- Por Jaime Zúñiga
- Director del Club de Ejecutivos
En un artículo anterior abordábamos la necesidad de profesionalizar la toma de decisiones en el sector público como un paso ineludible para construir un Estado moderno, eficiente y orientado al bien común. Decíamos que el déficit de capacidades técnicas en la gestión pública no solo limita el alcance de las políticas, sino que también deteriora la confianza ciudadana. Esa reflexión, lejos de agotarse en los niveles centrales del gobierno cobra aún mayor relevancia cuando se traslada al plano municipal, donde las consecuencias de la falta de profesionalización son más visibles, más cotidianas y, en muchos casos, más graves.
La reciente intervención de la Municipalidad de Asunción evidencia lo que desde hace tiempo es vox populi: muchas administraciones locales funcionan con graves carencias institucionales, atrapadas entre el cortoplacismo político, la falta de planificación y una cultura administrativa donde el mérito y la capacidad técnica y profesional están ausentes o subordinados. Más allá de las personas o partidos involucrados, lo cual es solo anecdótico, lo que se evidencia es un modelo agotado de gestión municipal, donde los problemas estructurales no se resuelven porque el enfoque con el que se administran las ciudades sigue siendo improvisado, reactivo y opaco.
Profesionalizar la gestión municipal implica mucho más que contratar técnicos. Implica construir equipos multidisciplinarios con estabilidad y formación continua, implementar concursos públicos y escalafones administrativos, fortalecer los sistemas de control interno y garantizar que las decisiones clave no estén determinadas por la coyuntura política, sino por la evidencia, el análisis y la planificación.
Asunción, como capital del país, enfrenta desafíos urbanos de gran complejidad, pero no es la única. Administrar una ciudad con problemas estructurales arrastrados durante décadas exige un alto nivel de preparación técnica, coordinación interinstitucional, visión de largo plazo y honestidad. No se puede gobernar la capital con las mismas prácticas con que se administraba un municipio pequeño hace treinta años. Y sin embargo, eso es exactamente lo que ocurre: estructuras arcaicas, decisiones sin sustento técnico, obras sin planificación, servicios básicos deficientes, sobreendeudamiento y una ciudadanía cada vez más frustrada.
La autonomía municipal es una conquista importante, pero no puede seguir siendo utilizada como excusa para el desgobierno. La autonomía debe ir acompañada de responsabilidad, de estándares de calidad en la gestión y de mecanismos efectivos de rendición de cuentas. Cuando eso no ocurre, lo que se fortalece no es la descentralización, sino el descrédito del Estado local.
La intervención de la Municipalidad de Asunción no debería ser vista como un hecho aislado, ni mucho menos como un castigo. Debería ser una oportunidad para repensar a fondo cómo queremos que funcionen nuestras ciudades, qué tipo de liderazgos necesitamos y qué capacidades técnicas debemos instalar para garantizar que las decisiones que afectan la vida diaria de millones de personas sean tomadas con responsabilidad, competencia y visión de futuro. Profesionalizar la gestión local ya no es una opción. Es una necesidad urgente.