DESDE MI MUNDO

  • Por Mariano Nin
  • marianonin@gmail.com

Hay nombres que no deberían doler. Pero en Paraguay, hay nombres de niñas que son heridas abiertas. Heridas que el tiempo no cura.

Felicita tenía 11 años. La encontraron muerta en el cerro Yaguarón. Le llevó 21 años al Estado encontrar a su asesino. Veintiuno. Una vida entera.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Veintiún años de impunidad, de carpetas dormidas, de voces ignoradas. Era del interior, pobre. Tenía todo lo que este sistema necesita para volverse sordo.

Nadie que grite por vos. Nadie que escuche tu ausencia. Nadie que se ocupe.

Yuyú era apenas una nena. Cuidaba cabras. Desapareció sin dejar rastro, se evaporó. Así de simple, una tarde cualquiera, una tragedia invisible.

Nunca se encontró su cuerpo. Nunca hubo una explicación.

Nada. El vacío más brutal: no saber. No tener ni siquiera una tumba donde llorarla.

¿Quién la busca todavía? ¿Quién la recuerda?...

Monserrat, la más reciente. Tenía 12 años. Desapareció. La buscamos todos, y cuando la encontramos, ya era tarde. Apenas quedaba su cuerpo.

La infancia otra vez truncada. El dolor otra vez servido en bandeja.

Las autoridades corrieron, claro. Pero detrás del escándalo, no delante del crimen. Como siempre: reaccionamos tarde, mal y con discursos.

Tres niñas. Tres historias diferentes. Un mismo sistema que nunca aprende. Una misma impunidad que se recicla, se justifica, se normaliza.

Porque aquí las niñas desaparecen y no pasa nada. Los fiscales se encogen de hombros, los ministros se sacan fotos y lloran para las redes.

Aquí la justicia se toma vacaciones mientras las madres se quedan velando ausencias.

Y mientras tanto, las seguimos contando. Una más. Otra más. Siempre otra más.

Las niñas no deberían ser mártires, Deberían estar vivas, jugando, yendo a la escuela. Riéndose. Pero a Felicita le robaron la infancia. A Yuyú, el destino. A Monserrat, todo. Y a nosotros, nos arrancaron la última excusa.

Porque como dice un amigo, no es la corrupción lo que nos está matando. Es la impunidad.

Pero esa, es otra historia.

O tal vez no.

Tal vez es siempre la misma historia, contada con distintos nombres, en distintos pueblos, en distintos ataúdes. Y hasta que no rompamos ese ciclo de abandono, seguirán faltando niñas. Y nos seguirán faltando respuestas.

Déjanos tus comentarios en Voiz