En política, hay alianzas que se explican por la estrategia. Otras, por la historia. Pero hay algunas que desafían incluso la lógica más elemental. Una de ellas es la que estamos viendo hoy entre ciertos sectores de la izquierda occidental y el islamismo radical. Una relación que no solo es contradictoria, sino profundamente incoherente.

La izquierda y sus principios fundamentales

Históricamente, la izquierda ha defendido ideales como la laicidad del Estado, la igualdad de género, el feminismo o los derechos de las minorías. Desde Marx hasta los movimientos progresistas actuales, la izquierda se ha posicionado contra toda forma de opresión religiosa o teocrática.

El islamismo radical y su visión del mundo

Por otro lado, el islamismo radical no debe confundirse con el islam como religión. Se trata de una ideología política y religiosa que busca imponer una interpretación estricta de la sharía (ley islámica), reprime los derechos de las mujeres, persigue a los homosexuales, promueve la yihad como vía de expansión y considera a la democracia un pecado occidental.

En países bajo regímenes islamistas, como Irán o Afganistán, los valores progresistas que la izquierda dice defender son literalmente criminalizados.

¿Entonces? ¿Qué los une?

Nada en términos de valores. Todo en términos de enemistades. Ambos odian a Occidente. Y ahí nace esta alianza extraña: en el rechazo compartido a Estados Unidos, Europa, Israel, el capitalismo, el liberalismo y, en algunos casos, hasta a la modernidad misma.

Pero lo que debería ser una divergencia insalvable se ha vuelto una causa común. Intelectuales de izquierda que justifican atentados yihadistas como “respuestas al colonialismo”. Feministas que cierran los ojos ante la opresión de mujeres en regímenes teocráticos. Grupos LGBTI+ que marchan codo a codo con sectores que, si tuvieran poder, los colgarían en plazas públicas.

Se ha creado una narrativa en la que el islamismo es presentado como “resistencia”. Y resistir, para estos sectores, es más importante que ser coherente. No importa si el “resistente” lapida mujeres o impone la ley religiosa. Si va contra Occidente, es bienvenido.

Este fenómeno —ya bautizado como islamo-izquierdismo en Francia— revela una profunda crisis de principios. Porque en algún momento, luchar por causas nobles empezó a ceder lugar a una lógica de trincheras: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Pero no. El enemigo de tu enemigo puede ser también tu enemigo. De hecho, puede ser mucho peor. Y si la izquierda sigue abrazando sin crítica al islamismo radical, perderá lo poco que le queda de autoridad moral.

En el fondo, esta alianza es una traición. Una traición a las mujeres, a los homosexuales, a los laicos, a los que luchan verdaderamente por los derechos humanos. Y, sobre todo, una traición a la razón.

¿Hacia dónde va esta relación?

A largo plazo, esta alianza es insostenible si se confronta con la realidad ideológica de cada parte. Pero mientras el enemigo común exista, y mientras las luchas geopolíticas sigan marcando la agenda internacional, esta convergencia seguirá desafiando la lógica, generando polémicas y forzando a muchos a revisar sus coherencias éticas y políticas.

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