EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alex.noguera@nacionmedia.com
Hace muchos, pero muchos años, tantos que la historia que voy a recordar duda de sí misma, hace que se confunda y hasta que parezca un cuento. Pero no, todo ocurrió a la vera del arroyo Lambaré a principios de la década de los 70.
La ciudad por entonces era joven y la avenida principal aún lucía el típico color rojo de la tierra, antes de sentir la opresión del asfalto. Pocos vehículos circulaban sobre ella y de líneas de transporte, ni hablar. El 4 y el 19 eran los medios que se arriesgaban a transitar y prestar el servicio a las pocas personas que se atrevían a vivir en esa casi selva.
Bajando una leve pendiente, a unos 300 metros de la avenida, corría apacible el arroyo de aguas cristalinas en el que pececitos de colores nadaban libres.
A su orilla, todas las tardes como un rito religioso acudía una lavandera. Llevaba sus ropas en una gran palangana de metal, las apilaba con cuidado sobre la piedra tosca, y una a una pasaban por el jabón, eran fregadas con sus manos expertas y golpeadas con una especie de mazo-tabla, que ablandaba y expulsaba la suciedad como exorcismo a los demonios. El tun tun plash, tun tun plash del madero sonaba rítmico como el tambor de los trirremes romanos.
Antes de concluir, doña Mónica enjuagaba sus prendas y cargaba agua del manantial que había cavado en la roca y con la palangana sobre la cabeza y el balde en la mano subía la pendiente con gran maestría
En la casa, el veterano del Chaco, don José Cristaldo la esperaba. Sus manos mágicas hacían brotar el maíz, las sandías y la mandioca en la capuera, pero en el tejido alrededor del terreno de la casa también crecía poroto manteca y otras variedades de legumbres que doña Mónica utilizaba para cocinar.
Por las noches, la cocina de tres paredes hecha de troncos partidos de cocoteros dejaba un lado abierto para que cupiera un madero largo y grueso que era el principal alimento del fuego. Las llamas de ese fuego convocaban a los vecinos para escuchar las narraciones del guerrero, quien disfrutaba de la audiencia. Con gracia, hacía movimientos como si un cuchillo imaginario rozara el piso y exclamaba “hendy pe miserable”, haciendo alusión a las chispas que producía el arma.
Los presentes abrían los ojos esperando el enigmático desenlace, en tanto que doña Mónica repartía las tortillas que iban saliendo de la paila para acompañar el cocido caliente. Don José era todo un personaje, pero a veces la mujer le recordaba en broma que había ido a la guerra –para huir– porque ella había quedado embarazada. Todos reían y él se sonrojaba de esas picardías del pasado.
Definir a don José sería imposible. Pequeño, de ojos claros y voz pausada, era eficiente en todo lo que hacía. Agricultor, narrador consumado, también tenía su equipo de peluquería con el que recortaba “la melena” a todos los que se lo pidiesen por un precio representativo y hasta era poseedor de la cajita de acero inoxidable característica de los médicos en la que llevaba la jeringa de metal y vidrio, con agujas de diferentes medidas, que muchas veces utilizó en casos de emergencia porque en aquella época ir a un hospital resultaba toda una odisea. Era un héroe en todo sentido, poco valorado y hoy olvidado.
Hace dos días, don Canuto González (109), don Virgilio Dávalos (110) y don Juan Bautista Cantero (108), tres de sus camaradas recibieron el homenaje por ser los últimos veteranos de guerra que quedan con vida.
Pronto toda esa generación será un recuerdo y luego ni eso, solo vivirán en los textos y en las canciones de Emiliano R. Fernández. Los que tuvieron la dicha de departir con alguno de estos combatientes guardan los recuerdos de sus anécdotas como un tesoro; pero los más jóvenes, aquellos para los que la guerra del Chaco solo significa un día feriado, desconocen el valor de sus propios compatriotas.
Es posible que este sea el último año en que la nación paraguaya tenga la oportunidad de agradecer a estos tres veteranos. Pronto el clarín del descanso eterno sonará y como soldados acudirán a la cita, como hace 93 años, cuando recibieron la orden de marchar al Chaco para expulsar al enemigo que ingresaba desde el norte.