Peter S. Goodman
Londres.
Si alguna vez se fuera a deshacer la globalización, el comienzo tal vez se sentiría como esto. El presidente Trump, el líder del país que creó el sistema mundial de comercio, sigue alterando el comercio internacional para usarlo como un arma con el fin de lograr objetivos nacionales. Ha desatado hostilidades comerciales en contra de China, impuesto aranceles al acero producido por aliados como Europa y Japón, y restringido el acceso de India al mercado estadounidense. Prometió atacar a México con aranceles tan solo meses después de haber accedido a una nueva versión de un acuerdo de liberalización comercial en todo Norteamérica.
Sin embargo, la globalización se ha vuelto una característica tan elemental de la vida que probablemente sea irreversible. El proceso de fabricar productos modernos, desde aviones hasta dispositivos médicos, ha adquirido una complejidad tan extraordinaria, en la que están involucrados componentes de muchos continentes, que unos pocos aranceles inesperados no provocarán que las empresas se apresuren a cerrar fábricas en China y México para remplazarlas con plantas en Ohio e Indiana.
Lo que sí parece estar llegando a su fin es la era posterior a la Segunda Guerra Mundial en la cual Estados Unidos defendió el comercio mundial como una inmunización en contra de conflictos futuros, al vender la idea de que el libre intercambio de productos era un camino hacia un orden mundial más estable.
MUNDO MÁS PELIGROSO
Los gobiernos estadounidenses forjaron reglas para regular las disputas, posibilitaron que los países comerciaran con menos temor de alguna intervención política caprichosa. Al renunciar a este papel, Trump ha debilitado el sistema comercial basado en reglas y al mismo tiempo ha eliminado un contrapeso para China, cuya estrategia transaccional para comerciar le da poco valor a la transparencia y los derechos humanos.
“Una cosa es muy clara: debe reconfigurarse el sistema comercial en el mundo”, comentó Swati Dhingra, una economista de la Escuela de Economía de Londres. “A estas alturas, todo se está desmoronando”.
La guerra comercial que desató Trump ha inyectado costos más altos y confusión a la economía global.
“Ahora esta es la nueva economía mundial pos-Estados Unidos, una en la que la globalización es mucho más irregular”, afirmó Adam S. Posen, presidente del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington. “El mundo es un lugar más peligroso, donde el acceso a los mercados es mucho menos seguro”.
EEUU VOLÁTIL
De acuerdo con Trump, lo que más le sirve a Estados Unidos es la explotación realista de su posición como la economía más grande del mundo. Debe blandir amenazas en las que limita el acceso de otros países a su mercado para obligarlos a ceder ante sus demandas.
Sin embargo, cada vez es más común que el resto del planeta se niegue a seguirle la corriente, y más bien busque alternativas al comercio con un Estados Unidos que de pronto se volvió volátil. Este año, Europa y Japón pusieron en marcha un acuerdo comercial gigantesco que genera nuevas oportunidades para sus empresas, lo cual deja en desventaja a los actores estadounidenses.
Conforme el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, otro acuerdo comercial de once países, Japón había accedido a abrir su mercado, el cual está sumamente protegido, a las importaciones agrícolas, una oportunidad lucrativa para los productores estadounidenses. A unos días de asumir la presidencia, Trump cerró esa ventana al renunciar a la participación de Estados Unidos en el acuerdo. Ahora, los agricultores europeos han garantizado su propio acceso ampliado al mercado japonés.
China ha respondido a los aranceles de Trump con aranceles a productos estadounidenses, como granos de soya, productos de madera y maquinaria. Al mismo tiempo, China ha reducido sus aranceles a las importaciones de países como Alemania y Canadá.
NUEVOS PRECIOS
Trump ha vendido esta guerra comercial como un mecanismo para regresar los trabajos al corazón olvidado de Estados Unidos.
No obstante, si esa historia da lugar a políticas provechosas, es porque se basa en suposiciones económicas antiguas sobre el mercado global.
Es probable que la guerra comercial de Trump no aumente el número de empleos en Estados Unidos, aunque ha puesto en riesgo los salarios en plantas automotrices y otras fábricas que dependen de componentes importados. Lo que sí producirá serán nuevos precios para los productos manufacturados, según economistas, junto con una incertidumbre respecto de los términos del comercio. Está socavando la vitalidad de una economía mundial que de por sí ya estaba debilitada.
En Asia, Latinoamérica y Europa, se han formado cadenas enteras de suministro: enlaces expansivos de las partes para los productos hechos en fábricas. Estados Unidos podría volver a crear esas cadenas de suministro en casa, pero a un costo mucho más alto. Mientras tanto, las industrias estadounidenses se reducirían de una manera drástica.
MOVER LA PRODUCCIÓN
Los fabricantes más grandes utilizan a China como una base para vender productos al resto del mundo, con lo que limitan su exposición a los impuestos estadounidenses.
Es más probable que las empresas que están dispuestas a salir de China muevan su producción a otras naciones con bajos costos, como Vietnam, en vez de regresar el trabajo a Estados Unidos.
Las empresas que sí reanuden la fabricación de productos en plantas de Estados Unidos probablemente comprarán robots y otra maquinaria, en vez de contratar grandes cantidades de estadounidenses.
El cálculo de tecnología y geografía –uno que nunca es sencillo– se ha vuelto más complicado debido a la guerra comercial de Trump. Al rehusarse a descartar los aranceles generales a los productos mexicanos, Trump dejó pensando al mundo corporativo en torno al mapa comercial. ¿Dónde puede invertir una empresa sin preocuparse de un nuevo estallido en las hostilidades comerciales? Esta pregunta se cierne sobre la economía mundial.
“El problema no es tanto que no sepas adónde ir”, comentó Posen. “No hay adónde ir. En un mundo en el que Estados Unidos usa las regulaciones comerciales de manera arbitraria, ninguna inversión transfronteriza parece tan segura y útil cómo solían serlo”.