- Aníbal Saucedo Rodas
Semanas atrás habíamos escrito sobre “Las ideologías en tiempo de crisis”, quedando pendiente la necesidad de analizar el origen y la vigencia doctrinarios del Partido Nacional Republicano o Partido Colorado.
Lo que intentaremos realizar sucintamente en esta ocasión. Hace algunos años, la doctora en Ciencias Políticas y Filosofía, Renée Fregossi, catedrática de la Universidad de La Sorbona, de París (Francia), vino a interpelar la conciencia de las asociaciones partidarias tradicionales del Paraguay, el Colorado y el Liberal, durante unas conferencias dictadas en la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción.
“Si uno analiza –explicó– la situación de ambos partidos no podemos saber cuál de ellos está al lado de los neoliberales o de la socialdemocracia, las dos ideologías que imperan en el mundo actualmente”.
Una precisión en este punto. El sociólogo francés, ya fallecido, Pierre Bourdieu, condena tanto “la exaltación del laissez faire neoliberal” como a los “celadores socialdemócratas de la economía neoliberalizada”, dejando la ventana abierta para una opción más centrada en el hombre, en su dignidad y en su bienestar: el movimiento social o “la repatriación del poder hacia los ciudadanos”, eje sustantivo de la teoría y acción socialistas.
Si hoy buscamos redefinir ideológicamente al Partido Colorado es porque existió un largo período de vaciamiento doctrinario, de trastrocamiento de sus principios políticos y de omisión de sus postulados éticos.
Es muy difícil determinar lo que no se conoce en su esencia y en su desarrollo. Pero una parte importante del problema se resuelve cuando se admite su existencia.
Muchos no quieren resolverlo, pues, de esta manera, el campo seguirá abierto para oportunistas, fascistoides y camaleones, como bien los describe el ya citado Bourdieu, al decir que “en una misma carrera pueden ir de la extrema izquierda a la centro-derecha o aún más allá, disfrazando sus claudicaciones con una retórica socialista”. Retórica que no se compadece de la acción.
La fundación del Partido Nacional Republicano, el 11 de setiembre de 1887, es claramente explicado por Roberto L. Petit: “Nació para bregar, orgánica y permanentemente, por la reconstrucción nacional y por la restauración de los valores autóctonos de nuestro pueblo.
Nació en momentos cruciales de la vida nacional, a unos años de la hecatombe de 1870, con los mejores propósitos y concitando las más hondas esperanzas”. Las secuelas de la Guerra Grande o contra la Triple Alianza (Argentina,
Brasil y Uruguay) seguían golpeando la conciencia popular con fuerza y alta dosis de resentimiento. La anarquía amenazaba el espíritu de la nación. Y la nación misma estaba a merced a aventureros, expoliadores y buscadores de fortuna que soñaban con montar su imperio en esta tierra desolada y asolando con más miseria y dolor a nuestra gente.
El mismo Roberto L. Petit, un intelectual de indiscutible integridad ética y moral, agrega que el Partido Nacional Republicano “nace con vocación de grandeza, avizorando los grandes horizontes, con vocación de justicia, de legalidad, de respeto a la personalidad humana y a sus derechos esenciales, nace propugnando el orden y la paz pública, considerando estos factores con la prioridad que les corresponde, es decir, como fundamentos de la libertad y del progreso.
Y cuando sostiene (que) ‘la soberanía popular es el gran fundamento de la República’, incorpora los principios de la democracia republicana a su doctrina”.
En lo que respecta a su esencia doctrinaria, explica que “se iba a enriquecer con el correr del tiempo y no va a anquilosarse como la de otras corrientes políticas, sino que evoluciona al ritmo de los acontecimientos y de las conquistas sociales contemporáneas, adaptándose siempre a la realidad nacional y utilizando su valiosa experiencia y su inclinación popular”.
En los años siguientes a la proclama fundacional, los intelectuales de la Asociación Nacional Republicana van consolidando el cuerpo doctrinario del partido, tomando como principio invariable el documento del 11 de setiembre de 1887, en que declara su vocación medularmente democrática, asegurando que “la soberanía popular es el gran fundamento de la República”.
El programa del partido se sintetiza en dos palabras: “Paz y respeto a nuestras instituciones”. Consagra, al mismo tiempo, la libertad de sufragio, de expresión, de prensa, de reunión y de todos los demás derechos políticos, de manera a realizar la gran divisa republicana: el gobierno del pueblo por el pueblo.
Y destaca el acatamiento al principio de autoridad basado en la justicia, con lo que el Partido Colorado se adhiere al régimen democrático y, consecuentemente, explicita su rechazo “a toda dictadura de individuos o de grupos”, conforme se ratifica en su Declaración de Principios del 23 de febrero de 1947.
Sin embargo, la historia del futuro habría de registrar uno de los más largos y nefastos regímenes autocráticos que sometió al Paraguay en nombre del Partido Colorado, un partido al que habían adulterado sus fundamentos doctrinarios y sus principios éticos, empezando por el propio Programa (o Manifiesto) Fundacional. Necesariamente, seguiremos. Buen provecho.