DESDE MI MUNDO
- Por Mariano Nin
- marianonin@gmail.com
En Taiwán, Daniel se levanta a las 7:15. No corre. No hay prisa disfrazada de ansiedad. Sabe que el tren pasará a las 7:30 y que, sin importar la lluvia, el calor o el humor del día llegará exactamente a las 7:30.
Baja las escaleras del metro y encuentra un andén limpio, ordenado, donde no hay papeles en el suelo ni gritos que llenen el aire. Hay un silencio amable, apenas interrumpido por la voz suave que anuncia la llegada del tren.
Daniel sabe que le tomará 15 minutos llegar a su oficina, ni uno más ni uno menos. Para él, el tiempo es como el dinero: se cuida, se ahorra, se invierte.
Al otro lado del mundo, en Asunción, Marcelo se levanta a las 5:30. No porque le guste madrugar, sino porque no sabe cuándo pasará el bus. Podría ser en 10 minutos… o en una hora.
No hay horarios oficiales, ni estaciones limpias, ni aire fresco que alivie la espera. Cuando finalmente llega, el vehículo es un museo del desgaste: asientos rotos, calor sofocante, bocinas que gritan más que los pasajeros. A veces, el tráfico lo retiene dos horas en un mismo trayecto.
Marcelo no piensa en invertir su tiempo, solo intenta sobrevivirlo.
El sistema de transporte público de Taiwán es una lección de ingeniería y educación cívica. Sus metros no solo son rápidos y puntuales; son una experiencia donde la cortesía es tan parte del viaje como el boleto.
Nadie empuja, nadie come, nadie tira basura. No porque la ley lo diga, sino porque la gente lo entiende: un transporte limpio y ordenado es un beneficio común. Y ese beneficio se traduce en calidad de vida.
El tiempo que Daniel ahorra en el metro no es un lujo: es tiempo para desayunar con calma, para leer, para dormir un poco más o para llegar temprano sin estrés.
En Paraguay, el debate sobre un sistema de metro todavía parece un sueño lejano, como si fuera un lujo reservado para otros países.
Pero no es lujo: es necesidad.
Un metro no es solo una vía subterránea; es una herramienta para devolverle horas de vida a la gente. Horas que hoy se pierden en embotellamientos, en esperas interminables, en el desgaste de un sistema que siempre llega tarde.
Un transporte público eficiente no solo mueve personas: mueve economías, mueve oportunidades, mueve vidas.
La puntualidad del metro en Taiwán no es un accidente, es una decisión. La limpieza no es casualidad, es cultura. La educación cívica no nace de la nada, se construye con reglas claras y con ciudadanos que las entienden y las valoran.
Si algún día Asunción pudiera tener un metro, quizás Marcelo podría despertarse una hora más tarde, desayunar sin apuro y llegar al trabajo en 15 minutos, como Daniel.
Y ese día, el tiempo empezaría a ser tan valioso para nosotros como lo es para ellos. Porque el tiempo, al final, es lo único que no se puede recuperar.
Pero esa es otra historia.