• Ricardo Rivas
  • Periodista
  • X: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

Las guerras –tantas veces repudiadas en el devenir de la historia universal– una vez más parece estar a la vuelta de la esquina. No es una sorpresa ni mucho menos algo inesperado.

La aldea global cambia. La tertulia invernal en esta tan fría noche en Mar del Plata –unos 1.450 kilómetros al sur de mi que­rida Asunción– posibilita que emerjan dudas, interrogan­tes, convicciones y, por qué no decirlo, preocupaciones. Amigos, amigas y debates cruzados. Mi vieja mecedora junto a los leños crepitantes y los copones cargados con un Gran Enemigo, cabernet franc de 2020, añaden calidez a ese “cónclave para pocos… y pocas”, como propuso alguien en tono de broma en “la previa”.

Las guerras ganan pre­ponderancia en el espa­cio dialógico. El destrato violatorio de los derechos humanos de más de 125 millones de personas des­plazadas, según los repor­tes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), agrega angustia.

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“El propósito globalizador amplio que algunos estadis­tas a izquierda, derecha y cen­tro impulsaron en décadas recientes parece decaer o, por lo menos, perder impulso”, lanza JJT, académico y cate­drático. Lector con voluntad inquebrantable de conoci­miento, agrega a ello su sor­prendente memoria. Alguien coincide y asegura tener la misma percepción.

“Es así a partir del acceso al poder de nuevos líderes y lide­resas que en algunos casos –por sus decires, sentires y acciones concretas– pare­cen dar señales de tener bajos coeficientes intelec­tuales para lo que se supone y demanda –justamente– a líderes y lideresas”, sentencia DEG, con años de forma­ción en universidades asiá­ticas, europeas y en Oriente cercano.

Aquí, allá y acullá, conflic­tos en desarrollo. Terro­rismos amenazantes y novedosas prácticas horro­rosas. Armados con letales armas de diseño –incluso on demand– algunos gobiernos y corporaciones por debajo de la mesa privatizan las guerras e intervienen en ellas con mercenarios que asesinan a pedido del mejor postor.

SICARIATO A GRAN ESCALA

“¡El estadio superior del sica­riato a gran escala!”, enfatiza AS, analista transnacio­nal amateur. Con el pen­samiento puesto en todos aquellos fuegos y nuestro propio fuego, entrecierro los ojos. Percibo que nuestros teléfonos inteligentes vibran.

“A los refugios. Suenan las alarmas”, reporta @bettapi­que –colega periodista galar­donada y con larga trayecto­ria profesional en conflictos y guerras– desde su cuenta en X. “Israel e Irán intercambiaron disparos nue­vamente (…) en su enfren­tamiento más intenso de la historia, alimentando los temores de un conflicto prolongado que podría abarcar a Medio Oriente”, agrega la agencia francesa de noticias AFP.

Enmudecimos. Las y los integrantes de este grupo tenemos afectos y recuer­dos valiosos en ese lugar del planeta. Tal vez, en silencio, propusimos un brindis por la paz que, también sin expre­sarlo en alta voz, lo acep­tamos. Alguien levantó su copón. “¡Por la paz!”.

El ruego colectivo, sin embargo, no alcanza para dejar atrás los pensamien­tos. “El mejor camino para olvidar es no pensar”, le hizo decir alguna vez el viejo Ray Collins (92)

–tal vez el más grande escritor de historietas vivo en nuestra región después de la partida del admirado Robin Wood el 17 de octubre de 2021, en Encarnación– al teniente Zero Galván, del imaginario precinto 56 en NYC. “Pero, también, es el más largo”, remató aquel duro héroe latino (migrante) de ficción, aunque no tanto.

Ucrania arde. Gaza agoniza. Israel, aterrorizada. Irán, atormentada. República Democrática del Congo, ensangrentada. Sudán, Yemen, Nigeria, Afganistán, Siria, horrorizadas. Profe­sionalmente trashumé esos paisajes que millones –a tra­vés de milenios– llamamos Tierra Santa y algunos cree­mos que lo es.

Los grupos de poder que con el correr de los tiem­pos y la emergencia de con­flictos múltiples se crearon para que líderes y lideresas resuelvan entre ellos y ellas los conflictos que se desplo­man sobre millones de ino­centes devienen en púlpitos inadecuados, inútiles, para que los unos y las otras –tal vez– se escuchen entre ellos y ellas.

ALARIDOS

¿Quieren oírse? Los tremen­dos alaridos desgarradores de las y los desesperanza­dos no parecen conmover­los. Millones huyen. Atrás quedan niñas y niños arran­cados de sus familias para convertirlos en soldados. Los preparan para que sepan cómo ser eficientes para asesinar en masa.

Las y los adultos despoja­dos de esos afectos entra­ñables, amenazados por lo que creen peor, se lanzan en busca de refugios incansa­blemente hasta que intuyen, perciben, sienten que –en verdad– van hacia lo peor. Miles sucumben cuando lo intentan.

Ningún lugar queda lejos para las y los desplazados forzados que, en cientos de casos, comprenden que escapar no siempre es lle­gar al lugar deseado. Al que creen más adecuado o al que, después de la huida, podría ser el nuevo y fértil campo de arraigo para sembrarlo de sueños. ¡Corramos, las balas pican cerca!

Sin embargo, algunas veces es tan aciago llegar que hasta aquel atrás peligroso que indujo la fuga parece perder sentido cuando –en cada playa a la que se arriba, luego de cada frontera que se cruza o muro que se sortea– se hace el recuento de quie­nes lo consiguieron entre las y los que partieron unidos en la desesperanzada espe­ranza.

Nunca fueron pocos ni pocas. Ni cuando las llama­das “invasiones bárbaras”, desde el siglo III de nues­tra era, ni cuando finalizaba el siglo XIX y comenzaba el XX, en el “período de migra­ciones”. Sin embargo, por estos tiempos, los desplaza­dos son muchos más. Quienes mueren en los intentos, también.

DESAPARECIDOS

En 2023, la Organización Internacional de las Migra­ciones (OIM) reportó que, desde 2014, “más de 28 mil personas han desparecido” cuando intentaban llegar desde África a Europa. Lam­pedusa, esa muy pequeña isla italiana, es uno de los tantos puntos de llegada. Se multiplican allí los campamentos solo asistidos por volunta­rios de múltiples organiza­ciones no gubernamentales (ONG) y programas de orga­nismos multilaterales cada día menos dotados de fondos asistenciales.

El Mediterráneo es la ruta inevitable y, a la vez, un ries­goso desafío. A tal punto que a ese bellísimo mar al que los mapas del Imperio romano señalaban y mencionaban como Mare Nostrum, el papa Francisco unos pocos meses atrás lo describió como “un enorme cemen­terio”. El simbólico averno también pueden ser las olas gigantescas.

¿Y cuando llegan? “Solo la idea, la sensación y la con­vicción de ser sobrevivien­tes nos hace sentir bien, afortunados… pero dura poco.

El recuerdo de las y los ausentes pesa, lastima, hiere. Nos persiguen sin descanso”, me dijo mientras miraba fijamente aquel piso arenoso un desplazado con el que pude conversar perio­dísticamente.

Por breves momentos, sus ojos se perdían en el estre­cho de Gibraltar. Miedos. Fantasmas, pensé y la cer­teza de estar siempre bajo sospecha. Muy cerca está la tan lujosa como deslum­brante Tanger tachonada de residencias ostentosas de ricos y famosos. El jet set no se fija en gastos.

“Solo, voy con mi pena / Sola va mi condena / Correr es mi destino / Para burlar la ley…”. Manu Chao (francés, español, vasco y gallego), como en aquel tiempo, vuelve a sonar en mis oídos. Ayer, hoy y mañana. Espero que no. “Perdido en el cora­zón / De la grande Babylon / Me dicen El Clandestino / Por no llevar papel (…) Mi vida va prohibida / Dice la autoridad”.

“Me dicen el Clandestino, por no tener papel...”, canta Manu Chao. El drama de las y los migrantes

ARRAIGO Y DESARRAIGO

Algunas y algunos lo con­siguen. Pero… arraigo y desarraigo suelen ser asig­naturas pendientes, para siempre. “No soy de aquí, ni soy de allá, / no tengo edad, ni porvenir / y ser feliz, es mi color de identidad…”, canta desde 1970 el querido Facundo Cabral (1937-2011), siempre en mi corazón, que un frío sábado 9 de julio se fue desde Guatemala luego de cantar junto con miles en, de, desde, por y para la paz.

Una tormenta de violencia se abatió sobre él a las 5:20 de aquel día. El 8 de abril de 2016 la Justicia con­denó a medio siglo de cár­cel a quienes lo asesinaron. El narco Alejandro Jimé­nez, el Palidejo, y sus cóm­plices lo hicieron. Nunca nadie explicó, sin embargo, qué pasó. Mucho menos… por qué sucedió. ¿Por qué a él?, pregunté alguna vez en Guatemala a un magistrado. “¿Por qué no a él?”, fue su respuesta.

Ucrania arde. Gaza agoniza. Israel, aterrorizada. Irán, ator­mentada. República Democrá­tica del Congo, ensangrentada. Sudán, Yemen, Nigeria, Afga­nistán, Siria, horrorizadas. La construcción de muros supera ampliamente al tendido de puentes. Asilamientos. Nacionalismos. Terrorismos. Cri­men organizado transnacio­nal de alta complejidad.

Algunas expresiones se repi­ten una y otra vez. Datos, hechos y supuestos se cru­zan y entrecruzan. Incerti­dumbre y dolor. Las guerras –tantas veces repudiadas en el devenir de la historia uni­versal– una vez más parece estar a la vuelta de la esquina. No es una sorpresa ni mucho menos algo inesperado.

“No soy de aquí, no soy de allá, no tengo edad, ni porvenir y ser feliz, es mi color de identidad...”, confiesa Facundo Cabral en 1970. Otra forma de ser migrante

EL RELOJ DEL APOCALIPSIS

Cuando finalizaba enero, el Reloj del Apocalipsis –así lla­mada esa herramienta cien­tífica creada por los más rele­vantes expertos nucleares en 1947– marcó que, en el año que recién se iniciaba, este 2025, faltan 89 segundos para la medianoche nuclear. Horroriza –más que nunca por estos días– ingresar en https://thebulletin.org/ doomsday-clock/. JJT lo hizo desde su celu. “Adelantamos el Reloj del Juicio Final (así también llamado) de 90 (en el inicio de 2024) a 89 segundos para la medianoche”.

¿Es posible? Los sucesores de Albert Einstein y Roberto Oppenheimer nucleados dos años después de finalizada la Segunda Guerra Mun­dial –cuando Hiroshima y Nagasaki ya estaban inci­neradas– en el ámbito de la Universidad de Chicago son claros en el uso de la palabra. Son concientes de la grave­dad del anuncio que reali­zan. Eligen puntillosamente cada vocablo para consignar que las agujas del Reloj del Apocalipsis precisan que – este 2025– es “lo más cerca que jamás hemos estado de la catástrofe” nuclear.

“El mundo ya está peligrosa­mente cerca del precipicio, un movimiento de incluso un solo segundo debe tomarse como una indi­cación de peligro extremo y una advertencia inequí­voca de que cada segundo de retraso en revertir el curso aumenta la probabilidad de un desastre global”, puntua­lizan después.

Como una suerte de crónica del futuro que –como toda proyección histórica hacia atrás o hacia adelante se for­mula desde el presente, con lo que se sabe y se tiene hoy para medir y analizar– los analis­tas sostienen que “en cuanto al riesgo nuclear, la gue­rra en Ucrania, que ya lleva tres años, se cierne sobre el mundo”.

Agrega el breve texto que “el conflicto podría descontro­larse en cualquier momento debido a una decisión pre­cipitada, un accidente o un error de cálculo”. Pero no se queda allí. “El conflicto en Oriente Medio amenaza con descontrolarse y con­vertirse en una guerra más amplia sin previo aviso”.

ARSENALES

Escalofriante. Revela luego que “los países poseedores de armas nucleares están aumentando el tamaño y la importancia de sus arsena­les, invirtiendo cientos de miles de millones de dólares en armas que pueden des­truir la civilización”.

Lamentan y hacen público aquel día que “el proceso de control de armas nucleares se está desmoronando, y los contactos de alto nivel entre las potencias nucleares son totalmente insuficientes dado el peligro inminente”.

Con amargo asombro – tal vez tentados por la desazón– aseguran que “resulta alarmante que ya no sea inusual que países sin armas nucleares consi­deren desarrollar sus pro­pios arsenales” y, aunque no señalan a país alguno en esa condición, aseguran que esos desarrollos “soca­varían los esfuerzos de no proliferación (de armas de destrucción masiva) de larga data y aumentarían las posibilidades de que estalle una guerra nuclear”.

EL FIN DE LA CIVILIZACIÓN

El párrafo final –que JJT lee en alta voz– suena (y resuena) aún en mis oídos. “Continuar ciegamente por el camino actual es una forma de locura. Estados Unidos, China y Rusia tienen el poder colectivo de des­truir la civilización. Estos tres países tienen la respon­sabilidad primordial de sal­var al mundo del abismo, y pueden hacerlo si sus líderes inician conversaciones serias y de buena fe sobre las amenazas globales aquí des­critas. A pesar de sus pro­fundos desacuerdos, deberían dar ese primer paso sin demora. El mundo depende de una acción inmediata”.

Siento que las agujas de ese Reloj del Juicio Final no se aceleran ni acelerarán por quienes ejercen el derecho humano “a circular libremente y a elegir su residen­cia en el territorio de un Estado”; o “a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cual­quier país”, como lo consig­nan los artículos 13 y 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1945.

No y solo no. El abismo está delante de un puñado de poderosas y poderosos. Solo ellas y ellos tienen la potestad de dar o no dar ese último paso al frente para detener el reloj o acelerarlo para siempre. ¿Qué es lo que no se entiende?

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