DESDE MI MUNDO

A Víctor lo conocen en el barrio por dos cosas: sus hamburguesas case­ras y su tozudez.

Cuando en diciembre de 2024 escuchó que los Juegos Olímpicos ASU2025 traerían miles de visitantes, decidió juntar ambas virtudes para un objetivo nuevo: instalar un puesto de hamburguesas y cerveza arte­sanal en los alrededores uno de los accesos principales al complejo deportivo.

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No tenía un plan de marketing, pero sí un instinto claro: “Donde hay gente con ham­bre, hay negocio”, repetía.

El primer día de competencia, Asunción parecía otra ciudad. Calles bacheadas, ban­deras de países que nunca había escuchado nombrar, voluntarios guiando turistas en varios idiomas y un ritmo urbano que no dejaba espacio para el silencio.

Entre partido y partido, las veredas se llena­ban de visitantes que buscaban algo más que medallas: querían probar, tocar y llevarse un pedazo de Paraguay a casa.

En la primera semana, Víctor había vendido cientos de hamburguesas y litros y litros de su cerveza artesanal. Cada noche, al cerrar el grifo y contar la recaudación, hacía cuentas con incredulidad: en unos días había alcanzado lo que antes le tomaba un trimestre entero.

Y no era el único. Según estimaciones ofi­ciales, ASU2025 podría dejar en el país más de 300 millones de dólares en impacto eco­nómico, con una ocupación hotelera casi al tope y más de 4.000 atletas y delegaciones instaladas en la capital.

La inversión pública en infraestructura deportiva y urbana superó los 85 millones de dólares, incluyendo el moderno Cen­tro Acuático Olímpico y la renovación de varias sedes que, al menos en teoría, que­darán como legado.

En los puestos cercanos a los estadios, arte­sanos duplicaron sus ventas habituales; restaurantes sumaron turnos extra para atender la demanda, y el transporte público, aunque con quejas y demoras, movió un flujo de pasajeros poco habitual para la ciudad.

Hasta los pequeños negocios improvisados, como el de Víctor, sintieron que por unas semanas el país se había abierto de par en par al mundo. Pero en las conversaciones nocturnas entre vendedores, siempre apa­rece la misma pregunta: ¿esto se manten­drá después? Porque el dinero entra rápido durante un evento así, pero la economía no vive de medallas ni de banderas. No. Se nece­sita continuidad, planificación, y que esa inyección no se diluya cuando se apaguen las antorchas y las gradas queden vacías.

PERO VOLVAMOS A VÍCTOR

En estos días, mientras el humo de la parrilla flota sobre la multitud y la música de los fes­tejos se cuela entre las carpas, Víctor tomó una decisión: no va a guardar el carro cuando esto termine. Lo va a mover a otros puntos de la ciudad, a ferias, a plazas, a festivales, con­vencido de que el verdadero legado no está solo en los estadios, sino en la oportunidad de seguir encendiendo fuegos.

Porque si algo aprendió de estos Juegos es que el país tiene hambre… y no solo de deporte.

Pero esa es otra historia.

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