DESDE MI MUNDIO
- Por Carlos Mariano Nin
- Columnista
- marianonin@gmail.com
La ONU nació sobre las ruinas de una guerra que devastó al planeta, con la promesa de que ninguna nación quedaría fuera del diálogo por la paz.
Sin embargo, más de siete décadas después, Taiwán sigue siendo un silencio impuesto.
China distorsiona la Resolución 2758 para justificar esa exclusión, cuando en realidad esa resolución jamás decidió el estatus de Taiwán ni prohibió su participación en organismos internacionales.
El veto político se convirtió en una mordaza que no solo afecta a 23 millones de taiwaneses, sino también a la seguridad global.
Nuestra obligación hoy es hablar claro: Taiwán es la 21.ª economía mundial, produce más del 60 % de los chips globales y casi la totalidad de los más avanzados, los que sostienen el desarrollo de la inteligencia artificial, la movilidad eléctrica y la defensa moderna. Excluir a un actor con semejante peso es un lujo que el mundo no puede permitirse.
La paradoja se vuelve más grave en la aviación civil. El Aeropuerto de Taoyuan figura entre los más transitados del planeta, pero Taiwán está fuera de la OACI. Mientras tanto, Pekín abre rutas aéreas unilaterales en la región, aumentando los riesgos de colisión en uno de los espacios más congestionados del Este Asiático.
La seguridad aérea no entiende de fronteras ni de caprichos políticos: cada decisión en Taipéi repercute en vuelos que cruzan océanos. Excluir a Taiwán de la mesa técnica es poner en jaque a millones de pasajeros.
Yo estuve en Taiwán. Soy testigo de su progreso palpable, de la amabilidad de su gente y de la belleza de una isla que vibra entre tradición y modernidad.
No se trata solo de cifras ni de geopolítica: hablamos de un pueblo que merece ser escuchado.
Taiwán no solo fabrica semiconductores ni administra cielos: defiende la democracia en la primera línea del Indo-Pacífico, fortalece cadenas de suministro libres de coerción y comparte desarrollo con sus aliados.
Paraguay lo sabe bien: desde hospitales con sistemas de salud digital hasta parques tecnológicos que ya son una realidad en Minga Guazú.
El mundo enfrenta guerras, desinformación y la sombra cada vez más densa de los autoritarismos. ¿Podemos darnos el lujo de silenciar a un país que aporta estabilidad, tecnología y democracia?
La ONU y la OACI tienen una deuda pendiente. No se trata de reconocer banderas, sino de reconocer responsabilidades. Y la pregunta final no es si Taiwán necesita estar en la mesa. La pregunta es: ¿cuánto más puede resistir el mundo sin que Taiwán esté allí?
Un país pequeño en territorio, pero enorme en voluntad de contribuir al desarrollo global. Por eso surge otra pregunta inevitable: ¿qué tan justo y qué tan seguro puede ser un orden internacional que margina a quienes tienen tanto para dar?
Lo sé, esa es otra historia.