ANDREW ROSS SORKIN

Un domingo por la tarde, Paul Volcker, ataviado con un conjunto de ropa deportiva color azul y calcetines de vestir color negro, se estiró en una silla reclinable dentro del estudio de su apartamento ubicado en el Upper East Side. Sus desgarbados dos metros de estatura se extendieron más allá de la parte final del descanso para las piernas que tiene la silla. Agregó una otomana para apoyar los pies.

“No estoy bien”, comentó Volcker, el expresidente de 91 años de la Reserva Federal que obtuvo prominencia después de haber aumentado las tasas de interés de una forma impactante para terminar la inflación desenfrenada de finales de la década de 1970 e inicios de la de 1980. Quien durante mucho tiempo ha sido uno de los sabios dentro del mundo financiero ha estado varios meses enfermo.

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Sin embargo, prefiere no hablar de sí mismo. En cambio, Volcker quiere discutir sobre el país, la economía y el gobierno. Además, si me pareció letárgico cuando llegué, se volvió vivaz con sus lamentos: “Hay una maldita catástrofe por todos lados”, comentó.

Cientos de libros rodean a Volcker –llenan estantes y se apilan en casi cualquier superficie plana– del mismo modo que sucede con las páginas rosas de The Financial Times, las cuales se convirtieron en piezas de papiroflexia. “Ya no se respeta para nada el gobierno, la Suprema Corte, el presidente”, señaló. “Ni siquiera se respeta la Reserva Federal”.

“Y eso es muy malo. Al menos se sigue respetando al ejército. Pero, no sé, ¿cómo se puede dirigir una democracia cuando nadie cree en el liderazgo del país?”.

Antes de que Volcker se enfermara, terminó su autobiografía: “Keeping at It: The Quest for Sound Money and Good Government”. Se suponía que el libro iba a publicarse a finales de noviembre pero, debido a los problemas de salud de Volcker, su editorial, PublicAffairs, una división de Hachette, movió su lanzamiento para el 30 de octubre.

“No tenía la intención de escribir un libro, pero había algo que medio me estaba irritando”, mencionó. “Estoy muy preocupado por el asunto de la gestión gubernamental”.

El libro, el cual Volcker escribió con Christine Harper, la editora en jefe de Bloomberg Markets, es una autobiografía reveladora de un hombre que no solo redefinió el papel del presidente de la Reserva Federal, sino que, después de la crisis financiera, concibió una regla con su nombre, la cual eliminó algunos de los riesgos más descarados que tomaban los bancos de Wall Street. Los republicanos están descascarando la Regla Volcker, parte de la legislación regulatoria Dodd-Frank, y esto no le sienta bien.

“No hay una fuerza en la Tierra que se pueda defender con eficacia, año tras año, de los miles de individuos y cientos de millones de dólares que hay en el pantano de Washington y buscan influenciar el proceso legislativo y electoral”, escribió en el libro.

A veces, la autobiografía es una historia sexi de los años que estuvo Volcker en Washington. Por ejemplo, aunque en meses recientes el presidente Trump se ha quejado del plan de la Reserva Federal para aumentar las tasas de interés, no es el primero en haber intentado influir en la independencia de la Reserva Federal. Volcker narra que en 1984 el presidente Ronald Reagan lo mandó llamar para reunirse con él y su jefe de Gabinete, James Baker, en la biblioteca presidencial que se encuentra al lado del Despacho Oval.

Reagan “no dijo nada”, escribió Volcker. “En cambio, fue Baker quien entregó el mensaje: ‘El presidente le está ordenando que no aumente las tasas de interés antes de las elecciones’”. Volcker no tenía planeado aumentar los intereses en aquel entonces.

“Quedé impactado”, escribió. “Después, supuse que habían escogido la biblioteca porque, a diferencia del Despacho Oval, era probable que no tuviera un sistema de micrófonos”.

Sin embargo, el libro no se limita a historias del pasado. Aborda la política actual, como el dos por ciento de inflación que se ha convertido en el objetivo de la Reserva Federal.

“Apelo a la lógica”, escribió. “Un objetivo, o límite, del dos por ciento no estaba en el libro de texto que usaba hace años. No conozco ninguna justificación teórica”.

Mientras se reía, me dijo que creía que el temor a la deflación motivaba esa política. “¡Y no hemos tenido una deflación en este país en 90 años!”.

No obstante, me comentó que a la política le afecta algo más preocupante que el temor. El dinero.

Con el escándalo del tráfico de fondo, el cual provenía de una ventana abierta, la voz ronca de Volcker alertó sobre el poder que tiene el dinero para transformar nuestra cultura y nuestra política.

“El problema central es que nos estamos convirtiendo en una plutocracia”, me dijo. “Tenemos una enorme cantidad de personas con fortunas inmensas que se han convencido de que son ricos porque son listos y constructivos. Y no les gusta el gobierno, ni pagar impuestos”.

Cuando llegó a Washington, “era una ciudad llena de burócratas”, recordó. “Esto no los hacía malos”. En aquella época, los servidores públicos eran respetados, como su padre, el representante del municipio de Teaneck, Nueva Jersey. “Crecí en un mundo en el cual ‘buen gobierno’ era un término positivo”, señaló.

Sin embargo, las cosas han cambiado. En la actualidad, comentó que Washington está infestada de cabilderos y centros de investigación. Volcker, quien fundó una organización sin fines de lucro para mejorar la educación en el servicio público, afirma que el dinero ha pervertido nuestro sistema educativo.

Las instituciones académicas como la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard y la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson de Princeton, dijo, no han podido educar a una nueva generación de servidores públicos. Volcker mencionó que ya no enseñaban gobierno sino política y que este cambio les permitía llevar a cabo foros y discusiones con generales y subsecretarios.

“A los ricos les gusta ir”, comentó. Lo llamó “hacer relaciones al mayoreo”.

“Pueden sostener discusiones sobre guerra, paz, pobreza y todo lo demás”, señaló. “Pero cuando asistes a una escuela de políticas públicas, no te enseñan cómo dirigir el maldito gobierno. Te enseñan a debatir asuntos políticos”.

A diferencia del presidente Barack Obama, quien invitó a Volcker para consultarle sobre la política económica y regulatoria –y quien le preguntó si estaría dispuesto a ser secretario del Tesoro, según recordó–, esta Casa Blanca no lo ha llamado. Aun así, se ha reunido dos veces con Trump, ambas antes de que ocupara el cargo de presidente.

La primera reunión ocurrió después de que Volcker dejó la Reserva Federal en 1987. “Iba caminando por la calle y alguien me gritó: ‘¡Oye, Paul! ¡Oye, Paul!’ Se acercó corriendo del otro lado de la calle y me dijo: ‘Hola, soy Donald Trump’”.

La otra fue un intento fallido de Volcker por hacer que Trump usara su programa “The Apprentice” a fin de recaudar dinero para una organización de beneficencia. “Tuvimos un almuerzo muy agradable, y me dijo: ‘Es una idea interesante’. Pero igual la rechazó”, recordó Volcker.

Volcker no es un gran simpatizante del presidente, pero reconoció que Trump había tenido la astucia para reconocer las preocupaciones económicas de los obreros. Trump “aprovechó algunos asuntos que había ignorado la élite”, mencionó. “No creo que quepa alguna duda de eso, de una manera medio errática, pero ahí está”.

Volcker se preguntó en cuántas ponencias y presentaciones se habría sentado con economistas “que nos dijeron que los libres mercados eran maravillosos, todo el mundo se beneficia con los libres mercados”.

Con el tiempo, Volcker señaló que siempre había alguien en esas conferencias que preguntaba: “¿Qué sucede con el obrero pobre de mi ciudad?”. Sin embargo, esa inquietud se desestimaba con demasiada facilidad: los trabajadores podían volver a capacitarse o había alguna otra solución mucho más sencilla de decir que de hacer.

En estos días, Volcker ya se está comenzando a preocupar por la próxima crisis financiera. Cuando le pregunté sobre la estabilidad de los bancos, respondió: “Están en una posición más sólida que antes pero, si soy honesto, no sé cuánto están manipulando”.

Afirmó que ese es el desafío verdadero que enfrentan los encargados de crear políticas económicas. “Todo el mundo habla sobre política monetaria, pero la lección de todo este asunto es que necesitamos una capacidad de supervisión mejor y más sólida”.

Incluso cuando nuestra conversación estaba llegando a su fin, parecía que Volcker podía seguir hablando durante horas. Le dije que, en vez de verse enfermo o deprimido por la situación que atraviesa el mundo, parecía motivado, o que al menos esa era la impresión que me daba.

“Déjalo así”, respondió.

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