• Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

Superman –como contenido audiovisual– siempre rinde. Algunos especialistas reportan en fuentes diversas que, en todas las versiones cinematográficas hasta no hace mucho tiempo, sumaban ganancias por más de 1.500 millones de dólares desde aquellos tiempos en que Reeve fue el protagonista.

Quien fuera, es y será Kal-El (87) nació el 18 de abril de 1938 en Krypton, un planeta inexistente que en aquel año imaginaron Jerry Siegel, escritor; y Joe Shuster, dibujante, para DC Comic. Las cosas no iban bien para los kryptonianos que eran parte de la constelación de Coryus, a 27.1 años luz de la Tierra, según aquella ficción.

Al parecer, Rao –una estrella gigante y roja, dentro del sistema raocéntrico– estalló. La onda expansiva destruyó Krypton. Horas antes de que la tragedia sucediera, Jor-El, científico destacado en aquella sociedad, desde mucho tiempo antes de la catástrofe alertó a sus gobernantes de que aquello habría de ocurrir.

Era inevitable. Denostaron de él y de quienes lo seguían angustiados. Desde lo más alto de aquel poder aseguraban que nada sucedería. Que aquella advertencia carecía de sentido y fundamento. Miles descreyeron de buena fe y, como los que detentaban el poder, levantaron sus dedos acusadores hacia él.

Abrumado, junto con Lara Lor-Van, su esposa –padre y madre jóvenes y recientes del pequeño Kal-El– desesperaron. No permitieron, sin embargo, que el pánico los dominara. Sin dejar pasar el tiempo –y ante la urgencia que demandaba la emergencia, la certeza acerca del final y el deseo de salvar al pequeño vástago– lo arroparon escasamente, lo introdujeron en una pequeña cápsula espacial y, sin más, lo lanzaron al espacio exterior para que los sobreviviera.

También de episodios como ese se trata la esperanza. No era tiempo para lágrimas parentales ni despedidas familiares. El fuego abrasador de Rao los incineró. También a Zor-El –hermano de Jor-El– y a Alura In-Ze, esposa de aquel, tío y tía del bebé, solitario navegante espacial.

Jerry Siegel y Joe Shuster, los creadores de Superman. George Reeves y Kirk Alyn, los primeros protagonistas del superhéroe en la tele en la gama de los grises

¿Completa ficción? El periodista Henry Hanks, para el sitio de CNN en español en la web, da cuenta que “en el número 14 de Action Comics, que salió a la venta este miércoles (9 de noviembre de 2012) en Estados Unidos, el icónico superhéroe (Superman) se reúne en un observatorio con el astrofísico Neil de Grasse Tyson (67)”. Detalla luego que “en la realidad, el doctor Tyson es un astrofísico reconocido a nivel mundial y director del Planetario Hayden, del Museo de Historia Natural de Estados Unidos, en Nueva York”.

Según Hanks, ese científico “señaló el lugar donde Kriptón habría existido en nuestro universo en la vida real”; precisó que “se encuentra (como se consigna más arriba) en la constelación Corvus, a 27.1 años luz de la Tierra”; y resaltó que “en ese lugar se ubica una estrella enana roja llamada LHS 2520, que podría haber tenido las condiciones para albergar a un planeta como Kriptón (que) tiene una superficie muy turbulenta y un poco más fría y pequeña que el sol”. ¡Joder!

A UN MUNDO EN GUERRA

Vuelvo al bebé viajero en el espacio. La nave que lo transportaba, finalmente, se precipitó sobre los alrededores de Smallville –tal vez en el estado de Kansas cuya capital es Topeka– donde fue encontrado, sano y salvo, entre los restos de la nave salvadora por el matrimonio de granjeros Jonathan y Martha Kent, quienes –según el relato de Siegel y Shuster– lo rescataron de entre los hierros retorcidos, lo alojaron y decidieron llamarlo Clark.

¡Casi conmovedor y… a la vez, parecido a un bíblico relato que da cuenta que un bebecito fue puesto en un moisés y lanzado al Nilo, en Egipto, por su madre para que no fuera asesinado por el faraón que ordenó matar a todos los neonatos! Misteriosos misterios creativos– pero más allá de ello, nunca supe, –la historia no lo cuenta– que los Kent o quienes fueren hubieran reportado al sheriff de aquel condado el hallazgo del niño abandonado; ni que hubiesen procurado dar con sus familiares biológicos.

Era el 1938. Europa estaba cruzada por tensiones múltiples. Con vocación dictatorial, racista y hegemónica Adolf Hitler (1889-1945), canciller alemán desde 1933, avanza sobre su Austria natal meses después de asumir ese cargo en la República de Weimar, como él mismo llamara a ese país desde 1929.

Inmediatamente anuncia la unidad geográfica y política austroalemana. Francia, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Italia callan y aceptan que Checoslovaquia fuera dividida por Alemania. La población mundial se estremece cuando se sabe de la Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht).

Los campos de concentración –luego para el exterminio de judíos, romaníes, discapacitados, católicos y disidentes del nacional socialismo– ganan espacio en la información periodística epocal. En agosto del año siguiente, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) pacta “no agresión” con Alemania. Un mes más tarde, el 1 de setiembre de 1939, Hitler ordena invadir Polonia. Veintiún meses después, lanza la operación Barbarroja. Va sobre Rusia.

La Segunda Guerra Mundial está en desarrollo. Japón ataca a los Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941. Hitler, en Alemania; Benito Mussolini, en Italia; y el emperador Hirohito, en Japón –juntos– eran los enemigos a los que debían vencer los aliados, a los que ya se había agregado Estados Unidos.

La industria cinematográfica señala al eje Berlín-Roma-Tokio como “los malos”. Era imprescindible un héroe para el consumo cultural masivo en Norteamérica cuyos soldados asesinaban y eran asesinados lejos de casa. En aquel mundo los Kent abordaron la crianza de Kal-El que –con su identidad suprimida– era Clark y, al parecer, hizo sus primeras letras en la escuela preparatoria Smallville High, donde algunas de sus compañeritas y compañeritos fueron Pete Ross, Chloe Sullivan, Lana Lang y un par más de pequeños revoltosos.

A ese mundo en guerra (y en guerras) llegó accidentalmente Kal-El, que también es Clark Kent, cuando su nave espacial se estrelló contra una pradera ondulada en Kansas. Quizás en medio de un trigal. La historieta cuenta que ya por entonces –a causa de algunas de sus acciones sobrenaturales que sorprendían a los pibitos y pibitas en el cole que los Kent procuraban con profunda preocupación ocultar porque tenían mucho para ocultar respecto de ese niño prodigio anotado como propio– en el condado comenzaron a llamarlo Superboy.

LA PENETRACIÓN CULTURAL

Desde lejos –muy lejos– recuerdo que, en el Bajo Belgrano, mi pueblo natal en Buenos Aires, unos 1.200 kilómetros al sur de mi querida Asunción, muchos pibes soñaban (soñábamos y soñamos, por algunos años) con ser como él. De Superman –en mi caso personal– supimos allá por 1958, más o menos.

Fernández, un compañero de trabajo de nuestro querido viejo don Ricardo, cada semana nos regalaba las revistas mejicanas que publicaba la editorial Novaro con “Las aventuras de Superman”, junto con Billiken. Muy poco tiempo después –en blanco y negro, a nuestra familia y a la vecindad que nos visitaba para verla– nos llegó la tele.

Adentro estaba “El hombre de acero”. Cortita y al pie. Eran solo 24 minutos. “¡Es un pájaro! ¡Es un avión! ¡No, es Superman!”, son nueve palabras que comencé a escuchar con frecuencia.Un tan querido como viejo colega periodista norteamericano Kevin Norton, que unos pocos años atrás se fue para cumplir una cobertura en el más allá, reía con estas historias.

En los 70 del siglo pasado se hablaba de “penetración cultural” norteamericana. “It’s a bird! It’s a plane! No, it’s Superman!”, solía decir, siempre con una cerveza en alguna de sus manos, en los tantos bares del centro de Buenos Aires, que recorríamos después de teclear duro en las viejas máquinas para escribir.

Chispeados ambos Kevin, mientras señalaba hacia el Obelisco, allí donde se cruzan Corrientes con la 9 de Julio desde el 23 de mayo de 1936. Aquella batalla ideológica también involucró a Superman.

La Guerra Fría (1947-1991), en el siglo pasado, inmediatamente después del fin de la Segunda Guerra Mundial, fue intensa y dejó sociales secuelas tristes, profundas y heridas abiertas hasta hoy, pese al tiempo transcurrido. A tal punto que aquel comic creado en el 1938, entre los meses de abril y junio de 2003, devino en una historieta ucrónica. ¡Si, aunque parezca increíble! El guionista inglés Mark Millar la hizo para la productora de contenidos Elseworlds, dentro del conglomerado DC Comics. ¿Su título? “Superman: red son” (“Superman: hijo rojo”).

Julio Numhauser Navarro (86), cantautor chileno, fundador del grupo Quilapayún en 1965, en el que permaneció hasta 1967, nos enseñó a cantar a voz en cuello que “cambia... todo cambia”. Superman, aunque por poco tiempo, también cambió. “Это птица! Это самолёт! Нет, это Супермен! Niet, etie Superman”.

Millar, en la ucronía que creó, imaginó que la nave en la que viajó el bebé Kal-El, desde Krypton, se desplomó en la campiña de una granja colectiva en Ucrania. Dentro de ese marco contextual, crece y deviene en “el campeón de los obreros que lucha una batalla sin fin a favor de Stalin (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, 1878-1953), el socialismo y la expansión internacional del Pacto de Varsovia (Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, 1955-1991, para enfrentar a la OTAN)”.

Pese a la ucronía, el superhéroe soviético tiene todos los poderes que conocemos del que se desarrolló en las praderas de Kansas. ¿Diferencias? Las hay. Su nombre en el planeta Tierra es un secreto de Estado. Sus andanzas se extienden entre 1950 y 2000. ¿Superpoderes? Son los mismos del norteamericano. No son pocos quienes sostienen que “Superman da para todo”.

Que es un ícono tan indestructible como lo imaginaron –y desearon– Sieger y Shuster. “Marvel y DC (la empresa dueña de Superman) son a Estados Unidos lo que la Ilíada y la Odisea a Grecia: mitos para transmitir costumbres civilizatorias”, sostiene con precisa mirada crítica Manu Collado, profesor de Filosofía, en una columna que publica La Vanguardia. Tal vez por esa razón siempre vuelve.

En la tele se sucedieron para protagonizarlo John Newton (1988-1989), Gerard Christopher (1989-1992), Dean Cain (1993-1997), Tom Welling (2001-2011, 2019), Brandon Routh (2019-2020), Tyler Hoechlin (2016-2019, 2021-2024) y David Corenswet, en este año que corre.

En el cine, el recién llegado es David Corenswet. Lo precedieron Christopher Reeve (1978-1987-2006), Brandon Routh (2006) y Henry Cavill (2013-2022).

“Krypton (...) se encuentra en la constelación de Corvus, a 27,1 años luz de la Tierra”, precisa Neil deGrasse, astrofísico, director del Planetario Haydn del Museo de Historia Natural de NYC

Superman –como contenido audiovisual– siempre rinde. Algunos especialistas –que todo lo mensuran– reportan en fuentes diversas que en todas las versiones cinematográficas, hasta no hace mucho, tiempo sumaban ganancias por más de 1.500 millones de dólares desde aquellos tiempos en que Reeve fue el protagonista.

El Superman más reciente, al parecer, viene bien. En el primer fin de semana de exhibición en los Estados Unidos habría recaudado entre 120 y 125 millones de dólares. Algunas fuentes especializadas esperaban más. En el nivel global, alcanza a los 217 millones de la misma moneda.

El costo de la realización que de la obra de James Gunn se deja trascender alcanza los 225 millones de la unidad de moneda estadounidense. En general la valoración del público es positiva, entre hombres y mujeres. “El éxito no solo se debe a su trama, que evita repeticiones y enfatiza valores universales, sino también al trabajo de James Gunn y Peter Safran, primeros líderes completos de DC Studios, quienes han rediseñado el enfoque del personaje”, sostiene Darwin Schneider Correa Parra en la revista Semana. No sorprende.

El abordaje del icónico personaje se realiza desde una perspectiva social amplia y solidaria. Inusual y complejo. Sigmunt Bauman planteó el concepto de “modernidad líquida” casi tres décadas atrás cuando agonizaba el milenio.

Inestabilidad, fluidez, consumo, obsolescencia, descarte, fragmentación y/o ruptura de conceptos tales como distancia y tiempo, precarizaciones de todo tipo, incertezas extendidas. Justamente, licuefacción de casi todo. Resurgimiento de los nacionalismos, de la xenofobia, del racismo. Brutalidades. Desesperanzas. Maldades y bondades parecen perder estabilidad. Malas y buenas… malos y buenos… son categorías perecederas con fechas de vencimiento cercanas. Nada parece ser por mucho tiempo.

En tiempos de redes, de IA (inteligencia artificial), significaciones y resignificaciones son prácticas sociales. Superman, en consecuencia, no podía (ni debía) ser más de lo siempre… desde siempre, siempre. Que humanas y humanos vuelen es posible con los recursos de la realidad virtual. Mirar a través de las paredes también es factible en la realidad real.

La espectrografía no es inalcanzable. Escuchar desde “algún lugar” con la logística tecnológica más avanzada para vulnerar las intimidades más íntimas con el la idea extendida de utilizarlas en contra de quién fuere tampoco es infrecuente cuando hasta las guerras se privatizan y existe un mercado laboral de alta demanda con archivos siempre activos para mercenarios y mercenarias.

Este Superman –en tiempo de cancelaciones– bien podría ser categorizado como progresista o… “woke” en algunas culturas. ¡Es interesante!

CLANDESTINO

Después del cine me largué a caminar por Corrientes. Un clásico. El Obelisco –imponente– me aporta y otorga identidad. ¡Qué falta nos hace un humilde superhéroe!, pienso. Escasean en nuestra tan maltratada aldea global No me interesa que vuele, ni que sea indestructible, ni inmortal. El frío de la nocturnidad invernal está filoso. ¡Corta! Una nube despojó de altura a los edificios más altos. Vuelvo a pensar en la peli. Es un Superman de los tiempos que corren o, más precisamente, nos persiguen para alcanzarnos con fines inconfesables.

Me cruzo con muchos migrantes indocumentados como él, que nació en Kryptón y llegó a la Tierra con la esperanza paternal y maternal de una vida mejor. Se mueve sin papeles y con falsa identidad. Como un sospechoso más de nuestros días. En la clandestinidad. No escasean los migrantes que –indocumentados, como Superman nacido en Kryptón– temen y procuran trabajos mal pagos de lo que pinte.

Periodista en un medio tradicional en tiempos de comunicaciones reticulares, fakenews, bulos, mentiras, deepfakes que circulan transversalmente los ecosistemas digitales de a ratos hay quienes lo buscan para dar batallas que no son (ni debieran ser) solo de él contra los malos más malos y las malas más malas. Pero no son muchas –ni muchos– los que se atreven. Me detengo. Miro hacia todas partes.

Ya no existen ni se instalan teléfonos públicos. ¿Dónde podrá Clark Kent –urgido– despojarse de sus ropas y los anteojos para lanzarse a volar, con su capa al viento, desde donde se encuentre para llegar hasta donde se ocultan las y los peores para enfrentarlos? La niebla disipó. Miro al cielo. “¡Es un pájaro! ¡Es un avión! ¡No, es Superman!”.

“Superman: red son”, el superhéroe comunista que creó Mark Millar, también para DC Comic, llegó a la Tierra en una granja colectiva en Ucrania desde su Krypton natal

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