EL PODER DE LA CONCIENCIA

Uno de los temas más dolorosos surgidos en los últimos meses para el Paraguay es el del espio­naje ilegal realizado por el gobierno de Bolsonaro a autoridades nacionales. A este país limítrofe, al que luego de mucho recelo y décadas de lacerante recuerdo por su participación en la Guerra contra la Triple Alianza, finalmente le otorga­mos de nuevo la confianza, pero una vez más nos pagó con la vil traición, según los medios informativos, incluido un funcionario paraguayo de la Cancillería al que ahora se lo denomina “traidor a la patria”.

Lo peor es que Bolsonaro no fue el único que urdió esta traición, ya que según la prensa del vecino país, esta ignominia también alcanza al gobierno del actual mandatario, Lula da Silva.

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La traición duele, pero de ningún modo sorprende. Desde que la humanidad tiene conciencia ya aparece esta clase de conducta. Es más, si uno acude a la web y pregunta cuál fue la primera traición cometida en el mundo, posiblemente los datos arrojen el caso descrito en el libro de Génesis, en el que Caín mata a su her­mano Abel, por celos.

Sin embargo, otros aseguran que la pri­mera traición no fue esa, sino la desobe­diencia de Eva y Adán, quienes preten­dieron engañar a Dios al comer el fruto prohibido. También estarán quienes refu­ten estas narraciones por provenir de un texto de fe como la Biblia, entonces podría­mos ir a otra fuente también bastante anti­gua pero humana que nace entre los siglos IX y VIII A.C. de la pluma del inmortal Homero, quien en su obra la Ilíada cuenta la traición de Helena, la mujer más bella de la época, quien fuera obligada a casarse con el rey de Esparta, Menelao.

Es sabido que, en ausencia de su marido, Helena es seducida por el príncipe Paris y ambos huyen a la inexpugnable Troya, lo que desencadenaría una de las más gran­des guerras de la antigüedad, que luego de diez años finalmente concluiría con la derrota de la ciudad de altas murallas.

Todos estos casos de traiciones forman parte del folclore que se confunden en la cortina del tiempo y de la fe, sin embargo, a pesar de los siglos y de las dudas, la trai­ción adquiere nuevos rostros en el Siglo XXI.

Hoy, por ejemplo, gran parte de los ciuda­danos europeos se sienten traicionados por la actitud belicista de sus líderes, que viven en una nube, intocables. En lugar de usar el dinero de los impuestos para proporcionar progreso y bienestar, esas autoridades pregonan el aumento por­centual para compra de armamento y piden a la población que adquiera kits de supervivencia de 72 horas como velado anuncio de lo que les espera. Los ciuda­danos saben que las élites nunca irán al frente de batalla, pero sí enviarán a los jóvenes, a sus hijos, quienes serán carne de cañón.

Los traidores no tienen género ni rango social ni fronteras determinadas. Pue­den ser tanto presidentes de un país como jefes de una empresa o un mando cualquiera de un ejército.

Si en Europa los líderes juegan con la vida de la gente con armas cada vez más potentes, en otras partes del mundo la traición se disfraza de corrupción y los presidentes participan del torneo de quién tiene más dinero. Investigados, unos acaban presos, como la condenada Cristina Kirchner; otros como el expre­sidente Alan García, acusado de corrup­ción y enriquecimiento ilícito, huyó de la Justicia por un túnel que le ofreció la muerte. Otros presidentes, como Nico­lás Maduro, se perpetúan en el poder por medios ilícitos que subyugan a su pueblo.

Lo mismo ocurre, por ejemplo, con un cabo que, seguro de su rango, obliga al aspirante a realizar pruebas absurdas o humillantes tareas de castigo para demostrar que él es el que manda, sin recordar que encima de él existen supe­riores.

La traición se presenta con muchos ros­tros, pero por más maquillada que esté, ninguna viste prendas propias. Es como en el cuento de Cenicienta, puede lucir el mejor traje, las joyas más valiosas, dan­zar en un palacio con la realeza, pero siempre cuando suenan las doce campa­nadas se transforma en lo que realmente es. Tarde o temprano, siempre la traición queda expuesta. Es su naturaleza.

Etiquetas: #La infamia

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