La guerra ya no solo se libra en los frentes militares. Hoy, el combate también ocurre en las redes sociales, en las noticias virales y en las cámaras de los teléfonos inteligentes. En pleno siglo XXI, la información se ha convertido en arma estratégica, y millones de ciudadanos comunes somos bombardeados diariamente con versiones sesgadas de la realidad, muchas veces diseñadas para moldear nuestra percepción de los conflictos globales.

Durante las crisis internacionales, desde Ucrania hasta Gaza, pasando por Venezuela o Yemen y más actualmente, en la “Guerra de los 12 días”, entre Israel e Irán, asistimos a una auténtica guerra de narrativas. Gobiernos, movimientos políticos y actores no estatales compiten por ganar legitimidad moral y apoyo público, no solo dentro de sus fronteras, sino también en el escenario global.

Imágenes impactantes sin contexto, videos reutilizados fuera de lugar o declaraciones sacadas de su marco original circulan a gran velocidad. Y detrás de cada uno de esos contenidos, muchas veces hay una campaña planificada para construir una versión conveniente de los hechos .

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Las plataformas digitales son hoy campos de batalla ideológica, donde los algoritmos priorizan contenido emocional, polarizador o viral, sin importar su veracidad. El resultado es la formación de cápsulas informativas, espacios virtuales en los que los usuarios reciben solo una visión del conflicto, generalmente afín a sus creencias previas.

Esta dinámica genera sociedades fragmentadas, incapaces de acordar siquiera cuál es la realidad sobre un mismo hecho. Y eso, lejos de ser un efecto colateral, suele ser el objetivo buscado.

Los medios controlados por Estados ofrecen una visión alternativa a la narrativa dominante de medios globales. Pero esta pluralidad tiene matices: ¿se trata realmente de diversidad informativa o de propaganda encubierta?

Lo cierto es que ningún medio es completamente neutral. Todos operan desde un marco editorial que refleja intereses geopolíticos, culturales o ideológicos. Por eso, leer entre líneas y cruzar fuentes es clave para evitar caer en la manipulación.

Más allá de errores o rumores, existe una desinformación estructurada, orquestada por actores estatales o grupos organizados con objetivos claros: confundir, desestabilizar o influir en la opinión pública mundial.

Desde las campañas rusas durante elecciones occidentales hasta las estrategias de posicionamiento en torno al conflicto israelí-palestino, estas tácticas tienen un nombre técnico: information warfare o guerra de la información. Y sus efectos pueden llegar a influir en decisiones de política exterior, sanciones internacionales o incluso en el apoyo humanitario. Las decisiones antiisraelíes del Gobierno español o el irlandés son un ejemplo de estas influencias.

Cuando la población pierde la capacidad de discernir entre verdad y ficción, se debilita la base misma de la democracia: un cuerpo electoral informado y crítico. Las personas terminan confundidas, polarizadas o indiferentes ante crisis que, aunque distantes geográficamente, tienen repercusiones globales. Como dijo el filósofo Slavoj Žižek, “el mayor peligro no es la mentira, sino la verdad fabricada”.

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