La ofensiva del Gobierno comunista chino sobre la República de China (Taiwán) se ha intensificado desde 2013, coincidiendo con la llegada al poder del autocrático Xi Jinping.

Xi no es más que un dictador decidido a someter a Taiwán bajo la absurda premisa de que “solo existe una China”. El líder comunista se retuerce de frustración al saber que sus planes expansionistas tienen una fecha límite: el año 2027. Para entonces, según la tradición de sucesión del Partido Comunista de China (PCCh) debería dejar el poder, tal como ocurrió con sus antecesores. Pero, como sucede con todos los dictadores, nunca se sabe cuál será su próximo paso.

Supongamos, por un instante, que logre su cometido –ya sea por la vía militar o mediante algún improbable acuerdo con el beneplácito de Estados Unidos–. Si el PCCh consigue satisfacer sus ambiciones territoriales sobre la isla de Taiwán, donde más de 23 millones de personas viven bajo un sistema democrático con valores de libertad y respeto, algo que los chinos continentales han perdido bajo el régimen comunista, el siguiente paso podría ser aún más peligroso.

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China podría avanzar sobre las islas más alejadas del archipiélago japonés, incluso sobre Okinawa, al sur de Japón. O bien podría fijar su mirada sobre algunas islas filipinas, con las que ya mantiene un serio conflicto territorial.

Ese conflicto se centra en una serie de islas, arrecifes y atolones ubicados en el mar del Sur de China, especialmente en el archipiélago de las islas Spratly y el banco de Scarborough (Scarborough Shoal). Ambas naciones reclaman la soberanía sobre estas zonas marítimas, de gran importancia estratégica por sus rutas comerciales vitales, recursos pesqueros y potenciales reservas de petróleo y gas natural.

China reclama territorios que, de acuerdo con el derecho internacional, pertenecen a Filipinas, país que ha denunciado reiteradamente las incursiones y ocupaciones ilegales de Beijing. En 2013, el Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya falló a favor de Filipinas, pero China rechazó el dictamen y continuó construyendo bases militares e islas artificiales en el área.

A lo largo de los años, los gobiernos filipinos han oscilado entre el diálogo y la confrontación, aunque en tiempos recientes han endurecido su postura, con el respaldo de Estados Unidos, Japón y Australia. El conflicto sigue latente, con frecuentes incidentes entre barcos y aeronaves de ambos países.

Esta situación es comparable a las incursiones de barcos espías chinos –disfrazados de pesqueros–, naves de guerra con el sello de “guardacostas” y aviones militares que violan o rozan las aguas territoriales y el espacio aéreo de Japón, respectivamente.

En junio de 2023, durante una visita a la Academia China de Historia, Xi Jinping se refirió a las islas japonesas de Okinawa por su antiguo nombre, “Ryukyu”, denominación usada antes de que el archipiélago se incorporara oficialmente al Estado japonés. Un gesto simbólico, pero cargado de intenciones expansionistas.

Pensar que un dictador con delirios de emperador se detendrá tras conquistar un pequeño territorio de 36 mil km² –aunque estratégico, tecnológico y culturalmente clave– como Taiwán es una ingenuidad.

Taiwán es la heredera legítima de la verdadera cultura e historia del pueblo chino, libre del yugo ideológico del comunismo. Por eso, resulta inevitable concluir que si el Partido Comunista chino no existiera, no habría necesidad de tener dos gobiernos y dos Estados para un solo pueblo.

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