- Emilio Aguero Esgaib
- Pastor
La parábola por excelencia que nos muestra el carácter básico de Dios y su rol más importante y a la vez el carácter básico del ser humano es la parábola del hijo pródigo.
Un padre amoroso, que busca reconciliar a sus hijos, generoso, perdonador, lleno de gracia y sus dos hijos, uno desobediente, ingrato, avaro, inmoral, desleal e impío que va fuera de la casa a buscar su plenitud e identidad para terminar deseando comer la comida de los cerdos y el otro religioso, soberbio, inmisericorde, egoísta, envidioso, celoso y mezquino.
Ambos hijos pródigos, uno físicamente y el otro pródigo del corazón.
Esta parábola que está en Lucas 15:11-32 está después de otras dos, La Oveja Perdida y La Moneda Perdida, es una trilogía que nos habla de alguien perdido.
La del Hijo Pródigo habla de la humanidad perdida representada por estos dos hermanos, el impío y el religioso, y un padre (Dios) que busca reconciliarlos entre sí y con él a través de Cristo (el cordero que el padre ofrece en el banquete), pero más allá de eso quiero quitar unos principios de paternidad y gratitud.
En esa parábola vemos un padre proveedor, no solo de los económico, sino que, mirando el carácter del padre, también un proveedor de valores. Un padre debe de ser proveedor o de valores.
Vemos un padre que, indudablemente, instruyó a sus hijos, pero una vez que ellos tomaron su decisión les dio libertad de caminar el camino que ellos elegirían. Les soltaría, pero no en su corazón ni en sus oraciones, estaría velando constantemente por el regreso del hijo. Un padre de fe y esperanza.
Vemos a un padre que estaba expectante para restaurar a su hijo. Él está expectante de su regreso y él estaba día a día mirando que vuelva.
Vemos a un padre que toma la iniciativa para la reconciliación. Él corre hacia su hijo y antes que él hable lo abraza.
Vemos a un padre restituidor, un da todo y más de lo que antes tenía a un hijo verdaderamente arrepentido.
Vemos a un padre que busca reconciliar a los hermanos entre sí, intercede, apacigua, hace pensar, invierte tiempo, argumenta a favor de los hijos y de la unidad de su familia.
Pero la pregunta es: ¿cómo puedo volverme un padre así?
Una frase dice: “El ser padre es el único oficio donde primero te entregan el título y después se aprende como se hace”. También otro dicho dice: “El engendrar un hijo no te hace padre así como el tener un piano no te hace pianista, padre es aquel que forma a su hijo”.
Ser un padre cristiano victorioso implica disciplina y humildad. No existen atajos, es un día a día, implica renuncia, aprendizaje, actitud. Implica que el egoísmo sea puesto en un costado. Implica carácter, arrepentimiento.
No hay fórmulas mágicas, implica aprender, capacitarse, y todas estas cosas deben de ser una renuncia en el día a día.
El egoísmo y la falta de sacrificio nos llevan a ser malos padres. Digo egoísmo porque muchos anteponen su diversión, o trabajo o meta personal por encima del tiempo y la renuncia que exigen los hijos.
Un padre realmente enfocado dirá: “Mis hijos y mi familia son mucho más importante que mi placer o mi trabajo o una tentación”. Sencillamente se mentaliza, toma una decisión y trabaja en pos de ello. El camino tiene muchísimas bifurcaciones, implica sacrificio y renuncia. Cada vez que queremos flaquear o retroceder en nuestra responsabilidad paterna recordemos una frase del Dr. James Dopson: “Tener hijos no es para cobardes”. Es una gran verdad, solo la valentía, la decisión diaria, el esmero, el carácter, la renuncia, la entrega, la dependencia a Dios, la fe, nos ayudarán a salir victoriosos en este desafío de vida.
Nuestro mayor anhelo como padres debería de ser el mismo de Proverbios 23:26 “Dame, hijo mío, tu corazón”.