• Víctor Pavón (*)

La historia económica de China es notable. De ser un país pobre y sin posibilidades de desarrollo, con el ascenso al poder de Deng Xiaoping en 1977 se realizaron numerosas desregulaciones otorgando a sus productores agrícolas derechos de propiedad atenuados que incentivaban a tomar mejores decisiones.

Los chinos aprendieron que los férreos controles de los comisarios en la Unión Soviética no eran de imitarse.

A partir de la década de 1980 las reformas fueron más profundas. Se desreguló el sector bancario y la gestión del crédito. Aparecieron las empresas privadas. Las ventas de bienes se hacían a precios de mercado. Se elevaron la producción y la productividad en el campo y en las ciudades.

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China se convirtió en una potencia junto con los Estados Unidos. Sin embargo, aún sumando su impresionante crecimiento tecnológico, todo ello no es suficiente para catalogarlo como economía capitalista.

En China existe un elevado riesgo político por el cual el intervencionismo estatal de los burócratas del Partido Comunista son los que deciden hasta dónde se avanza en independencia empresarial y derechos de propiedad. No existe un sistema de tribunales ajustados al debido proceso.

La sentencia definitiva depende del partido político dominante. Sin libertad de prensa y expresión tampoco existen críticas al régimen.

Aún así se insiste sobre que China es capitalista liberal económicamente hablando. En verdad sobre lo que no se sabe es acerca del capitalismo liberal dada la confusión acerca de su significado filosófico e histórico, hecho adrede por los intelectuales de izquierda.

El capitalismo liberal nace en el siglo XVIII con tres características: libertad, propiedad y Constitución. La libertad y la propiedad son inseparables puesto que el mercado como un orden social incentiva la creación y el comercio de bienes y servicios en un ambiente de libertad económica.

Esto no podría subsistir sin un orden legal que proteja a las personas del Estado y para eso se hizo la Constitución. Un genuino sistema de capitalista es, por tanto, la coexistencia de la libertad económica y política, situación que no ocurre en China.

Este país ha crecido mucho. Pero la intervención estatal autoritaria se recrudece sin límites cada vez que se ven amenazados los intereses del Comité Central del partido único de China.

A la fecha con Xi Jinping se vienen redoblando los controles internos a sus ciudadanos al estilo big brother (gran hermano) porque los empresarios surgidos en los últimos años empiezan a exigir que la libertad y la propiedad junto con sus vidas no dependan de un solo partido, el comunista.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”, “Cartas sobre el liberalismo”, “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes”, y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la República”.

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