Nellie Bowles

Palo Alto, California.

El año pasado, más o menos en estas fechas, se vendió un juguete llamado “cryptokitty” por 170.000 dólares. Un agente inmobiliario se reinventó bajo el nombre de CoinDaddy y comenzó a producir videos musicales con las criptomonedas como tema.

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Por un momento, el hombre detrás de una empresa llamada Ripple se volvió más rico que Mark Zuckerberg. Jóvenes que apenas habían salido del bachillerato compraban deportivos Lamborghini debido a un criptomeme. Los expertos fueron a CNBC para decir que el bitcoin alcanzaría los 100.000 dólares por moneda.

Durante unos dulces meses del 2018, todo Silicon Valley estuvo envuelto en el frenesí del dinero fácil y en la fantasía de reconstruir una nueva versión del orden mundial con criptomonedas y una tecnología relacionada con ellas llamada cadena de bloques.

Una avalancha de júbilo azotó el Área de la Bahía. The New York Times siguió la corriente con un artículo titulado “Todo el mundo está gozando al volverse rico y tú no”. Fue una verdad temporal.

ESTALLIDO DE LA BURBUJA

Y justo cuando el pueblo estadounidense había leído todos los tipos de explicaciones posibles sobre la cadena de bloques, se colapsó todo el asunto. La burbuja estalló.

En la actualidad, el precio del bitcoin –19.783 dólares en diciembre pasado– es de 3.810 dólares. Una moneda de litecoin costaba 366 dólares, ahora vale 30 dólares. Etherum valía 1.400 dólares en enero; hoy, 130 dólares.

Con este diciembre que acaba de despedirse finaliza el año más emocionante para las criptomonedas, el cual terminó en un terrible, austero e invernal dolor de cabeza.

ILUSIÓN LATENTE

En las reuniones y en los lugares de trabajo que siguen en pie, los que se han quedado lo llaman “el invierno de las cripto”. Los seguidores aseguran que solo es “el punto mínimo de la desilusión”, pues hablan de una gráfica que sugiere que todas las nuevas tecnologías pasan por una depresión similar antes de la explosión hacia una gloria inevitable.

Las personas que todavía se aferran a sus criptosueños insisten en que todo esto es una buena señal porque permanecen solo los que se lo toman en serio, los verdaderos criptocreyentes.

El poder de cómputo necesario para “minar” un bitcoin u otras criptomonedas ahora puede costar más que el valor de la moneda misma. Las minas –en realidad, son centros de datos necesitados de electricidad– están cerrando.

LA REALIDAD

Las imágenes de aparatos electrónicos apilados en las esquinas de las calles se están volviendo virales. A medida que se ha reducido la demanda del bitcoin, el algoritmo de bitcoin se ha ajustado y se ha facilitado el minado de la moneda.

No obstante, según los criptoexpertos, en realidad esto es bueno.

“El hecho de que los mineros estén cerrando y que esté disminuyendo la dificultad es una característica, no un error, del diseño del bitcoin”, escribió en Twitter la capitalista de riesgo Arianna Simpson.

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