• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Con atinada razón, uno de los lectores de la serie de artículos sobre “La línea social del coloradismo” observó que habría que realizar una distinción entre las diversas ramificaciones del liberalismo que fueron apareciendo como expresión política a lo largo de la historia de las ideologías. Fundamentaba su argumentación sobre las críticas descarnadas de los intelectuales del Partido Nacional Republicano a su antagónico doctrinario en su construcción original, todavía sin la evolución que habría de registrarse con el tiempo, deslizando, incluso, una eventual raíz que los unía en la actualidad.

Sin embargo, los duros cuestionamientos no dejan resquicios para dobles interpretaciones en lo concerniente al “libre mercado” sin control alguno (como el libre juego de zorro en el gallinero) y a un Estado que no incorpora la “cuestión social” entre sus competencias, posición defendida por uno de los hombres más ilustres del liberalismo paraguayo: don Cecilio Báez. Esta separación, de imposible reconciliación, es evidenciada inicialmente por el joven Blas Garay Argaña, a finales del siglo XIX. En los albores de la nueva centuria, el que toma la posta doctrinaria dentro del partido fundado por el general Bernardino Caballero fue Fulgencio R. Moreno, en su época de ministro de Hacienda. Por ese mismo itinerario transitarían después Ricardito Brugada, Ignacio A. Pane, Antolín Irala, Telémaco Silvera, Pedro Pablo Peña y Juan León Mallorquín. Y en los últimos tramos del sector denominado coloradismo democrático, Epifanio Méndez Fleitas y Osvaldo Chaves.

Es, probablemente, Natalicio González el que desentrañó con mayor certeza y rigurosidad científica la línea doctrinaria del partido: “Frente a nucleolos atomizados que cambian de postura ideológica de mes en mes, el coloradismo parte como la única fuerza orgánica de la democracia paraguaya, animada por un sistema de ideas que encuentra expresión en el Nuevo Ideario, síntesis de un largo proceso en que han colaborado los más altos valores intelectuales del partido, desde las postrimerías del siglo pasado hasta los años actuales. Interesa a la historia de la cultura paraguaya el conocimiento de ese proceso y las líneas que siguen buscando presentarlo objetivamente, en el deseo de comprobar, a través de la propia experiencia paraguaya, esta verdad tan sencilla que muchos desconocen: las ideologías políticas no se elaboran de golpe, con despojos de libros extranjeros (en alusión al liberalismo); se forman lentamente a través de los años, mediante la captación de los ideales permanentes del pueblo por los escritores que tienen el sentido de la solidaridad con su raza, con su tierra y con su propia tiempo”.

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Y la brecha se profundiza cuando alega que “los intelectuales colorados, como intérpretes veraces del espíritu de su pueblo, iniciaron desde las postrimerías del siglo pasado (XIX) sus ataques a la interpretación atomística del mundo. En el orden económico, defienden la primacía del interés colectivo sobre el interés privado, y ya en 1898 Blas Garay estampaba estas palabras revolucionarias para su tiempo: ‘Somos partidarios de la intervención del Estado. Lo requerimos, si no como absolutamente necesaria, como sumamente conveniente (…) Es necesario que el Estado, con los poderosos medios de que dispone, concurra a allanar el camino y hacer más fácil la evolución’”.

Y reseña, tal como ya lo hicimos nosotros en repetidas ocasiones, que cuatro años más tarde, como ministro de Hacienda, Fulgencio R. Moreno intenta “encarnar en la realidad las mismas ideas y las enuncia con energía en el propio seno del Parlamento: ‘La intervención del Estado en la esfera económica es una condición necesaria para el desarrollo progresivo, para la integración constante del cuerpo social. La teoría de la amplia libertad en la esfera económica, la doctrina del laisser faire, es una de las tantas antiguallas relegadas al museo de la ciencia’”.

En ese mismo orden, transcribe parte de un discurso de uno de los más prestigiosos directores que tuvo el Partido Nacional Republicano, el doctor Juan León Mallorquín: “Cuando se trata de créditos afectados a servicios de interés permanente del Estado, no está en las atribuciones de los funcionarios encargados de percibirlos la facultad de renunciar o de disponer de ellos como de cosa propia, porque no son suyos, sino de la comunidad social, destinados a atender necesidades superiores de la nación”. Y aquí su piqueta moral demoledora de la corrupción: “El ejército de morosos, pillos y ladrones de las rentas públicas, no puede invocar sus propias trampas, picardías y dilaciones para acogerse, luego, a la prescripción del derecho privado contra los intereses nacionales. Contra el interés de cada uno de los pícaros y amigos de lo ajeno, están los servicios de interés general de la comunidad. La necesidad de servicios y obras de utilidad pública es eterna, dura lo que las sociedades humanas organizadas en Estado o nación, aumenta con la cultura y progreso y de los pueblos y, por consiguiente, las rentas afectadas a estos fines deben ser también permanentes e imprescriptibles, porque están por encima de la voluntad individual”. A veces se vuelve irrefrenable el deseo de abusar de las transcripciones literales del pensamiento de los intelectuales republicanos. Aunque mas no sea para refrescar la memoria de los olvidadizos o para ilustrar la mente de aquellos que ni siquiera saben dónde están parados. Seguiremos. Buen provecho.

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