- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Las dictaduras que se impusieron sobre las estructuras de una organización política que nació genuinamente democrática destruyen su esencia, sus postulados programáticos originales, y en el caso particular de nuestro Partido Nacional Republicano, el régimen del general Alfredo Stroessner, por utilizar un término común entre los antiguos contestatarios republicanos, vació ideológica y doctrinariamente a la centenaria asociación fundada por el general Bernardino Caballero y destacados sobrevivientes de la Guerra Grande.
Y, atendiendo a la composición política de aquella época, 11 de setiembre de 1887, entre los firmantes también aparecen prominentes integrantes de la legión paraguaya que se unieron a los aliados para marchar en contra de su propia patria. Sin embargo, primó lo que Leandro Prieto Yegros denominó la “línea nacional y popular” dentro del Partido Colorado, al menos, en su época dorada de grandes intelectuales como Juan Crisóstomo Centurión, Blas Garay, Ignacio A. Pane, Fulgencio R. Moreno, Ricardito Brugada, Antolín Irala, Telémaco Silvera, Pedro Pablo Peña, Juan León Mallorquín, Epifanio Méndez Fleitas, Osvaldo Chaves, Natalicio González, Guillermo Enciso Velloso y Roberto L. Petit. Y me detengo a propósito en Roberto L. Petit, porque en este penúltimo artículo sobre la “La línea social del coloradismo” nos enfocaremos en la visión ideológica de este gran paraguayo que fue el primer mártir de la dictadura que se instalaba en nuestro país aquel fatídico 4 de mayo de 1954.
No hace falta que un texto vital como al que nos referiremos en esta ocasión sea extenso para ser denso. Una verdad perogrullesca, pero, verdad al fin, que, a veces, precisa ser remarcada como un recordatorio necesario en tiempos en que se nos quiere imponer la moda de una cultura descartable y efímera. El folleto al que hacemos alusión es el resultado de una conferencia pronunciada el 17 de febrero de 1950 (gobierno del doctor Federico Chaves, del sector denominado “democráticos” del Partido Colorado), en el local del cine General Díaz, bajo el título “La justificación del coloradismo en el poder”.
Empecemos sobre su descarnada crítica de la política real, aquella que contrasta con su versión filosófica y ética: “Nos corresponde a nosotros (los colorados) combatir y destruir el concepto que hacen de la política lo más vil y lo más mezquino, y que convierten a la política y a los partidos en conglomerados heterogéneos sin ideales, en donde se dan cita todos los oportunistas y los traficantes que negocian con la función pública y que mal corresponden a la hospitalidad que les da en sus filas un glorioso partido”.
En cuanto a los gobiernos, su estocada es igualmente certera: “El principio de legitimidad de origen, es decir, el principio que indica que un Gobierno ha subido al poder de conformidad a los preceptos tenidos como legítimos en un país y en una época determinados, debe complementarse con la capacidad creadora de ese gobierno (…) resolver los problemas vitales de una nacionalidad determinada y satisfacer sus necesidades y anhelos”.
En cuanto a la línea ideológica del coloradismo afirma que nació como reacción contra “el individualismo de la época y se inicia una acción intervencionista decidida del Gobierno en la medida en que las circunstancias aconsejaban (…) Defensor de los desheredados, inauguró la lucha por la justicia social en nuestro medio. La ética de su pueblo y de sus dirigentes genuinos constituyó el sostén de la moral pública, y en los momentos de corrupción general era la única voz y el único gesto digno que se alzaban”.
En cuanto al Gobierno del cual formaba parte, resalta que se tomaron “las medidas iniciales en el orden económico y social, tendientes a crear las condiciones para una economía más evolucionada y progresista y, sobre todo, más justa, que llegue a beneficiar al pueblo antes que a grupos de privilegiados”. Aboga por una planificación económica para asegurar su máxima expansión, “utilizando integralmente todas sus posibilidades, al proteger al pequeño y desheredado y no a círculos, y rescatar para el Estado las fuentes básicas de nuestra riqueza”.
Roberto L. Petit no deja nada al azar. Sobre las razones sentimentales de la adscripción al coloradismo, aunque las reconoce como válidas, subraya que no es suficiente: “Hay que conocer el ideal partidario, sentirlo y amarlo, armonizando lo conceptual y emotivo. Así la convicción será indestructible y la posibilidad de errores o desviaciones se limitará al mínimo”. Y remata: “Nuestro partido no es de círculos sino de masas”. Por tanto, “hay que capacitar al pueblo y hacer que la política no solo se sienta, sino que, también, se piense racionalmente, de manera a elevarla a planos superiores, jerarquizarla y hacer de ella lo que necesariamente tendrá que ella ser: una actividad enderezada totalmente al bien público”. Es increíble cómo, 75 años después, sus palabras siguen resonando con cruel actualidad. Seguiremos. Buen provecho.