• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

“Partido de trabajadores honrados y altivos, agrupación de dolor y de lucha, entidad revolucionaria en el orden de las reivindicaciones sociales, asociación de hombres libres, alma heredera de la tradición revolucionaria de mayo, asociación del campesinado que defendió el Chaco frente al imperialismo, convirtiendo el machete del labriego en instrumento de liberación, el Partido Colorado es el verdadero partido socialista del Paraguay, pero de un socialismo no en sentido clasista, sino humanista; no dictatorial, sino libertario y democrático, no renegado de la patria ni del cristianismo que vive pletórico en el alma de nuestro pueblo; no materialista, sino de equilibrio entre el materialismo y el idealismo, amante del folclore paraguayo guaranítico, solidario en el sentido internacional, pero profundamente nacionalista y patriota; un socialismo que tiene su génesis en el espíritu gregario del indio guaraní y en el movimiento comunero paraguayo, que, con el verbo de Antequera, combatió la superstición política del derecho divino de los reyes apoyando la realidad política del derecho humano del común o del pueblo antes del histórico movimiento liberal de la Revolución Francesa de 1789, antes de la muerte de la dinastía de los Luises, antes de la toma de la Bastilla, antes de la sucesión del siervo por el ciudadano, antes del cambio de la diadema real por el gorro frigio, antes de la declaración de los derechos del hombre y la consagración del principio de la soberanía popular, primer fundamento de la democracia republicana”.

La extensa frase que antecede es una de las más bellas descripciones de la esencia ideológica del Partido Nacional Republicano. Proviene de un hombre humilde, pero de una talla intelectual inconmensurable; pobre de toda pobreza (murió en la indigencia), pero que supo resistir a las tentaciones del poder para no abdicar en dignidad. Sus antiguos camaradas del Partido Comunista –fue firmante del Nuevo Ideario Nacional– han ignorado de manera recurrente su adscripción a la asociación política fundada por el general Bernardino Caballero. Y los esbirros pensantes de la dictadura menospreciaron –por ser incómoda al régimen de entonces– esta carta en la que el poeta pilarense, autor de “Mi patria soñada”, Carlos Miguel Jiménez dirige al patriarca de la moral, doctor Juan León Mallorquín (quien presidía la Asociación Nacional Republicana), el 14 de julio de 1946, solicitando que su nombre sea inscripto “en el libro de afiliados de la entidad”. Es, repito, un documento que los viejos y nuevos militantes deberían conocer como el decálogo del coloradismo y que forma parte del patrimonio intangible del partido, junto al Programa/Manifiesto del 11 de setiembre de 1887, Moral Política (1918), de Mallorquín, y la Declaración de Principios, del 23 de febrero de 1947.

Carlos Miguel Jiménez fundamenta su pedido, subrayando que era “simpatizante del glorioso Partido Colorado desde mi rebelde adolescencia, castigada en 1931 por el gobierno de Guggiari (José P.) con el confinamiento en la Isla Margarita, cuya primera escuela puse en función con otros compañeros; siempre me sentí solidario con la nucleación idealista y heroica, cuyo blasón original es poder invocar la paternidad del hierro humano de Ybycuí, general Bernardino Caballero, y la expulsión del templo de la patria de quienes colaboraron, con almas de judas o caínes, con los que vinieron en nombre de la libertad a prendernos fuego hasta convertirnos en cenizas en el Gólgota de América llamado Cerro Corá”.

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Arremete sin cortapisas en contra de los históricos adversarios del coloradismo, los liberales, quienes, “a pesar de su intelectualidad y erudición, no pueden representar la cultura de nuestro pueblo los hombres ilustres que negaron la historia brillante de la patria y hablaron del ‘cretinismo paraguayo’, los que nos enseñaron a leer por medio de libros argentinos, los que obstruyeron permanentemente la capacitación ideológica y cívica de las masas, y los que, solidarios con todo lo foráneo, combaten el idioma guaraní, la lengua viva más dulce, expresiva y flexible que se ha conocido sobre la tierra, y desestiman públicamente la guarania, que es la mejor música de América, estimulando en forma creciente el oleaje inmigratorio de expresiones artísticas extranjeras, que está royendo las entrañas morales y psicológicas de la patria, así como de la verdadera cultura paraguaya”.

Resalta, en contrapartida, que “el Partido Nacional Republicano es el primer partido legal que propone en el Paraguay la igualdad política de la mujer con el hombre, habiendo comenzado ya y continuado la inscripción de las ciudadanas republicanas para la lucha cívica al lado de sus padres, esposos o hermanos. He aquí un paso de incontrovertible ascendencia hacia un crecimiento de nuestra cultura, hacia la paz y la justicia social y hacia una reforma que rubricará la futura Asamblea Nacional Constituyente”. Una promesa –la Constituyente– del presidente Higinio Morínigo durante la llamada “primavera democrática”, pero que tuvo que esperar más de dos décadas para su concreción.

Existe una razón muy sencilla para esto que he venido llamando “el abuso deliberado de transcripciones literales”. Es mi intención que mis correligionarios del Partido Nacional Republicano que, si no son capaces de incorporar el libro a sus hábitos cotidianos, al menos, se animen a leer estos extractos que refrendan los fundamentos doctrinarios del coloradismo. Y, quizás, puedan realizar también el gran salto hacia las obras de sus más ilustres intelectuales. Para que conozcan de dónde venimos y qué somos. Hay que preservar la esperanza. Continuaremos. Buen provecho.

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