión familiar, por lo que frecuentemente apela a la “fuerza disciplinadora” porque, de no hacerlo, su masculinidad estará en juego, sobre todo, si eso se llega a filtrar en sus círculos de amigos o contactos. “Un ejemplo de ellos es el famoso término “lorito óga”, dice Portillo."

"La violencia es mucha más común"

Con respecto a este punto, la abogada y feminista Mirta Moragas, aporta un dato esclarecedor. “La violencia es mucho más común de lo que parece, un estudio del Ministerio de la Mujer mostró que casi el 90% de las mujeres sufrió alguna vez en su vida algún tipo de violencia. Y hay mucho silencio y mucha vergüenza, hay que superar esto. Hay que hablar, buscar ayuda, apoyar a quien nos necesita. Apoyar más y juzgar menos”, expone Moragas.

Moragas trabaja también en movimientos feministas y hace tiempo trabaja por defender los derechos de las mujeres y otras minorías. “La otra pata importante es la necesidad de que los mecanismos institucionales funcionen y sean eficientes. No sirven las buenas leyes cuando jueces, juezas, fiscales y policías creen que este es un tema menor, no toman medidas y luego las mujeres son asesinadas, incluso con órdenes de restricción. Hay que ampliar el uso de la tecnología para poder controlar que estas órdenes se cumplan efectivamente. En un caso hace poco un policía decía que no tienen capacidad para controlar el cumplimiento de las medidas de restricción. Esto podría solucionarse fácilmente con el uso de la tecnología. Pero hay que tener voluntad política y asignar recursos”, dice Moragas.

Sobre la participación estatal que hace mención Moragas, la socióloga Portillo se muestra de acuerdo, pero hace énfasis en acudir a los medios estatales buscando políticas públicas que apunten a promover cultura, música, teatro y letras. Pero principalmente, hacer promociones de una política pública de salud mental. “Mucho de esto sucede porque no hay servicios. ¿Qué hace un hombre cuando tiene deseos de golpear, de violentar, cuando está solo angustiado? ¿Con quién habla? ¿Quién acompaña? Se podría prevenir si existiera acompañamiento emocional en un montón de casos", expone la socióloga.

Una de las tantas manifestaciones de las mujeres en Paraguay contra la violencia machista.

Justamente, Portillo dice que es mucho más urgente enfatizar en proyectos que apunten a una construcción social y cultural, antes que a dedicarse solamente -desde el Estado- a aplicar sanciones jurídicas. “Tenemos que empezar a pensar el trabajo en el campo cultural y no sólo en el campo jurídico legislativo, no basta con encarcelar y castigar”, asegura.

El absolutismo del amor

Portillo menciona el caso del doble feminicidio en San Lorenzo como para ejemplificar esta cuestión. “No hablamos de un crimen premeditado para obtener placer, dinero o algún beneficio. Es un acto trágico hasta para el perpetrador, que decide suicidarse”, dice y añade que es urgente debatir sobre el sentido que le damos al amor, la forma trágica con la que que tomamos algún tipo de respuesta negativa o la situación de una ruptura.

Es todo un debate demasiado necesario sobre las construcciones culturales sobre el amor romántico, qué es algo muy debatido actualmente en el feminismo y los estudios de género. Culturalmente tenemos ideas absolutistas sobre el amor. Sobre la complementariedad absoluta y espontánea que debe existir en una pareja, donde el desacuerdo se interpreta como desamor, donde la autonomía de una de las partes se interpreta como desamor. Eso es clave”, apunta Portillo.

Dice además que en sus viajes por el interior del país se encontró con que todos los momentos de ocio son musicalizados por temas latinoamericanos que hablan de tragedias románticas agónicas y posesivas. “Y son los temas que escuchamos de niños y construyen nuestro imaginario y dan sentido a nuestras emociones”, afirma la socióloga Portillo.

Por todo esto, asegura que es urgente apuntar a construir una nueva sociedad cultural a partir de la educación, de la apertura como seres humanos y a pensar en cambiar el estado de las cosas.

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