• Por Aníbal Saucedo Rodas

El periodismo gráfico construido desde el humor sarcástico y crítico fue la espina dorsal –si no el cuerpo mismo– de cientos de medios de comunicación en todo el mundo. Nosotros no fuimos la excepción. La ironía mordaz acompañada de caricaturas nos viene desde la guerra contra la Triple Alianza, que no solo servía para satirizar a los enemigos, sino, también, para animar a las tropas.

Cabichui, fundado por Juan Crisóstomo Centurión y Natalicio del María Talavera, es su más digno representante. Posterior a esta contienda genocida, el campo de batalla se trasladó a los diarios y semanarios que respondían a los dos clubes políticos que en 1887 nacerían como Centro Democrático o Partido Liberal y el Partido Nacional Republicano, hoy Partido Colorado.

Por supuesto que la lucha de los ingenios continuaría a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. Durante la dictadura de Alfredo Stroessner, intolerante al humor ácido como toda dictadura, este tipo de publicaciones tuvo presencia efímera o inconstante.

Yo pertenezco a una generación de periodistas que todavía tiene algo para contar, antes de la explosión de una tecnología que enterró el romanticismo y deshumanizó a los trabajadores de la prensa, denominación que utilizamos en sentido genérico e incorpora todos los formatos o canales de comunicación. Y en una de esas reuniones en que los recuerdos delatan la edad, nos sumergimos en aquella bella época en que para vencer el miedo a la represión solo había que ser irresponsable. O atorrante, en la sublime definición de Nicodemus Espinosa. El pretexto fue la presentación de las tarjetas de humor “¿De qué piko lo que vo’ te reís?”, de Ale Espinosa, quien hace rato dejó de ser el “hijo de Nico” para adquirir su propia identidad. Fue en el Centro Cultural Punto Divertido.

La mesa de irredentos iconoclastas estuvo conformada por Hugo Lafuente Krone, Nico, Ale y el enigmático Caló (Carlos Sosa), quien pocas veces asoma la cabeza desde su voluntario exilio de anonimato físico. Y, por supuesto, quien esto escribe. La mirada hacia el pasado incluyó citas a “Creolina”, de Kostia (Isaac Kostianovsky); “Pucarã”, de Castilla Araujo, quien solía firmar como Vicent Banghó; Jeje grap, con Nico, Reinaldo Martínez, Ramón Rojas (Rojita) y Cacho Sanabria; El Raudal, Roberto Goiriz, Juan Moreno y Nico, El Bachenauta, Nico y Ale Espinosa. Para todos ellos, el humor ya no era simplemente hacer reír, sino, y fundamentalmente, lograr la reflexión, aprender a pensar.

En el periodismo político, El Radical y El Enano, pertenecientes a fracciones del Partido Liberal, formaban parte de los semanarios de aparición irregular a raíz de sus constantes cierres de parte de la dictadura. Pero más fresca para la memoria se presenta El Pueblo, también de presencia semanal, del Partido Revolucionario Febrerista (PRF). En los últimos tramos de su publicación, entre 1986 y 1987, el periódico apostó directamente a la sátira –sin menoscabar los artículos de fondo– como un arma para socavar las estructuras del miedo que había montado el régimen. Fue su época dorada en cantidad de impresos. Literalmente, se “vendía como pan caliente”. Todos usábamos seudónimos, algunos por precaución y otros, como es mi caso, porque el diario en el cual trabajaba nos impedía colaborar con otros medios, sobre todo en uno que combatía frontalmente al estronismo desde el demoledor sarcasmo, sin eufemismos ni media tintas. Lógicamente, se podía cambiar de nombres, pero no de trazos ni de estilos, como fueron los casos de Obtuso (Nico Espinosa) y de quien se vestía con el traje del Avispón Verde y escupía veneno como Puaj Lamugr (Víctor Benítez). Helio Vera, desde su trono del Olimpo, descerrajaba mordacidad a discreción. Todos bajo la dirección de Tito Saucedo Centurión. El momento de mayor esplendor fue cuando el dibujante Walter Direnna caricaturizó al Tiranosaurio y a sus colaboradores más cercanos (Mario Abdo Benítez, Adán Godoy Jiménez, Sabino Augusto Montanaro, J. Eugenio Jacquet y Carlos Ortiz Ramírez), generalmente para acompañar los “Sucesos y compuestos”, de Cayetano Cañete. El pueblo empezaba a reírse de la dictadura. El humor se había puesto serio. Si mal no recuerdo, en octubre de 1987 se ordena su cierre. Mas nadie pudo quitarnos lo bailado. El humor, repito, es cosa seria. Por dos razones: ayuda a reflexionar desde una aparente sonsera y no le “sale” a todos, como el verso y el Pombero. Buen provecho.

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