• Ricardo Rivas
  • Periodista
  • X: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

Con el ejemplo de Babel, el nuevo pontífice intentó decir que otra comunicación es posible y necesaria, y exhortó a terminar con la desorientación que puede conducir a la violencia de las guerras.

Tal vez sean estos tiempos de confu­sión. ¿Por qué no? De tanta confusión como tal vez desde milenios la huma­nidad –nunca antes– se ha percibido tan confundida. Sobre ello, casi con seguri­dad, habrán de intentar ope­rar los llamados –y autoper­cibidos– conservadores que, con herramientas y técnicas novedosas, serán críticos de todo aquello que incompren­dan y, desde la ignorancia (y el temor), habrán de denun­ciar conspiraciones, proferi­rán amenazas y anunciarán debacles y hasta invasiones bárbaras cuando, en verdad, son oleadas de migrantes en procura de mejores condi­ciones de vida.

Lo de siempre, siempre. Y, como siempre también, mul­tiplicidad de voces que se hacen oír y que consiguen incrementar la confusión. Siento que la palabra –con todo su poder– está en crisis. Aunque, tal vez, sea injusto cargar a la palabra con tal responsabilidad cuando, casi con seguridad, el dis­curso que resulta del enhe­brar una palabra con otra es el que pierde peso social y todo parece ser irrecupe­rable. Así lo pintan, aunque la vida es bella.

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De allí que hasta la explica­ción de lo más simple parece ser inútil. Al menos, cuando se intenta acotar la confu­sión y no incrementarla. “Solo los pueblos informa­dos pueden tomar decisiones libres”, dijo el lunes pasado –muy temprano, incluso para el Vaticano– el flamante papa León XIV (69).

Fue en el transcurso de su primer encuentro con perio­distas y comunicadores que hasta allí llegaron para cubrir el cónclave y con los vaticanistas que en cada uno de sus días profesiona­les trajinan la pequeña geo­grafía de ese diminuto país tan particular como lo es el Vatica

RETO

El pontífice señaló también que “unos de los retos más importantes (para comuni­cadoras y comunicadores) es promover una comunicación que nos ayude a salir de la ‘torre de Babel’ en la que a veces nos encontramos, de la confusión de lenguas sin amor, muchas veces ideoló­gicas o sesgadas”.

Destacó luego la importan­cia de “las palabras que (las y los periodistas) utilizan y el estilo que adoptan” para expresarse porque “la comu­nicación, de hecho, no es solo transmisión de información, sino creación de una cultura, de entornos humanos y digi­tales que se convierten en espacios de diálogo y de con­frontación”.

Comunicar nunca es inocuo. Siempre produce sentido. El papa –con mirada y pala­bra crítica– interpela desde Babel. Su preocupación es grande. En el libro del Géne­sis –uno de los primeros de la Biblia–, entre los versículos 11:1-9, se cuenta que “en ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra. (Por­que) al emigrar al oriente, la gente encontró una llanura en la región de Sinar (Babilonia) y allí se establecieron”.

Ese libro sagrado detalla que “un día se dijeron unos a otros: ‘Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego’” y, “‘construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. (Porque) De ese modo, nos haremos famosos y evitare­mos ser dispersados por toda

la tierra’”. Momento histó­rico crucial. Un solo territo­rio, un solo edificio, un solo idioma, para una sola socie­dad que daba la espalda a la riqueza de la diversidad. ¡El sueño de todo autócrata!

Y es en ese punto cuando – según el relato bíblico– “el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo” y luego de ver que “todos forman un solo pue­blo y hablan un solo idioma (dijo) será mejor que baje­mos a confundir su idioma para que ya no se entien­dan (solo) entre ellos mis­mos”. En consecuencia y, tal vez, para evitar el discurso único, “el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra (y) dejaron de construir la ciudad” a la que “se le llamó Babel”, que como verbo en hebreo significa “confun­dir”.

LA VERDAD DEL AMOR

Ese mismo lunes, el líder de la Iglesia Universal recordó también que Jesús, en el sermón de la montaña, pro­clamó: “Bienaventurados los que trabajan por la paz” y, con claridad, señaló que quienes ejercemos el oficio de periodistas tenemos “el compromiso de llevar ade­lante una comunicación dis­tinta, que no busque a toda costa el consenso, (que) no se vista de palabras agresivas, (que) no abrace el modelo de la competición y no separe nunca la búsqueda de la ver­dad del amor”.

El silencio de quienes lo escuchaban en el salón Paulo VI del Vaticano era total. ¿Por qué nos habla de esto? El pontífice conti­nuó: “La paz comienza con cada uno de nosotros. Desde la manera en que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos a los demás; y, en este sentido, la manera en que nos comu­nicamos es de fundamen­tal importancia (y) debe­mos decir ‘no’ a la guerra de palabras e imágenes, debe­mos rechazar el paradigma de la guerra”.

¡Iba a fondo! Y quiero creer que no solo hizo foco sobre las acciones comunicacio­nales de las y los periodis­tas. También apuntó hacia la comunicación informal, reticular que circula en el ecosistema digital en la que no hay moderación alguna ni, mucho menos, estándares de validación para conocer lo verdadero o falso de cada mensaje.

León XIV pidió “tam­bién la liberación de los periodistas encarcelados”. Y aseguró que “la Iglesia reco­noce (…) la valentía de quie­nes defienden la dignidad, la justicia y el derecho de los pueblos a ser informa­dos, porque solo los pueblos informados pueden tomar decisiones libres” y, por si no fuera suficiente, exhortó para “que nunca nos rin­damos ante la mediocri­dad” que subyace en el dis­curso neorreaccionario que impulsa la llamada oligar­quía tecnológica.

NECESIDAD MÁS NECESARIA

De allí que el preocu­pado pontífice admite que “mirando la evolución de la tecnología en su conjunto, esta misión (la de comu­nicar) se ha desviado de la necesidad más necesaria”. Y desde esa perspectiva – me atrevo a pensar– que hace pública su preocupa­ción más profunda “pen­sando, en particular, en toda inteligencia artificial con su inmenso potencial, que exige, sin embargo, respon­sabilidad y discernimiento para orientar los instrumen­tos al bien de todos, para que puedan producir bene­ficios para la humanidad” y advierte que “esta respon­sabilidad concierne a todos, en proporción a la edad y al rol social”.

Alguna vez, don Eduardo Galeano (1940-2015), maes­tro de periodistas y escritor, mientras compartíamos un café en El Brasilero, en el 1447 de la calle Ituzaingó, en Montevideo –siempre en mi corazón– no dudó en sostener que “los medios de comunicación de la era elec­trónica al servicio de la inco­municación humana están imponiendo la adoración unánime de los valores de la riqueza”.

“Jamás la tecnología de las comunicaciones estuvo tan perfeccionada y, sin embargo, nuestro mundo se parece cada día más a un reino de mudos”, observa Eduardo Galeano

Con el tiempo, palabra más palabra menos, escribió para siempre aquellas lúci­das percepciones. “Jamás la tecnología de las comunicaciones estuvo tan perfeccio­nada; y sin embargo nues­tro mundo se parece cada día más a un reino de mudos”, agregó aquella tarde inolvi­dable.

Creo que encuentro coinci­dencias entre los sentires y decires de Galeano cuando aquella tardecita riopla­tense y las palabras de León XIV en la mañana vaticana. Pero no solo allí ni en ellos convergen las preocupacio­nes. No.

TSUNAMI DE DATOS

Byung-Chul Han (66) reci­bió un puñado de días atrás el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humani­dades. Nativo de Seúl, capi­tal de Corea del Sur, un pue­blo en guerra, aunque no lo parece, porque desde el 27 de julio de 1953, por un Acuerdo de Armisticio que se firmó en Panmunjom, disfrutan de una paz incompleta. De hecho y desde entonces, una franja de 4 kilómetros de ancho y 250 kilómetros de largo mantiene a ese pue­blo separado de sus herma­nos del norte arrinconados contra la llamada “tierra de nadie” apremiados por un autócrata hereditario.

Tal vez por esa junto con otras razones, Byung-Chul Han –filósofo, teólogo cató­lico y prolífico ensayista– después de estudiar en las Universidades de Corea, en la de Múnich y en la de Fri­burgo, migró a Berlín, donde se estableció y da clases en la Universidad de las Artes de esa ciudad. Es un aca­démico notable. Disfruto leerlo y mucho más cuando intento discernirlo. Asumo sus reflexiones como emer­gentes de una especie de ánfora de Pandora cuyas fuerzas imparables todo lo trastocan y me conducen a conclusiones inesperadas.

“La digitalización avanza inexorablemente. Aturdidos por el frenesí de la comunicación y la información (...) La inteligencia artificial no razona, sino que computa”, advierte Byung-Chul Han

Desde esas perspectivas múltiples –y, multicultura­les– Byung-Chul Han mira, analiza, reflexiona y dice con escritos breves, conci­sos, críticos y contundentes. Claramente, en ellos se per­cibe que ante sus ojos des­filaron, entre otros, Hegel, Foucault, Arend, Baumaun, pero en sus pensamientos también tienen enorme peso sus observaciones sobre el terreno.

“La digitalización avanza inexorablemente. Aturdidos por el frenesí de la comuni­cación y la información, nos sentimos impotentes ante el tsunami de datos que des­pliega fuerzas destructivas y deformantes”, advierte. “Los bots difunden noticias falsas y discursos de odio e influyen en la formación de la opinión pública”, agrega.

“La inteligencia artificial no razona, sino que com­puta. Los algoritmos sus­tituyen a los argumentos. Los argumentos pueden mejorarse en el proceso discursivo. Los algorit­mos, en cambio, se opti­mizan continuamente en el proceso maquinal. Esto les permite corregir sus erro­res de forma independiente. La racionalidad digital susti­tuye el aprendizaje dis­cursivo por el machine lear­ning. Los algoritmos imitan así los argumentos”, añade.

MANDATO DIVINO

“La tierra de Babel”, llama don Manuel-Re­yes Mate Rupérez (83) a su más reciente trabajo. No es casual. Aborda en él – como el relato bíblico al que hiciera mención León XIV– “el momento en el que una humanidad desorientada” busca su destino “desoyendo el mandato divino de poblar la tierra”.

En esa obra –publicada por Trotta Editorial y que reco­miendo leer–, Reyes Mate da cuenta de que “George Stei­ner, alguien que se conoce al dedillo cada rincón de la ciu­dad de la gran torre”, asegura que la actitud de Yahvé fue “un regalo y una bendición incalculable” porque lo que al Señor “le resulta intole­rable es que la humanidad se recluyera en una ciudad, en lugar de hacerse cargo de toda la tierra y, sobre todo, que fuera ‘de un mismo len­guaje e idénticas palabras’”.

POLIFONÍA

Con esa mirada, don Manuel explica que “Steiner pone su atención en la sustitución del monolingüismo imperante (en la Babel de Babilonia) por una pluralidad de lenguas que inaugura un tiempo real­mente humano (porque) la humanidad del ser humano tiene que ver con pluralidad de lenguas y ocupación de la tierra en su conjunto. (Y) Babel instaura, en efecto, la ‘polifonía de la diversidad’ de lenguas y pueblos, con un añadido que se suele pasar por alto, a saber, que ‘Yahvé les desperdigó por toda la faz de la tierra y dejaron de edi­ficar la ciudad’”.

“La humanidad del ser humano tiene que ver con la pluralidad de lenguas y la ocupación de la tierra en su conjunto”, sostiene Manuel-Reyes Mate Rupérez en su obra “Tierra de Babel”

Con precisión magis­tral, Reyes Mate discierne que Babel fue un punto de inflexión. “De la ciudad al campo abierto; del territo­rio a las afueras; del impulso totalitario al riesgo de la diversidad. De la tierra de Babel a la universalidad de la diferencia” porque “en el relato bíblico se dibujan dos concepciones bien diferentes de la humanidad del hombre: una, monolítica, que se refu­gia en la ciudad y se alimenta de un solo lenguaje; (y) otra que parte de la diversidad y se pone en camino hacia los cuatro puntos cardinales”.

En síntesis, da paso a “dos modelos civilizatorios: uno, caracterizado por la polis y la pertenencia; el otro, por el vasto mundo y la diáspora”.

León XIV ante periodistas y comunicadores fue más allá del saludo formal. Con el ejemplo de Babel intentó decir que otra comunica­ción es posible y necesaria, y exhortó a terminar con la desorientación que puede conducir a la violencia de las guerras.

Destacó la riqueza de la diversidad, la impor­tancia del cuidado de la casa común y expresó un rotundo no a la guerra. Claramente, el papa León XIV no solo habló para periodistas y comuni­cadores.

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