DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista
  • marianonin@gmail.com

El rugido de los motores no es lo único que hace vibrar la tierra colorada de Itapúa. Cada curva del Rally Mundial despierta historias, sonrisas y un movimiento económico que pocas veces se ve en otras épocas del año.

Durante la competencia, hoteles y posadas familiares alcanzan ocupación plena, restaurantes locales duplican sus reservas y los comercios registran un flujo de ventas que se siente en cada calle.

Paraguay abre los ojos, pero es el mundo el que lo mira.

Desde Cambyretá hasta General Artigas, pasando por Nueva Alborada, Carmen del Paraná o Capitán Miranda, cada ciudad se transforma por unos días en un epicentro de turismo y comercio, recibiendo a miles de visitantes nacionales y extranjeros.

Se estima que el evento atrae a más de 50.000 turistas, generando ingresos que superan los 10 millones de dólares solo en servicios de alojamiento y gastronomía.

Los hoteles reportan ocupación cercana al 100 %, mientras que los restaurantes y comercios locales multiplican sus ventas. Comparado con otros eventos deportivos del país, el Rally Mundial tiene un efecto inmediato en la economía: combustibles, transporte, logística y un comercio paralelo de artesanías y gastronomía local florecen, creando un flujo económico que dura más allá de los días de carrera.

Pero detrás de las cifras hay pequeñas historias que hablan del impacto real en la vida de cientos de personas.

Don Ramón, un agricultor de Nueva Alborada, prepara su carrito de chipas al costado del camino. Para él, el Rally no es solo un espectáculo: es la oportunidad de que su familia tenga ingresos extra y de compartir con los turistas un pedazo de la cultura guaraní.

Los niños corren descalzos entre la tierra roja y los autos, aprendiendo a soñar con lo posible mientras los visitantes capturan instantes que recorrerán el mundo en fotografías.

Las calles se llenan de un color y una energía particular: los banderines de los municipios, los vendedores improvisados ofreciendo productos locales, los turistas con cámaras y mapas, y los equipos de logística que coordinan cada movimiento para que todo funcione a la perfección.

Es una fiesta donde la velocidad y la tradición se encuentran, y donde cada curva del Rally refleja tanto la adrenalina de la competencia como la resiliencia de una comunidad que se prepara para recibir al mundo.

En Trinidad, entre las piedras de las Misiones Jesuíticas, la postal turística se combina con la realidad de agricultores que luchan por comercializar su producción. Allí, la tierra roja no solo deslumbra a los visitantes: también inspira iniciativas de emprendimiento local, capacitaciones en hospitalidad y proyectos culturales que buscan prolongar el beneficio más allá de los días de la carrera.

El Rally de Itapúa no solo vende espectáculo; genera oportunidades, fortalece la identidad regional y demuestra que Paraguay puede ser un escenario internacional sin perder su esencia.

Cada curva, cada rugido, cada sonrisa de niño y cada venta de chipa se entrelazan en un tejido que mueve vidas y comunidades enteras, recordándonos que, más allá del deporte, la tierra roja de Itapúa es un motor de desarrollo y un patrimonio de experiencias compartidas.

Pero esa es otra historia.

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