En la política, como en la matanza (jerga de la tauromaquia), hay fechas que no perdonan. El muy español refrán lo dice sin anestesia: “A todo cerdo le llega su San Martín”. Y en España, el calendario empieza a marcar ese día para el gobierno de Pedro Sánchez. Lo que antes eran rumores y fakes news, hoy se convierten en sumarios judiciales, nombres propios y relaciones comprometedoras dentro del círculo más cercano al presidente. La Moncloa, el palacio presidencial, comienza a oler a “encierro final”, y no por la gestión, sino por el olor que emana la corrupción.

El IV Encuentro Foro Madrid, llevado a cabo en Asunción la semana pasada, nos acercó a conocer algunos detalles y a entender, en parte, el complejo entramado de la política española. De hecho, teníamos pautada una entrevista con Santiago Abascal, presidente de Vox, pero este intempestivamente tuvo que partir rumbo a su país, para estar presente en momento en que la situación embarraba totalmente a su rival, el presidente Pedro Sánchez Castejón, quien está más errático que nunca en sus decisiones, ¿y por qué no decirlo?, también en su soberbia.

Santos Cerdán, el operador clave del gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el estratega de pactos con Bildu (una federación de partidos políticos de izquierda soberanista vasco) y Junts (un partido político nacionalista catalán e independentista de centroderecha), ahora aparece en los radares mediáticos y judiciales. Su cercanía con Koldo García –el exasesor detenido por corrupción en la compra de mascarillas– ya no es solo política, es una carga. La sombra se alarga. Y aunque desde Ferraz (sede del PSOE) intentan reducirlo todo a “casos aislados”, el ciudadano medio ya no compra ese relato. La política de cartas públicas, lágrimas digitales y victimismo presidencial empieza a desgastarse. El socialismo de Sánchez se enfrenta a un espejo incómodo: el de su propio San Martín. Su impopularidad se agiganta a medida que tácitamente apoya a grupos radicales del Medio Oriente, en desmedro de la memoria de los asesinados por el Estado Islámico, el 11-M en Atocha.

Mientras tanto, el Partido Popular observa el derrumbe con el ceño fruncido. Alberto Núñez Feijóo intenta mantener la compostura institucional, pero no logra despegar del todo. Isabel Díaz Ayuso marca el ritmo mediático, pero su discurso polarizante también genera rechazo en el centro. Y es ahí donde aparece la figura que más capitaliza el hartazgo: Santiago Abascal y Vox. Cada escándalo socialista es un voto más para el espectro de la derecha. Abascal no necesita grandes campañas: le basta con esperar a que caigan los frutos podridos del árbol del poder.

La corrupción no solo erosiona la credibilidad del Gobierno español, sino que reordena el tablero político.

En una España fatigada de crisis institucionales, el discurso de “orden”, “limpieza” y “patria” encuentra terreno fértil. Y aunque el progresismo quiera hacer ver que las soluciones de Vox son más eslóganes que programas, en tiempos de indignación eso basta y lo de Vox podría ser una sorpresa. Porque si a todo cerdo le llega su San Martín, a toda democracia le llega también su momento de definirse entre el juicio o el populismo.

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