El 1 de junio de este año, desde el puerto de Catania (Sicilia, Italia), partió una misión compuesta por 12 activistas políticos, ambientalistas y sociales, con destino a la Franja de Gaza, en el mar Mediterráneo.

El motivo oficial de esta misión era llevar ayuda humanitaria al territorio palestino, controlado aún en gran parte por el grupo terrorista Hamás, el mismo que el 7 de octubre de 2023 asesinó a sangre fría a cerca de 1.260 personas –entre ellas, niños, mujeres y ancianos– y secuestró a otras 255, con la participación de miles de civiles gazatíes y miembros de otros grupos terroristas que operan en la zona, como la Yihad Islámica Palestina o los muyahidines. Estos últimos fueron responsables del secuestro y asesinato de Kfir (9 meses), Ariel (4 años) y su madre Shiri.

Estos datos retratan de cuerpo entero a la denominada Flotilla de la Libertad, como se autodenominaron sus integrantes, y que las autoridades israelíes rebautizaron irónicamente como la “Flotilla del Selfie”, al estar integrada, entre otros, por la joven ambientalista –o exambientalista– sueca Greta Thunberg.

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Durante el periplo desde Catania hasta el punto donde se les permitió avanzar, el grupo publicó fotografías en redes sociales que mostraban un ambiente distendido, casi vacacional, presentando una imagen completamente desvirtuada de la realidad bélica. La Franja de Gaza es una zona de guerra, donde aún permanecen secuestradas 55 personas; algunas con vida, pero la mayoría ya asesinadas. Estas personas son la razón por la cual la operación militar israelí no solo no ha cesado, sino que se ha intensificado. El objetivo del Estado de Israel es asegurarse de que una masacre como la del 7 de octubre jamás vuelva a repetirse en su territorio.

En la madrugada del lunes (noche del domingo en esta parte del mundo), la Marina israelí, en el marco del bloqueo marítimo –una herramienta legal en tiempo de guerra–, abordó el barco “Madleen” y lo remolcó hasta el puerto de Ashdod, para posteriormente proceder a la expulsión de todos los activistas.

Hasta aquí, lo puramente noticioso. En Israel, un país inmerso en una guerra contra el terrorismo y con la misión de rescatar a sus secuestrados mientras protege al resto de su población, varios activistas –e incluso autoridades– habían sugerido permitir que Greta y su “Flotilla del Selfie” llegaran hasta las costas de Gaza.

Allí cabían dos posibilidades: una, ser recibidos en una zona bajo control del Ejército israelí, lo que habría resultado en su detención y posterior deportación; o bien desembarcar en una zona aún controlada por Hamás.

Suponiendo que ocurriera lo segundo, ¿se imaginan el festín propagandístico de los terroristas al ver desembarcar de un velero con motor a un grupo de activistas europeos y latinoamericanos encabezados por Greta Thunberg?

Para Israel, esto podría haber representado un problema aún mayor: los activistas podrían haber sido secuestrados por Hamás u otro grupo, lo que implicaría cambios en las operaciones militares. El barco, con bandera británica, transportaba a una legisladora francesa de origen palestino, a un activista brasileño –identificado por Israel en el funeral del líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah– y, por supuesto, a Greta Thunberg, quien ha demostrado talento para la propaganda antiisraelí, pero no para contribuir de forma real a su causa ambiental.

En caso de que las operaciones militares no se modificaran, los integrantes de la “Flotilla del Selfie” podrían haber resultado heridos o muertos en un intercambio de fuego entre el Ejército israelí y los terroristas. Esto habría representado un serio problema mediático para Israel, incrementando la ya vergonzosa campaña internacional en su contra, alimentada por gobiernos –especialmente europeos y algunos latinoamericanos– quienes ignoran deliberadamente quién inició esta agresión.

En resumen, la Marina israelí salvó la vida de Greta Thunberg y sus compañeros de la “Flotilla del Selfie”. Ellos salieron ganando una mayor visibilidad y una mejor cotización como activistas de cualquier cosa. No hay dudas de que la recompensa llegará, quizás desde algún rico emirato mundialista del Golfo Pérsico. Lo cierto es que la millonaria jovencita sueca goza de buena salud y parece estar feliz, a juzgar por su rostro al recibir un sándwich de manos de los marinos. Eso sí: la comida kosher, por lo visto, le cayó bastante bien.

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