• Por Aníbal Saucedo Rodas

Dos figuras antagónicas, paradójicamente, son las que mejor escudriñaron la raíz histórica y los fundamentos ideológicos del Partido Nacional Republicano: uno, desde el exilio: Epifanio Méndez Fleitas, y el otro, bajo la sombra de la dictadura estronista: Ezequiel González Alsina. A pesar de esas posiciones fuertemente encontradas, divididas por fronteras éticas, a ninguno de ellos se les puede restar méritos intelectuales. Parte de este escrito ya había publicado anteriormente en algunos textos también relacionados a la Asociación Nacional Republicana.

Epifanio Méndez Fleitas, orador y escritor con grandes cualidades intelectuales, escrutando meticulosamente uno de los mensajes del presidente de la República, general Bernardino Caballero, enviado al Honorable Congreso de la Nación, subraya que “la libertad política y la justicia social eran las grandes ideas rectoras del General Caballero”.

Méndez Fleitas aludía al Mensaje del 1 de abril de 1883, en el cual Caballero exhorta a cada ciudadano a constituirse en celoso guardián de las libertades públicas y a no excusar su concurso para la obra del bien general. “Si perseveramos en ese camino –continúa–, a nosotros nos habrá tocado la gloria de fundar sobre bases inconmovibles la República, ese régimen de gobierno popular que es el ideal supremo de la humanidad”.

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“La dignificación del hombre por la educación y el trabajo –dice más adelante Caballero–, la reconstitución de la familia, la difusión del bienestar que asegura la independencia personal e infunde el sentimiento de responsabilidad, son otras tantas condiciones indispensables para la realización del fin deseado”.

Estos factores y elementos –explica Méndez Fleitas– son esenciales para la realización de la justicia social, uno de los pilares de la fórmula política de Caballero, siendo su otro soporte “el principio del gobierno de origen popular”.

La rigurosidad con que Méndez Fleitas define la línea ideológica del Partido Nacional Republicano, a partir de los discursos y la gestión de Bernardino Caballero en la Presidencia de la República, como antecedentes del Programa que habría de aprobarse el 11 de setiembre de 1887, lo convierte en uno de los autores más referenciados, incluso por sus adversarios políticos internos, a la hora de refutar cualquier aproximación de origen entre el coloradismo y el Partido Liberal. Damos especial significado a la palabra origen, porque a finales del siglo XIX, a una década de la fundación de la Asociación Nacional Republicana, uno de los más sólidos intelectuales del Partido, el doctor Blas Garay, proclama su célebre sentencia sobre lo indefendible que le resulta “la tesis de la escuela liberal”.

Ezequiel González Alsina, bajo el seudónimo de Gastón Chevalier París, tenía el pronóstico de erigirse en una de las más elevadas voces de la poesía paraguaya. Pero se dejó seducir por la política, y rápidamente sobresalió dentro del Partido Colorado, a finales de los 40, como un extraordinario y lúcido orador en ambos idiomas: español y guaraní. Después de 1954, el estronismo terminó por arrastrarlo y, más tarde, se convirtió en uno de los más férreos defensores de la dictadura desde su posición de director del diario Patria. Fue, indudablemente, uno de los últimos polemistas de nota que tuvieron el país y el partido.

Nadie podrá negar que la exégesis del Programa/Manifiesto de 1887 de González Alsina es el documento más serio y determinante que le da el tiro de gracia a quienes sostienen de mala fe que el Partido Nacional Republicano y el Centro Democrático (luego Partido Liberal) tienen el mismo sustento ideológico.

Examina cada párrafo del Manifiesto (que nació como Programa, recalcamos), analiza cada palabra, con la exactitud de un escrupuloso cirujano, para alegar, de manera contundente y cortante como un bisturí: “Quienes sostienen que el Partido Colorado es una rémora del liberalismo impuesto al Paraguay por la horrenda ‘cruzada libertadora’ de la Triple Alianza, el Manifiesto del 11 de setiembre de 1887 constituye una valla insalvable. No hay manera de concertar los espejismos de la doctrina liberal con los postulados que desde aquella lejana fecha orientan la vida y el desenvolvimiento de nuestra poderosa asociación política”.

Igual que Méndez Fleitas, González Alsina se retrotrae a los seis años de gobierno del general Caballero, quien “en el incesante trajín por sacar al Paraguay de su postración, compiten en él la sagacidad del gobernante y la experiencia del ciudadano probo, que le darán la sabiduría necesaria para proponer al porvenir un derrotero nacional, con inspiración propia, capaz de superar los muchos factores negativos del Estado liberal, y de permitir que una definida ideología nacionalista impulsara el bienestar del pueblo en la prosperidad y en la libertad”. Seguiremos. Buen provecho.

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