• Arturo Peña

El 17 de julio de 2013 el mundo futbolero estaba con la mirada puesta en Asunción. Esa noche, en el Defensores del Chaco, se disputaba el partido de ida de la final de la Copa Libertadores entre el local Olimpia y el visitante, el Atlético Mineiro de Brasil.

El estadio hervía. Llegué minutos antes del inicio y apretujado pude ubicarme en una de las bocas de entrada a la gradería Sur. Emoción desde el pitido inicial. El primer estallido fue en el primer tiempo, gol de Silva, y el éxtasis ya en el descuento, un poema de Pittoni. Locura desatada. Nunca me había abrazado con tantas personas desconocidas como en esa noche.

Solo quien pisó alguna vez una gradería puede entender ese reverbero de emociones que se vive en un partido de fútbol, esa reacción química que desata un gol en el cuerpo de un hincha. Lastimosamente, el fútbol y lo que conlleva –como tantas cosas en este mundo– también tiene sus sombras: xenofobia, racismo, violencia, y peor aún, muerte.

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Ultimamente, en especial el tema del racismo, saltó al tapete tras situaciones que tuvieron mucha repercusión en los medios, hasta llegar a las altas esferas de la dirigencia futbolística. Enhorabuena, podemos decir por las iniciativas que se lanzaron a partir de estos sucesos.

Ojalá que la violencia en sí, en todas sus manifestaciones, sea tomada con mayor preocupación por quienes manejan el fútbol, sin dejar de subrayar que muchos hechos violentos trascienden lo meramente deportivo.

En el tema de la violencia, uno de los ejemplos a recordar es el de Inglaterra y los temibles hooligans (barras bravas). La tragedia de Hillsborough, ocurrida en 1989, en la que murieron 97 personas aplastadas contra el vallado del estadio de Sheffield a causa de una avalancha marcó uno de los puntos de inflexión.

A partir de allí, el gobierno endureció y con fuerza las medidas para erradicar de violencia ligada al fútbol. No fue un proceso fácil ni corto, pero hoy, aunque existan episodios negativos aún, la realidad en el fútbol inglés es radicalmente diferente.

Sin duda es un tema complejo de tratar y un enorme desafío para la FIFA. ¿Castigar o educar? ¿Dónde poner el énfasis? En ambos.

Pero en cuanto a las sanciones, lo importante es tener las reglas claras.

El caso de la sanción recibida por Paraguay por parte de FIFA, por la cual tendrá que pagar una multa y reducir en un 15 % el aforo para su próximo partido por eliminatorias es un ejemplo. Si bien, como parte de la sanción se incluyen fallas en medidas de seguridad y el uso de pirotecnia en el último partido de local, factores que fueron visibles, también se agregan al informe insultos racistas, puestos en duda en varios programas deportivos a nivel local.

Que estas sanciones se presten a las especulaciones o a dudosas interpretaciones podrían agregar más elementos negativos antes que soluciones.

El insulto no construye. Ningún margen de duda. Eso sí, al trasladarlo a una gradería el escenario se hace bastante más complejo. Es difícil imaginar a la hinchada haciendo valores de juicio del tipo: ¡árbitro injusto! o ¡futbolistas carentes de carácter! Y aquí volvemos a los sucesos recientes que avivaron el debate sobre el racismo en el fútbol, donde los monos cobraron repentina trascendencia, al ser relacionados con una forma de insulto entre hinchas.

En 1859, Charles Darwin publicaba su obra “El origen de las especies”, que habría el debate sobre la evolución humana. Y si bien Darwin no afirma que el hombre desciende del mono directamente, sí explicaba que somos especies que tienen un tronco común primigenio.

Es decir, humanos y simios evolucionaron en diferentes formas a partir de un antepasado común, hace varios millones de años. Los monos vendrían a ser una suerte de primos lejanos. Un estudio más reciente constató que los humanos y los chimpancés, en particular, comparten similitudes en un 99,4 % del ADN.

Es decir, quien trató de mono a otra persona con el fin de insultarlo, tiene una evidente falta de información científica, si vamos a la esencia de la idea. Los monos podrían estar compartiendo con los humanos una gradería y ninguno de ellos probablemente violentaría a otro por llevar la camiseta del equipo contrario.

El combate a la violencia, al racismo, a la xenofobia en el fútbol es algo necesario. Cada vez hay más episodios violentos en estadios –en especial en nuestra región– y sobre todo relacionados al actuar de barras bravas que se manejan frente a los ojos de las dirigencias de los clubes.

Muchos de esos hechos, lastimosamente, terminan en muertes. Combate a estos males, de forma frontal, pero yendo a la raíz, no solo actuando ante situaciones que se mediatizan para generar efectos placebo.

Etiquetas: #monos#racismo

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