• Por Jesús Adorno
  • Coach deportivo

El deporte, en su esencia más pura, es un catalizador de transformación. Puede cambiar cuerpos, mentes y vidas enteras. Pero cuando el deporte se fusiona con la inclusión, se convierte en algo mucho más poderoso: un motor de cambio social, un constructor de puentes y, en mi experiencia, un verdadero pedacito de cielo en la Tierra.

Mi viaje en la Federación Juntos por la Inclusión no comenzó en la pista, sino en una mesa de reuniones. Fui invitado a unirme al equipo por mi experiencia en la orga­nización de eventos deporti­vos, pero en ese momento, la idea era simplemente una semilla. Quería ser parte del desarrollo de una carrera, un evento que aún no tenía nom­bre. Solo sabíamos que que­ríamos hacer algo diferente, algo que rompiera las barre­ras y que celebrara la diversi­dad. Esa idea, con el tiempo y el esfuerzo de un equipo apasio­nado, creció hasta convertirse en lo que hoy conocemos como Carrerí: una nueva forma de hacer carreras.

El concepto de Carrerí se erige sobre tres pilares fundamen­tales, uno de esos pilares es el grupo de entrenamiento, un espacio que surgió de una necesidad muy concreta: un lugar donde los atletas con dis­capacidad y sus atletas guía pudieran prepararse física­mente. No se trataba solo de correr; era sobre conocerse, crear un vínculo, y construir la confianza necesaria para enfrentar juntos cualquier desafío.

Mi rol como coach deportivo en este espacio es una de las mayores satisfacciones de mi vida. Pero en realidad, la pala­bra “coach” se queda corta. Yo no solo los entreno, yo entreno con ellos. Me pongo los cham­piones y corro a su lado, siento la misma fatiga, la misma emoción y la misma supera­ción. Al hacerlo, dejo de ser un instructor para convertirme en un compañero, en uno más del grupo. Y en ese proceso, he recibido lecciones que valen más que cualquier diploma de coaching.

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