• Por Emilio Agüero Esgaib
  • Pastor

La historia de la sanidad de los diez leprosos que encontramos en el evangelio de Lucas 17:11-19 nos muestra lo escaso de la capacidad de gratitud en el mundo. Solo uno de diez fue a dar gracias al Señor por haberlo sanado.

Pongámonos en la situación de estas personas. Eran leprosos. Vivían al margen de la sociedad, separados de sus afectos. Si por algún motivo tenían que entrar a la ciudad advertían de su presencia gritando “inmundo, inmundo” para que la gente mantenga distancia. Estaban privados de toda adoración en el templo, recordemos que el concepto de adoración y presencia de Dios en aquel tiempo estaba limitado al Templo, o sea, de alguna manera estaban incluso excluidos del mismo Dios. Sus cuerpos eran como muertos, supuraban pus y fluidos malolientes y dolorosos, sus aspectos físicos eran chocantes y no tenían medicina ni cura. La lepra en la Biblia representa el pecado. Separados de Dios, de la comunión y adoración, llenos de podredumbre, muertos en vida, inmundos espiritualmente sin cura y sin esperanza.

Ellos muy probablemente ya habían sabido de los poderes milagrosos de Cristo, para ese momento Jesús ya se había manifestado plenamente como quien era, el Mesías, el Hijo de Dios. Ya había enseñado del Reino de Dios, ya confrontó con sus enemigos en cuanto a su identidad, ya lo comprobó con milagros extraordinarios. La palabra “maestro” que usan no es “rabí” sino a alguien de mayor autoridad, similar a “kurios” o “señor”.

Ellos le gritan de lejos porque no podían acercarse. Jesús les da la orden de ir al sacerdote ya que los sacerdotes eran los encargados de declararlos sanos, luego de una inspección, y reintegrarlos a la sociedad. Ellos obedecen y mientras iban fueron sanados.

Acá hay dos principios: el de la obediencia y el de la fe. Ellos obedecieron porque creyeron y mientras obedecían y creían fueron limpiados. La Biblia en muchas partes nos enseña que la obediencia es una llave de bendición, no solo para curarse y prosperar sino porque la mayor bendición de una criatura es ser obediente a su Creador, más aún cuando ese Creador lo ama y sabe todas las cosas, es razonable obedecer así.

También porque es razonable que la criatura obedezca a su Creador. Dios nos salvó, su sabiduría es infinita y nos ama y el resultado de obedecerlo es de bendición. Pero la rebeldía, a causa del pecado, es tan inmensa que nuestra naturaleza pecaminosa supera la capacidad de obediencia, pero tenemos que tomar esa decisión y si hemos caído levantarnos de vuelta.

“Sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11:6), nosotros no necesitamos ver para creer, necesitamos primero creer para después ver, “caminamos por fe, no por vista”, dice la Biblia, y es verdad, aún en las cuestiones humanas uno primero tiene que creer para después ver, tiene que imaginar lo que quiere, para caminar hacia ese sueño o meta, en este caso no es mentalidad positiva, es fe en alguien, en Cristo, es creer que él tiene la salida, es creer que él desea nuestro bien. ¿Por qué tanta gente desanimada, quejosa y sin esperanza? Porque le falta fe y oración, probamos de todo, menos eso, probamos con pastillas, religiones místicas, terapias complejas y elaboradas, consumismo, diversión, todo, pero menos un estilo de vida de fe y oración que es lo que Dios nos pide, ¿oras regular y disciplinadamente?, ¿lees las promesas de Dios y meditas en ella regularmente?, ¿buscas la presencia de Dios y cuidarla en tu vida regularmente? Si tu respuesta sincera es “no”, entonces Dios no te ha fallado eres tú el que necesita hacer algo. No somos robots, Pablo dijo: “Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros”.

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