- Por Liú Ficorilli
- Psicopedagoga
“Tuvimos que volver a mudarle de colegio. Esta vez no fueron los docentes ni sus compañeros. Fueron las familias. Eran los padres quienes lo rechazaban y lo excluían por su condición.”
La escuché entre lágrimas en una capacitación que compartíamos con la Federación Juntos para la Inclusión. Me dolió el alma y me impulsó a crear esta propuesta: charlas con familias, desde el corazón, con el cine como puente.
A través de escenas de películas, generamos espacios donde dejamos de hablar de “el diferente” y empezamos a mirar lo que nos une. Donde las familias pueden compartir lo que muchas veces no se animan a decir: sus miedos, sus dudas, su necesidad de entender mejor.
Porque la inclusión no fracasa solo cuando falta apoyo escolar. También fracasa cuando en casa se siembran prejuicios, cuando en los grupos de padres se murmura, cuando se decide, con palabras, acciones e indiferencia, que tal niño o niña “no”.
Y, sin embargo, cuando alguien se anima a mirar distinto, todo puede empezar a cambiar.
Por eso creo profundamente en estos espacios. Porque cuando las familias sienten que el lugar es emocionalmente seguro y se sienten escuchadas, pueden abrirse. Y cuando se abren, pueden transformarse.