• POR JONATHAN A. KNEE

En su libro clásico "The Wealth of Nations", Adam Smith fue uno de los primeros en proponer la popular perspectiva actual de que las guerras son accidentes desafortunados que han "desplazado" inversiones más productivas.

En "Empire of Guns: The Violent Making of the Industrial Revolution", Priya Satia, una profesora de historia de Stanford, busca cambiar esta creencia popular sobre el papel específico de las armas –y de la guerra y la conquista en una forma más general– en el desarrollo económico del mundo.

Debido a que durante una buena parte de los años anteriores y todo el transcurso de la Revolución Industrial "el Reino Unido estuvo involucrado en operaciones militares de gran envergadura", la profesora Satia argumenta que imaginar un universo alternativo en el que hubiera prevalecido la paz es un ejercicio inútil ("Es imposible descartar el factor de la violencia"). Satia afirma que, en vez de reducir el desarrollo de infraestructura, la guerra perpetua en realidad "produjo las estructuras que podían financiarla".

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El recuento detallado que ofrece la profesora Satia de la Revolución Industrial y de la expansión implacable del imperio británico contradice de una manera notable el discurso simplón del libre mercado. La profesora Satia demuestra que la sólida asociación entre los sectores públicos y privados apuntaló el crecimiento económico. De una manera convincente, Satia argumenta que la expansión de la industria armamentística y el papel del gobierno en ella son inseparables del auge de innumerables industrias asociadas a estos dos fenómenos, desde las finanzas hasta la minería.

La planeación gubernamental incluso tuvo un papel central en las nuevas tecnologías que "se puede decir que son los desarrollos más icónicos de la Revolución Industrial", como el motor de vapor y la fabricación de partes intercambiables. La inversión del gobierno "en el progreso tecnológico y la manufactura" se percibió como "una obligación nacional en una época de vulnerabilidad política". Del mismo modo que la creación de Arpanet, el precursor del internet de la actualidad, por parte del gobierno de Estados Unidos sentó las bases para la revolución digital moderna, el financiamiento que dio el gobierno británico a una gran variedad de innovaciones tecnológicas y organizacionales –muchas de ellas asociadas de forma directa o indirecta con la fabricación de armas de uso individual– produjo la Revolución Industrial original.

En el tema de las armas, "Empire of Guns" busca dilucidar no solo su historia industrial, sino también su historia social y moral. Para narrar estas partes de la historia, Satia utiliza la decisión que tomó la Iglesia cuáquera en 1796 de desconocer al fabricante británico de armas, Samuel Galton Jr.

A primera vista, la decisión que tomó la Sociedad de Amigos de censurar a un vendedor flagrante de armas que estaba entre sus filas podría no ser una sorpresa. Los principios pacifistas eran centrales de la ideología cuáquera, así como su oposición al esclavismo. Las armas avivaban no solo la guerra, sino también el comercio de esclavos. Sin embargo, el padre de Galton, y su padre antes que él –y de hecho muchos otros cuáqueros que habían dominado durante mucho tiempo la industria de las armas en Birmingham–, habían sido fabricantes de armas sin remordimientos durante 70 años y en ese tiempo no recibieron reprimenda alguna. Lo que cambió en el ínterin, de formas que están interrelacionadas de una manera profunda, fueron la sociedad y las mismas armas.

Durante mucho tiempo después de su introducción, las armas fueron instrumentos para dar muerte más bien torpes. La impredecibilidad de las armas las hacía anteriormente más apropiadas para aterrorizar que para infligir daño. A pesar de su disponibilidad, durante la mayor parte del siglo XVIII, fueron raras las ocasiones en que se disparó un arma en homicidios, robos, revueltas o incluso en el campo de batalla. No obstante, al establecer la estandarización y patrocinar la experimentación, el gobierno británico impulsó "un sinfín de innovaciones menores" que provocaron que, para finales de siglo, el rendimiento de las armas mejorara de una manera significativa.

Para finales del siglo XVIII, los adelantos en la tecnología de las armas incrementaron tanto su ubicuidad como su uso en las interacciones humanas violentas. A su vez, este cambio corresponde al cambio del significado moral y social de estos objetos inanimados, los cuales están asociados profundamente con la "violencia casual e impersonal que permiten".

Satia examina estos cambios no solo a lo largo del tiempo, sino también a través de las culturas. Aunque la mayor parte de esta exploración es fascinante, la cantidad de detalles puede ser abrumadora. Por ejemplo, es bastante trabajoso rastrear el catálogo exhaustivo de los matrimonios endogámicos de los cuáqueros y las transacciones de partes para armas que caracterizaron el comercio armamentístico del siglo XVIII.

No obstante, la mayor decepción de "Empire of Guns" es la cantidad tan pobre de detalles respecto de la cultura de las armas en Estados Unidos y su profunda hostilidad ante la regulación gubernamental. El contraste con el Reino Unido –y, de hecho, con todos los demás países desarrollados– es tan llamativo que requiere de algún tipo de explicación, en particular si se toma en cuenta que históricamente el Reino Unido dependió más de este sector de su economía.

A pesar de que sí incluye una discusión sobre el papel de las armas desde la fundación de Jamestown en 1607 hasta la guerra de Independencia de Estados Unidos, Satia se concentra en el uso que se les dio a las armas en las interacciones que tuvieron los colonos con los indígenas americanos y con varias potencias europeas con las que competían. En las páginas finales del libro, Satia realiza una crítica a los mitos históricos que fundamentan la decisión abrumadora que tomó la Suprema Corte en el 2008 en el caso del Distrito de Columbia vs. Heller. La breve discusión es estimulante, pero parece desconectada de sus observaciones sobre la vida colonial, en las cuales no hizo ninguna mención de las primeras regulaciones estatales de las armas ni de la Segunda Enmienda: "El objetivo de la Segunda Enmienda no era proteger a los estadounidenses del decomiso (de armas) por parte del gobierno federal; se centraba en el peligro práctico de que las milicias quedaran desarmadas por la inacción federal, así que la enmienda brindaba la tranquilidad de que, si el gobierno federal no daba armas a las milicias, los gobiernos estatales podrían hacerlo".

Según esta perspectiva sobre la intención de los legisladores, la "cuestión no era la autodefensa, sino la defensa nacional". Incluso si Satia estuviera en lo correcto sobre el problema que aborda originalmente la Segunda Enmienda, "Empire of Guns" brinda pocas pistas de cómo o por qué la discusión ha cambiado de una manera tan drástica en Estados Unidos en los siglos posteriores.

A pesar de haber organizado una vigorosa defensa pública, al final Galton no pudo escapar con éxito de la condena de los cuáqueros. Muchos de los argumentos que ofreció son paralelos a los que dan los defensores contemporáneos de los derechos de la portación de armas. Satia ha demostrado cómo los cambios revolucionarios en la naturaleza misma de las armas y de su papel en la sociedad y la economía requieren que esos argumentos se reconsideren bajo una luz muy diferente. Para hacerlo de forma eficaz en este momento de debate nacional sobre nuestra relación política, social y moral con las armas modernas, se debe trabajar con más profundidad para comprender de una manera más plena el origen de la "excepcionalidad estadounidense" en lo que se refiere a nuestras actitudes hacia las armas.

(Jonathan A. Knee es profesor de prácticas profesionales en la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia y asesor sénior de Evercore. Su libro más reciente es "Class Clowns: How the Smartest Investors Lost Billions in Education").

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