EL PODER DE LA CONCIENCIA

  • Por Alex Noguera
  • Periodista
  • alex.noguera@nacionmedia.com

En estos últimos días, los niños fueron protagonistas de diversas noticias, entre ellas hubo buenas, otras medianas y las no tan buenas, aunque todo depende de la perspectiva de cada uno.

Un episodio nada bueno fue el accidente protagonizado por un hombre que manejaba su camión por una calle del barrio María Auxiliadora de la compañía Caacupemí de Areguá, donde varios menores jugaban entusiasmados, que estaban siendo observados por los encargados desde una distancia prudente.

Todo era alegría y risas, cuando se acercaba el camión. No llevaba gran velocidad puesto que la arteria era de empedrado, pero como muchas veces ocurre –sin explicación– uno de los niños, que tenía 6 años, sin previo aviso prácticamente se arrojó frente al vehículo en su intento de cruzar al otro lado de la calle.

La acción fue tan repentina que no dio tiempo para nada. Ni los adultos encargados de velar por la seguridad pudieron reaccionar, menos el conductor que solo sintió el salto de su rueda trasera al pasar encima del cuerpecito porque el ángulo de visión impidió ver la infructuosa carrera del niño antes de la desgracia.

El chofer frenó al darse cuenta de lo sucedido, pero ya era tarde. En las cámaras sus brazos sobre la cabeza demostraban su incredulidad y desesperación. Bajó del rodado y se dirigió hacia el sitio de la desgracia intentando ayudar, pero el caprichoso destino decidió cambiar por un doloroso luto toda la alegría que desbordaba ese día el barrio.

Si el azar dictó la fatalidad en Areguá, el mismo día en un camino vecinal del barrio San Francisco de la ciudad de Concepción se lo pudo ver riendo a carcajadas mientras jugaba con la vida de los niños que habían encontrado un extraño objeto mientras un tractor cavaba una cuneta.

Fue todo un hallazgo. La curiosidad de los niños hizo que manipularan ese aparato oxidado de unos dos kilos y cuando decidieron enseñar el tesoro encontrado a los adultos, estos –peor que los niños– sacaron sus conjeturas. Era nada menos que una bomba, dijeron; en realidad una granada de mortero que, según expertos, podría ser de la época de la guerra del Chaco o posteriormente de la Revolución del 47.

Unos querían conservar esa reliquia como un trofeo histórico, otros tomaron su machete y le dieron golpes y lo rasparon para intentar encontrar alguna inscripción que indicara qué era esa cosa. Y los más “visionarios” hasta propusieron darle un sentido práctico y utilizarlo como un mazo para machacar remedios yuyos.

Menos mal que el negocio no prosperó porque hubiera sido una ganancia un poco explosiva. La llegada de la FTC hizo que terminara bien esta historia y que no hubiera heridos que lamentar. Con eficiencia, hicieron explotar la carga y colorín colorado, la bomba había terminado.

El tercer episodio es emblemático. Finalmente, luego de 21 años de huir de la Justicia, el supuesto abusador y asesino de la niña Felicita, de once años, quien vendía mandarinas entre las tareas de la escuela y las de su casa para ayudar a su familia, finalmente fue atrapado.

Nuevamente el destino metió la cola y esta vez se burló de Fredy Antonio Florenciano, alias Fredy Loco, quien con sus 41 años vivía haciendo trabajos sin lugar fijo y protegía su identidad con una cédula falsa.

Pero esta vez a los agentes del Grupo Lince les llamó la atención la mirada de miedo que transmitía el sospechoso y se acercaron para abordarlo. Con 12 órdenes de captura, no hubo identificación falsa que pudiera seguir protegiéndolo y por primera vez sintió el rigor de las esposas mordiéndole las muñecas.

Tres circunstancias con resultados diferentes, cada una con niños como protagonistas, pero con el destino que no deja de burlarse de todos, como es su costumbre.

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