- Emilio Agüero Esgaib
- Pastor
En el año 1515, Lutero experimentó algo que se conoce como “la crisis de la Torre”. Él había recibido la tarea de enseñar el libro de Romanos. Cuando leyó el primer capítulo llegó al versículo 16: “Porque no me avergüenzo del Evangelio, pues es poder de Dios para salvación de todo el que cree; al judío primeramente y también al griego”.
Después, el versículo 17, que según todos los estudiosos del libro resumen el tema de Romanos: “Porque en el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: el justo por la fe vivirá”. Ese verso hablaba del tema que más aterraba a Lutero: la justicia de Dios, Lutero entendía por la justicia de Dios como el hecho de que Dios juzga a todos según los estándares de su justicia, es decir, de sus leyes.
Entendió que por mucho que se esforzara e hiciera, nunca podría satisfacer las exigencias de la justicia o la rectitud de Dios para entrar al cielo. Por tanto, el mayor obstáculo entre Lutero y Dios, entre él y el cielo era la justicia divina.
Lutero entendía en lo profundo de su alma el enorme abismo que existe entre la justicia de Dios y las injusticias del pecador, no veía forma de cerrar la brecha. Pero mientras leía Romanos I y preparaba sus lecciones, llegó a comprender de modo totalmente nuevo y radical lo que Pablo estaba diciendo en el verso 17. Lutero se preguntó: “¿Qué significa que haya una justicia por fe y para fe? ¿Qué significa que el justo por la fe vivirá?”.
Lutero empezó a entender que se trataba de la justicia de Dios por Su Gracia que pone a disposición de los que reciben en forma pasiva, no de las que lo alcanzan de forma activa, es decir, no era algo que alguien “lograba” o sea “merecía” por algún mérito propio, sino se recibía humildemente por fe para ser reconciliados ante un Dios Santo y Justo.
También Lutero leyó un ensayo de San Agustín (no olvidemos que él era monje agustino) titulado: “Sobre el Espíritu y la letra”, donde afirmaba que en Romanos, Pablo no hablaba de la justicia de Dios con respecto al cumplimiento de sus exigentes leyes, sino de una justicia disponible para los creyentes en y a través de Cristo Jesús: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, y de ello dan testimonio la ley y los profetas; “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él, porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:21-24).
La justicia de Dios era lo que Dios había hecho por el ser humano para salvarlo y rescatarlo de sus pecados. Ya que el hombre es incapaz de vivir la santidad de Dios y la exigencia de las leyes divinas Dios proveyó alguien que si lo haga, Jesucristo, para que en Su justicia (en la justicia de Cristo) todo aquel que deposite su fe en él y crea en él será salvo.
La salvación es por gracia a través de la fe y esto nos lleva a vivir una vida piadosa delante de Dios y los hombres: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8-10).
Fuente: “Lutero y la reforma”, R. C. Sproul.

